Pablo Martínez Zarracina-El Correo

  • Da la sensación de que el país avanza hacia el choque entre los ‘millenials’ y los ‘boomers’

Tampoco es fácil estar a la altura de los tiempos e identificar la fractura social que sí va a funcionar. Si me preguntan, antes que por la territorial o la ideológica, apuesto por la generacional. Mis razones son de peso: la situación me recuerda a la guerra del cerdo de Bioy y los bandos implicados tienen nombres imponentes, como de civilizaciones extraterrestres enfrentadas en un conflicto sideral. Está fraguándose en el país la guerra entre los ‘millenials’ y los ‘boomers’. Jóvenes contra viejos. La causa no es moral sino económica. Y cristaliza en datos: los menores de 45 años tienen hoy la mitad de patrimonio que sus padres a su edad; la pensión media de los mayores de 65 es mayor que el sueldo medio de los menores de 35; los mayores de 75 poseen más del 20% de la riqueza del país.

La situación tiene mucho de círculo vicioso. Entre otras cosas, porque la demografía carga sobre los hombros de los jóvenes el mantenimiento de un sistema de pensiones averiado del que no se puede hablar porque el voto de los pensionistas, tan numerosos, pesa demasiado. Mientras tanto, los ‘millenials’ siguen siendo una generación con idiomas, másteres y Erasmus que a los treinta y muchos cobra una miseria, comparte piso y no tiene otra forma de acceder a la riqueza que la herencia. Parece claro que la solución a esta crisis debería ser política y estar respaldada por un espíritu de colaboración intergeneracional, pero por ahora los ejércitos se sitúan en el campo de batalla de un modo caricaturesco. Los ‘boomers’ reivindican sus biografías esforzadas y dibujan a los ‘millenials’ como gente superficial que se pasa el día yendo a festivales y viendo Netflix. Los jóvenes en cambio dibujan a sus mayores como gente que disfrutó desde muy pronto de viviendas accesibles y trabajos seguros y pudo jubilarse en condiciones ventajosas para disfrutar de la segunda residencia y el Imserso mientras estrujan al inquilino de la tercera propiedad que tienen en alquiler. Ya se ve que los jóvenes son mejores en la batalla cultural. No les servirá de mucho si la cosa se pone seria: los ‘boomers’ tienen plazas de garaje donde guardar los blindados, dinero para gastar en mercenarios y tercios de libre disposición con los que hacer de cada testamento una selva de Camboya.

Censura presidencial

Día y medio después del asesinato de Charlie Kirk, un periodista le preguntó a Donald Trump en los jardines de la Casa Blanca cómo llevaba la pérdida de su amigo. Fue un canutazo urgente y el presidente respondió que muy bien y que ahí estaban los camiones trabajando en el nuevo salón de baile de la Casa Blanca. Viendo las imágenes, no queda claro si Trump termina de entender la pregunta, pero el humorista Jimmy Kimmel, una de las estrellas del ‘late night’ estadounidense, hizo presa en su programa: «Un adulto no llora así el asesinato de un amigo, así lamenta un niño de cuatro años la muerte de su pez de colores». Viendo el monólogo de Kimmel, queda claro que ese fue el chiste que colmó el vaso y le ha valido un despido festejado por Trump de un modo nada casual: señalando que otros presentadores críticos como Jimmy Fallon y Seth Meyers deben irse también a la calle. Se habla de cancelación, pero cuando un gobernante utiliza su poder para terminar con las opiniones o los chistes que no le gustan es la vieja censura de siempre. Lo único novedoso es tal vez que, entre el resto de mercancía averiada, el trumpismo continúa vendiéndolo a todo volumen: «restaurar la libertad de expresión».