Ignacio Suárez-Zuloaga-El Correo
- En general, los concejales que conozco, sean del partido que sean, casi siempre son los más responsables, serviciales y solidarios de cada localidad
Cada cuatro años, las elecciones locales nos ofrecen la versión más edificante del sistema democrático. Se trata de unos comicios en los que el estilo personal de cada candidato cuenta mucho más que las siglas que representa. Pues en las convocatorias autonómicas y generales a menudo votamos una lista para que no venza otra que consideramos más perjudicial. A modo de rudimentaria versión de la ‘Teoría de juegos’ de John F. Nash -representado por Russell Crowe en la película ‘Una mente maravillosa’-, en las circunscripciones más grandes votamos pensando en lo que pueden hacer los demás: lo mejor para uno y para el grupo.
Pero, tristemente, en la Comunidad Autónoma Vasca sí seguimos siendo ‘diferentes’. Pues aquí las siglas tienen mucho más peso en todo. Hasta tenemos bares de partido. Las razones son múltiples. Para empezar, porque los recuerdos de cuatro décadas de asesinatos y violencia callejera siguen condicionando las decisiones de mucha gente; especialmente, de aquella parte del electorado que vota para que no venza la lista de EH Bildu. A pesar de que esta presente candidatos desvinculados de aquel periodo, o estos pertenezcan a partidos de esa coalición contrarios a la violencia. Un ‘voto útil’ que casi siempre recala en el PNV.
En casi todas las candidaturas del Partido Popular y del PSE, los nombres de las listas cuentan mucho menos que las siglas, pues estos partidos no pueden presentar candidatos locales. Ya que, para vergüenza de todos los vascos, todavía hay que tener mucha personalidad -e independencia profesional y económica- para presentarse en las listas de los partidos constitucionalistas. Un compromiso público que supone quedar marcado socialmente para unos colectivos que siguen contemplando al vecino según sea ‘de los nuestros’ o ‘de los de fuera’.
Esos concejales foráneos son los llamados ‘cuneros’ o ‘paracaidistas’. Calificativos acuñados por periodistas del siglo XIX para denominar a candidatos ajenos a la circunscripción y que habían sido designados por los dirigentes madrileños de los dos ‘partidos del turno’ (conservadores y liberales). Esta práctica denotaba un cuádruple estigma: centralismo de los partidos, ausencia de democracia interna, irrelevancia de la identidad del candidato y desprecio a los electores. Adicionalmente, presuponía que habría fraude electoral, ya que se trataba de personalidades que tenían que salir elegidas ‘sí o sí’.
Actualmente, el fenómeno ‘cunero’ tiene una lectura distinta. Como hace 150 años, las circunscripciones donde los partidos deben presentar a ‘paracaidistas’ no son plenamente democráticas, ya que se trata de las localidades donde hay ideologías que no pueden manifestarse con libertad. Ahora, las personas que se prestan a figurar en una candidatura local no son figurones a los que se les regala un cargo apetecible; los concejales ‘cuneros’ son militantes de base de los partidos constitucionalistas, que poco o ningún dinero van a cobrar, y que deberán hacer muchos kilómetros para defender los intereses de sus electores. Y si el apelativo ‘cunero’ resulta peyorativo para los diputados al Congreso (donde hay muchos), yo lo considero un verdadero elogio para quienes asumen la carga de representar a ciudadanos huérfanos de representantes locales.
Si tenemos en cuenta la cotidiana presión crítica que padecen los concejales de los pueblos, también me parece inapropiado llamarles ‘políticos’. Término acompañado de una aureola de poder que no asocio a un concejal de pueblo, dedicado a servicios urbanos, y que poco o nada suele saber de cuestiones ideológicas. En general, yo, a los concejales que conozco -sean del partido que sean- lo que suelo hacer es darles las gracias (incluso si no estoy muy de acuerdo con su gestión). He observado que casi siempre son los más responsables, serviciales y solidarios de cada localidad.
Y en el caso de los ‘paracaidistas’ (apelativo arriesgado que les va bien a estos activistas), a mí me suscitan admiración, pues afrontan una tarea ingrata y de poco brillo, asumiendo el estigma añadido de que algunos tontos les llamen intrusos. Así ¡brindo por todos los candidatos a concejales! ¡Muchas gracias!