Antonio Rivera-El Correo
La elección racional es una de las bases de nuestra civilización liberal. Supone que los individuos elegimos conforme a nuestras preferencias e intereses personales. En economía justifica la capacidad del mercado para autorregularse al actuar como síntesis de muchas elecciones particulares; en política da soporte a la democracia porque la suma de opciones personales genera estadísticamente una fotografía de la voluntad general en ese momento.
En esencia, no actuamos distinto cuando elegimos yogures de la balda del supermercado o cuando lo hacemos entre las diversas papeletas de la mesa de votación. Elegimos racionalmente porque hemos podido leer la composición del lácteo fermentado o el programa electoral del partido, aunque es más que probable que lo hayamos hecho por el diseño del envase, la costumbre, el prestigio de la marca, el atractivo del spot publicitario, la colocación del producto en la estantería o la oferta especial del día. La elección racional se ve afectada por factores que no lo son tanto: emocionales, intuitivos, aleatorios, rutinarios o perfectamente diseñados para mudar nuestra inicial elección.
La votación de hoy elige a personas llamadas a afrontar en primera fila una crisis como nunca hemos vivido. Han apelado para que les votemos a su experiencia de gestión o a su entusiasmo como recién llegados. Algunos han hablado de catástrofes anteriores, como si esta tuviera algo que ver. Todos han asegurado contar con equipos expertos, pero no hemos oído un solo nombre de confianza y únicamente hemos visto jovencitos sonrientes acompañando a sus líderes. Tampoco han debatido a fondo sobre lo que tenemos por delante y han confiado todos en incrementar las dimensiones de lo anterior como remedio a la enormidad que enfrentamos.
Si nos preguntaran, dejaríamos a otros cargar con semejante responsabilidad. No nos sentiríamos capaces. Pero el sujeto político cree que esta es otra mala situación de las muchas que en la historia ha visto su partido, que sus líderes sabrán sacarnos del pozo y que mejor que lo hagan los nuestros que los ajenos.
No hay ninguna razón cabal y manifestada que avale su disposición; menos aún sus resultados. Sin embargo, iremos hoy a depositar nuestra confianza en ellos solo porque son los únicos que se muestran dispuestos y deseosos de seguir teniendo el poder de decidir en este momento crítico. Tienen de sí mismos una consideración taumatúrgica, capaz de hacer prodigios más allá de las capacidades humanas. Da un poco miedo semejante atrevimiento, pero estaríamos peor aún si nadie se atreviera.