Ignacio Varela-El Confidencial
- Lo de ayer en el Senado fue una reposición retro: los guiñoles de Sánchez y Feijóo atizándose estacazos con periódicos enrollados
Muy mal tiene que estar la política en España para que el tedioso trámite de una pregunta oral en el Senado (esa Cámara territorial que la mayoría de los ciudadanos considera, con bastante razón, un cachivache inútil) se presente como el evento más importante de la legislatura, el instante crucial en el que se decidirá el futuro de la nación.
Esto se repite últimamente antes de cada encuentro senatorial entre Sánchez y Feijóo. Naturalmente, ambos protagonistas se encargan siempre de desmentir las expectativas hipertrofiadas. Se ve que aún hay quienes los creen capaces de mover la historia con sus reiteradas descargas de palabras huecas y hueras, consignas de laboratorio de tercera división y pomposas sandeces hiperbólicas que le costarían el puesto de trabajo al redactor de discursos de un concejal de pueblo, por lo pedestre del contenido, lo agreste del vocabulario y lo horrísono de las construcciones gramaticales que se gastan estos padres de la patria.
Naturalmente, nadie más comparte la expectación por el suceso. Al terminar el intercambio de naderías y antes de sentarme a escribir estas líneas, hablé con cinco personas altamente politizadas, seguidoras puntuales de la actualidad. Cuatro de ellas me preguntaron a bocajarro si había visto la derrota de Argentina frente a Arabia Saudí. La quinta era argentina y fingió no saber nada del asunto. Cuando les pedí su opinión sobre el debate, la respuesta fue unánime: ¿qué debate? El más importante de la legislatura, les respondí. El más despierto cayó en la cuenta: «Ah, la broma esa del Senado. No me digas que aún ves esas cosas…».
Lo mejor que tuvo esta vez el duelo de titanes fue su brevedad. Sánchez demostró que no necesita que le regalen hora y media para repetir por enésima vez la resobada colección de latiguillos de su arsenal, que le cabe perfectamente en seis minutos, y Feijóo, que incluso seis minutos se le pueden hacer largos para lo que, hoy por hoy, tiene que decir.
Eso sí, al menos el presidente se aprende sus consignas de memoria y las recita con contumacia digna de mejor causa, pero el líder de la oposición aún necesita leerlas. Un consejo, Alberto: los sound bites (frases de efecto preparadas para impactar) no se leen. Eso, pasando por alto su pésima calidad y el evidente nerviosismo del lector, que pareció haberse creído el cuento de que su futuro político se jugaba en esta sesión. Afortunadamente para él, no era así. Desde luego, esta no fue una de sus 100 mejores actuaciones. Hasta metralleta-Casado habría sacado más partido a la colección de planchazos que el Gobierno puso a su disposición durante los últimos 15 días.
Solo dos instantes me sacaron del sopor. El primero, cuando Sánchez se sacó de la manga una creativa historia de lo sucedido en Cataluña desde 2011, incluyendo en el relato la celebración de cuatro o cinco referendos de autodeterminación de los que nadie tuvo noticia hasta ahora; y, a continuación, añadió la majeza de reprochar al PP ¡que apoyara los presupuestos de Artur Mas! El descaro infinito de este político nunca deja de sorprender.
El segundo momento interesante fue cuando Feijóo hizo oficial su propósito de plantear las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo como una moción de censura a Pedro Sánchez. No es lo más respetuoso hacia los miles de candidatos del PP que tratarán de que sus conciudadanos los voten por sus propios méritos, y dudo de que explicitarlo con siete meses de antelación sea una gran idea, pero admitamos que es un plan. No querría yo enmendar la plana a los avispados asesores electorales del presidente del PP que, sin duda, han dedicado muchas horas a calibrar el anticipo público de su estrategia de campaña.
El líder de la oposición y sus colaboradores dicen estar convencidos de que la economía es lo que realmente preocupa a la sociedad y lo que puede hacerles ganar las elecciones. En ambas cosas tienen razón, pero, maldita sea, llevan ya casi medio año en Génova y no encuentran la ocasión de hablar largo y tendido sobre ella, más allá de aisladas referencias pintorescas a lo mucho que cuesta “hacer la bolsa de la compra” (sic). Siempre se cruza en el camino alguna componenda traicionera de Sánchez con los separatistas que les obliga a volver al raca-raca de la patria en peligro, como si no supieran a estas alturas que quedarse apalancados en ese territorio discursivo solo sirve para que Abascal y los suyos hagan caja (ver datos del Observatorio Electoral que hoy publica este periódico).
En “el debate más importante de la legislatura”, Feijóo se permitió la jactancia de citarse con Sánchez para que asista a su investidura, pero no encontró un segundo para pronunciar, por ejemplo, la palabra inflación. Estoy entre los que opinan que, para que el partido de Sánchez gane las próximas elecciones generales, el PP tiene que empeñarse en ello; y también que es muy capaz de empeñarse y conseguirlo (no sería la primera vez).
La cosa terminó con Sánchez mostrando a Feijóo la portada de un periódico del día, acusándole de actuar al dictado de “la prensa conservadora”. Aun en el dudoso supuesto de que tal cosa fuera cierta, ni sé si es más nocivo que un político siga las indicaciones de un periódico o que un gobernante se haga comprar mediante testaferros un grupo de comunicación entero y lo transforme en sumisa caja de resonancia para mayor gloria de su persona. Me pregunto para qué necesita la ministra portavoz resucitar el añejo parte, si ya lo tiene.
Decían de un famoso político que cada día intentaba más parecerse a sus imitadores. Este debate —qué palabra tan digna para tan poca cosa— me recordó los famosos guiñoles de Canal Plus. Lo de ayer en el Senado fue una reposición retro: los guiñoles de Sánchez y Feijóo atizándose estacazos con periódicos enrollados. Diríase que esa Cámara está maldita si no fuera porque la otra también lo está.