JORGE BUSTOS – ABC – 07/10/16
· El Tribunal Constitucional se parece a ese alcohólico anónimo capaz de aguantar varios años de abstinencia pero que, una vez que recae, recae a lo grande y de corrido, sacándose sentencias de las puñetas como si fueran petacas de clarete. El desparrame resolutivo que atraviesa el TC bebe de fuentes catalanas, donde hoy por hoy se ubica el manantial de la infracción y el mediterráneo de la desobediencia.
Cargados de tan indigesto mosto, los señores magistrados se han puesto a proteger la igualdad de los ciudadanos –incluidos, escándalo, aquellos nacidos al norte del Ebro, que ya no serían más iguales que los del sur– con una desinhibición impropia de tan altos salones. Mi ingenua fe en los restos de Montesquieu no me permite sospechar que este arranque de celo venga influido por la muy previsible reválida en el cargo de Rajoy: me limito a participar del jolgorio jurídico-festivo que se ha desatado en defensa de la ley de leyes que llamamos Constitución.
En la misma semana la Justicia española ha anulado la prohibición autonómica de la tauromaquia, ha cursado el suplicatorio para proceder contra Homs y acaba de brindarle a doña Carme Forcadell la soñada oportunidad de convertirse en la Juana de Arco de Xerta, provincia de Tarragona. Especialmente conmovedora resulta esta línea de la resolución: «Las disposiciones reglamentarias de las Cámaras no pueden contradecir el imperio de la Constitución como norma suprema». ¿Reivindicar el orden constitucional frente a los afanes desconectores del Parlament, que ya parece una convención de electricistas? Se les ha ido la mano con el cariñena.
Ahora escucharemos el llanto de los corazones oprimidos que protestan por la judicialización de un conflicto político. De nada servirá recordarles que en democracia la ley precede a la política, que conducen en sentido contrario a la norma –por no hablar de la razón, de la historia, de la ética y de la estética– y que ningún agente que nos multe por hacer el kamikaze se ablanda porque le advirtamos que está judicializando nuestra conducción. Sentir algo muy fuerte todavía no es fuente de derecho, queridos tardorrománticos. De momento la ola de política desiderativa que padece la meningítica Europa no ha conseguido equiparar change.org al BOE.
Pero lo más decepcionante del tabarrón catalán es la volubilidad de sus héroes o heroínas. Homs se hace acompañar hasta el Supremo de una fervorosa delegación de su volk, pero una vez dentro declara que no ha hecho nada malo, señoría. Hombre, don Francesc, con semejante arrojo no nos independizamos en la vida. Forcadell se apresura a especificar que ella solo fomentaba el debate, y para qué están las cámaras sino para debatir, oiga. Por no hablar de que la Generalitat golea al Gobierno en recursos al TC, que no es la manera más elocuente de exhibir que no reconoces su española autoridad.
Todo esto tiene un nombre y se llama tartarinismo. Ustedes se acordarán de Tartarín de Tarascón, el antihéroe de Daudet que cazaba leones en los pasillos de su casa. O del enano camorrista que pide que le sujeten porque no responde de lo que le haga al bigardo que lo mira entre curioso y cansado. Exactamente esta es la relación entre los tartarines separatistas y el tamaño del Estado cuando se decide a incorporarse.
– Ordénale a Critón que devuelva un gallo a Asclepio y bebe la cicuta. No te riles, Carme– tuiteó ayer Girauta.
Más Platón y menos Daudet.
JORGE BUSTOS – ABC – 07/10/16