Florentino Portero-El Debate
  • Para el proyecto socialista ni la Constitución de 1978, ni la unidad de España, ni la Alianza Atlántica ni la Unión Europea son activos a preservar en su estado actual. Netanyahu, por su parte, acepta el reto islamista y aprovecha la situación para destrozar las milicias de Hamás e Hizbolá y ocupar todo el territorio en disputa

Las recientes declaraciones del presidente Sánchez han tenido la repercusión que su autor buscaba, provocando el lógico y previsible aluvión de titulares. Una primera reflexión, realizada desde la perspectiva de la política nacional, apunta a que nuestro dignatario trata de tapar sus miserias con operaciones internacionales de alto contenido moral e ideológico. No me cabe duda de que es cierto. Resulta abrumador el número de investigaciones abiertas contra su entorno familiar, personal y de partido, así como el de causas abiertas en los tribunales. Su uso desmedido y profundamente antidemocrático de la Fiscalía, así como el acoso al que somete cotidianamente al estamento judicial son una buena prueba de hasta qué punto se siente asediado y hasta dónde está dispuesto a llegar para salvar su situación y la de su entorno. Una situación, la suya, coincidente con la de Benjamín Netanyahu, objeto de sus diatribas y condenas, quien también necesita del poder y de campañas de alto calado para distraer la atención pública y disponer de los medios oficiales para tratar de controlar la judicatura. La fragilidad parlamentaria de ambos los lleva a buscar compañías indeseables por muchos motivos, que acaban imponiendo su propia agenda en una relación determinada por el chantaje permanente.

Siendo cierto lo anterior no creo que sea suficiente argumento para entender la posición de Sánchez sobre Israel. Los socialistas españoles son conscientes de que la fidelidad al programa tradicional socialdemócrata ha supuesto la ruina de sus iguales franceses e italianos. Una renovada izquierda radical, alejada de la ortodoxia comunista pero fiel al rechazo de la democracia liberal, ha ocupado ese espacio. Afortunadamente, por ahora, con una ejemplar incoherencia e inoperancia. Desde el ascenso de Rodríguez Zapatero a la secretaría general del partido los socialistas españoles han optado por abandonar los postulados de la etapa anterior para ocupar el espacio radical, como garantía de supervivencia. Puede parecer irresponsable, inconsecuente…, pero les funciona. El PSOE es la formación socialista más importante de la Europa meridional, precisamente porque dejó de ser socialista. De ahí su vínculo con el Grupo de Puebla, el narcoestado bolivariano o China. De ahí su interés por chocar con Estados Unidos o con Israel. No están locos, sencillamente han optado por abandonar el campo democrático para apostar por la agenda de las potencias revisionistas, arrastrando, en la medida de lo posible, a Europa en esa dirección.

De nuevo la coincidencia con Netanyahu es llamativa. Para el dirigente del Likud la opción nacionalista radical y la bipolarización social son resultado de una estrategia coherente. A su juicio el tiempo de tratar de resolver la situación mediante el establecimiento de dos estados quedó atrás. Los árabes lo hicieron imposible y ahora toca establecer un nuevo objetivo, para el que necesita formar una nueva mayoría con los sectores más nacionalistas y religiosos, pues de lo que se trata es de la plena ocupación del territorio en disputa. Puesto que no hay un consenso social que respalde ese objetivo, Netanyahu busca tensionar el debate, cohesionando el campo nacionalista en su beneficio. Cree que el coste regional es asumible, pues los gobiernos árabes temen más un éxito de Hamás en Gaza o de Hizbolá en el Líbano que el desgaste político de una operación de limpieza étnica en Palestina. Sánchez y Netanyahu descuentan el fin del orden liberal y apuestan con indudable osadía por reposicionar sus estados en un espacio autoritario.

Hamás no es el legítimo representante del pueblo palestino. De hecho, nadie lo es, por mucho que los europeos mantengan la ficción de que la Autoridad Palestina continúa ejerciendo ese papel. Los islamistas han sacrificado conscientemente a la población gazatí para tratar de aislar tanto a los nacionalistas palestinos, condenados a la irrelevancia, como a Israel, criticada internacionalmente por el daño infligido a la población civil y por el abandono de la opción de dos estados. Sólo así podrían acabar con la existencia de Israel y de ese conjunto de regímenes políticos árabes que actúan como dique de contención del radicalismo islamista.

De nuevo nos encontramos con que Sánchez y Netanyahu coinciden en jugar la carta de Hamás, asumiendo el papel que sus dirigentes les han adjudicado. Sánchez niega a Israel el derecho a defenderse y exige, de hecho, su rendición ante el chantaje terrorista. Si los socialistas lo han hecho en España ¿Por qué no habrían de hacerlo los israelíes? La respuesta es sencilla, porque supondría la desaparición a medio plazo del Estado hebreo, como la opción de los socialistas nacionales cuestiona la propia existencia de España. Sánchez busca el protagonismo, de espaldas a la Unión Europea y a la Alianza Atlántica y asume el coste internacional que va a suponer para España, convencido de que movilizará al votante de izquierda en su beneficio. Para el proyecto socialista ni la Constitución de 1978, ni la unidad de España, ni la Alianza Atlántica ni la Unión Europea son activos a preservar en su estado actual. Netanyahu, por su parte, acepta el reto islamista y aprovecha la situación para destrozar las milicias de Hamás e Hizbolá y ocupar todo el territorio en disputa, estableciendo las bases de un nuevo Oriente Medio al coste que sea necesario.