Con su dominio acreditado de los tiempos, en Moncloa tenían un burladero marcado en el calendario desde hace semanas: 31 de octubre, la mayoría de edad de la Princesa de Asturias con la ceremonia solemne en el Congreso engalanado con el baldaquino entre el batallón de honores. Cómo no intuir que bajo ese dosel de gala se podrían ocultar muchas miserias. Así que ahí, en vísperas del gran día, encajaron la foto de la infamia con Puigdemont para que el eco se desvaneciera bajo la Leonormanía. Poco antes de la cita en Bruselas, Sánchez también agendó un homenaje a las víctimas del franquismo con Serrat cantando los versos de Miguel Hernández ‘Para la libertad’. Una vez más todo medido con precisión: a Bruselas mandaban a Santos Cerdán, un ‘aparatchik’ de Ferraz con poco capital que poner en riesgo, mientras Sánchez se parapetaba tras el chaqué y la púrpura del Palacio Real. Ni siquiera la liturgia en la sede de la soberanía nacional –Francina Armengol, en un discurso vulgar sin una sola idea sobre el papel de la monarquía (el fantasma de Peces-Barba se estremecería de vergüenza en el salón de los Pasos Perdidos), tuvo el lapsus freudiano de hablar de «soberanía popular» con ecos iliberales– podía solapar el aquelarre de Bruselas, donde la delegación socialista fue a rendir honores al Molt Honorable Prófugo bajo un mural indecoroso de la fiesta del 1-O con la exaltación de la urna, como si fuese la Virgen del Rocío en el día grande de su romería. De Sánchez siempre impresiona su fascinante capacidad para metabolizar la inmoralidad, traficando con el Estado de derecho para pagar su investidura, pero el aplauso de casi cuatro minutos dedicado a la Corona interpelaba también a los ausentes, nacionalistas de prepotencia casposa, calada bajo una txapela o una barretina, e izquierda radical cuyos engrudos ideológicos ni siquiera les permiten entender que las democracias más prósperas e igualitarias son monarquías parlamentarias. Mejor sus admiradas repúblicas de Cuba o Irán, no te jode.
La política de Sánchez no estaba ayer en el Congreso y el Palacio Real, aunque él sí estuviera con su indecente sincretismo. Sus socios de Gobierno a esas horas proclamaban que aspiran a que Leonor no llegue a reinar nunca, y sus aliados preferentes de la izquierda soberanista –Esquerra, Bildu y BNG– insultaban a la Corona en nombre de «los Països Catalans, Euskal Herria y Galiza». Nada muy sorprendente después de que Sánchez colara la amnistía «en nombre de España». La Princesa de Asturias, vestida de blanco Inmaculada Constitución, representaba ayer exactamente la antítesis del Prófugo de Waterloo que atacó, ataca y seguirá atacando el orden constitucional con fondos malversados a las arcas públicas. Esto es lo que ahora va a blanquear Pedro Sánchez, tras rendirle pleitesía, como pago por cuatro años más en La Moncloa. Una compra muy cara, salvo que pagues con la dignidad de España creyendo que eso no va contigo.