IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Es poco serio decretar el estado de alarma antinazi por una piñata de un manojo de tarados en noche de farra

Así como me encanta la Navidad, la fiesta del afecto, nunca me ha gustado mucho la Nochevieja, quizá porque desde pequeño no acabo de encontrarle sentido a eso de celebrar el paso del tiempo. O por ese punto hortera de las serpentinas, los taponazos de cava, los petardos y demás efectismos pirotécnicos. La paso como mejor puedo, rodeado de personas cercanas y de sentimientos sinceros; tampoco me veo abrazando a desconocidos en medio de la para mí incomprensible euforia por el año nuevo. Pero bueno, tampoco es una tragedia tomarse las uvas y pedir –aunque no sepas a qué ni a quién– algún deseo que conjure ese momento en que la perspectiva de los días que te alcanzan produce un cierto miedo. Ritos profanos del invierno. Lo que nunca se me ocurriría es dedicar esa noche a apalear un muñeco.

Qué quieren que les diga: esos compatriotas congregados en la calle Ferraz para sacudirle a una efigie de Pedro Sánchez me parecen una compañía poco recomendable. Más allá de su ideología, que tienen todo el derecho a profesar, uno diría que se trata de tarados mentales. Ni siquiera tienen la disculpa de emborracharse porque estaban sobrios cuando convocaron la reunión y cuando se tomaron el trabajo de construir la imagen sobre la que proyectar su delirante inquina de zopencos vulgares. Gente despreciable con la que nadie en sus cabales iría a ninguna parte.

He aquí, sin embargo, que el Gobierno de la nación ha decretado el estado de alarma ante semejante mamarrachada. Una hiperbólica alerta antifascista por una piñata de unos cuantos mendrugos en noche de farra. Los ministros de guardia impostan un sobreactuado tono victimista para declararse objeto de amenaza y convertirla por unas horas en el más trascendental problema de España. La misma España donde se han ultrajado o ahorcado fotos y figuras del Rey, de líderes de la oposición, de Puigdemont, de Abascal, de Iglesias, ¡¡de Vinicius!!, y donde las juventudes proetarras han organizado simbólicos concursos de «tiro al facha». Donde en algunos pueblos incluso es tradición asentada la quema de monigotes en Semana Santa. Donde los crepúsculos corren, como diría Neruda, borrando estatuas.

Hay bastantes motivos para denunciar una quiebra de la convivencia. Y la mayoría provienen de la izquierda que ha convertido la polarización política, la división frentista, en una prioridad estratégica. No se fomenta la concordia haciendo descansar la gobernación del país sobre grupos que han promovido una revuelta contra la Constitución o se niegan a reprobar su reciente pasado de violencia. Para esconder o minimizar todo eso viene muy bien la cerrilidad de un puñado de tarugos de ultraderecha, que desde luego se podían haber metido el pelele donde mejor les cupiera pero no cuelan como escuadristas nazis a punto de incendiar el Reichstag. Merecemos algo mejor que una política de asustaviejas.