Ignacio Camacho-ABC
- La verdadera coalición no es entre dos partidos, sino entre dos caudillos que han sindicado provisionalmente su destino
Esos ministros que se quejan -con razón- del papel de Iglesias en el Gobierno producen un poco de pena. Porque no se dan o fingen no darse cuenta de que es Sánchez quien le da al líder Podemos la cuota de poder que tanto los irrita y hasta los desespera. Y porque si lo piensan bien acabarán concluyendo que es su presencia, la de ellos, el elemento más prescindible en el equilibrio interno de fuerzas, dado que el jefe no está dispuesto a renunciar al apoyo de la extrema izquierda. Por tanto, para seguir en el cargo han de tener cuidado con tensar en exceso la cuerda y deben resignarse a sufrir con estoicismo los quebraderos de cabeza que el vicepresidente les plantea. Tendrán problemas si no entienden que ocupan una posición subalterna en una coalición que no funciona con cuotas de confianza sino de influencia.
Dicho de otro modo, los ministros socialistas son contingentes en este Ejecutivo, mientras que Iglesias se sabe su principal pivote político, el factor decisivo para aglutinar los apoyos del independentismo catalán y de Bildu. En caso de conflicto, el presidente lo resolverá con una remodelación de su equipo, cuyos miembros son fusibles destinados a saltar ante cualquier cortocircuito. Por eso el caudillo comunista se siente fuerte para lanzar toda clase de desafíos, tal como el propio Sánchez había previsto cuando decía que si se aliaba con él no podría dormir tranquilo. Ahora le concede toda clase de caprichos porque lo que le provoca insomnio es la posibilidad de perder su auxilio. El verdadero pacto no está suscrito entre dos partidos sino entre dos dirigentes que han sindicado su destino; dos rivales unidos por idéntico instinto de poder y por un desmesurado componente de narcisismo.
El Gobierno como tal no existe. El Consejo es un órgano protocolario. Las decisiones se toman en el sobredimensionado entorno de Sánchez, que actúa como un jefe de Estado y que ha convertido a su director de gabinete en primer ministro de facto. Es allí, en esa estructura elefantiásica, en ese círculo cesáreo, donde Iglesias hace valer su peso como socio parlamentario, presionando también desde fuera para imponer su agresiva agenda y ganar su propio espacio. No le cuesta demasiado trabajo, como ha quedado claro a la hora de construir un frente rupturista para alejar a Ciudadanos del acuerdo presupuestario. Le basta con explotar el miedo presidencial a quedarse sin su respaldo.
No hay, por tanto, vectores enfrentados sino confluencia estratégica, por circunstancial que sea. Las protestas de los socialdemócratas preteridos -Robles, Calviño, Marlasca, etcétera- son una demostración de impotencia, una ingenua rabieta para consolar su mala conciencia por formar parte de un proyecto devenido en antisistema. Podemos es el mastín del sanchismo, que lo cuida y alimenta, y si muerde a todo el que se le acerca es sólo porque su dueño le deja.