ABC 01/03/17
IGNACIO CAMACHO
· El PSOE ha alcanzado un grado inquietante de autodesconfianza en el que se le ve capaz de votar contra sí mismo
LO peor del pensamiento débil es que resulta muy difícil combatirlo sin descender a su simpleza; se apodera de cualquier marco mental ramplón que se pueda resumir en un lema y lo convierte en verdad revelada a base de repetición y persistencia. La desobjetivación, el relativismo, la ética indolora, se abren paso porque dan salidas cómodas al rechazo de los sacrificios que caracteriza a la sociedad posmoderna. Para la cultura de la reflexión y del razonamiento, una majadería seductora representa un auténtico problema. De ahí el éxito de la moda populista, que circula a favor de corriente proponiendo coartadas para renunciar al esfuerzo de la inteligencia.
El Partido Socialista, que no hace tanto tiempo blasonaba de destilar la tradición intelectual de la izquierda en una síntesis pragmática, perdió desde el zapaterismo toda fortaleza colectiva para sumirse en un vacío de referencias disipadas. La forma en que Pedro Sánchez ha desequilibrado su correlación de fuerzas con una de las tautologías más bobas –“no es no”– de la muy trivial política española manifiesta la oquedad desoladora de su cohesión orgánica. En un partido con el liderazgo vacante y la masa crítica descompuesta, un tipo sin proyecto y sin ideas galvaniza a los afiliados con una frase sin significado y unas cuantas consignas de sintaxis desarticulada. Eso no testimonia sólo una crisis política sino la ausencia de una ideología en el sentido estructural de la palabra.
El caso es que Sánchez, con su banal equipaje de desahogo revanchista, ha logrado sembrar la duda en sus adversarios, que vacilan ante la posibilidad de una derrota. Patxi López nunca ha sido un líder con capacidad de arrastre en torno a ninguna bandera, y Susana Díaz empieza a temer en serio un fracaso que aniquilaría su reputación de ganadora. Más allá de los errores de la presidenta andaluza en el manejo de los tiempos, el enfoque táctico de las primarias ha cambiado; si hasta hace bien poco López y Sánchez parecían estorbarse ante una candidatura oficial de vitola hegemónica, ahora el ex secretario general marca la pauta frente a dos rivales que se disputan la primacía competidora. Con su discurso negacionista ha delimitado un territorio propio y empujado a los otros a un mismo lado de la divisoria.
Lo insólito del caso consiste en que la suya es una candidatura contra su propio partido. En otras circunstancias eso bastaría para que cualquier dirigente bien amueblado de convicciones la demoliese sin dificultad en un plazo mínimo. Sin embargo el PSOE ha alcanzado un grado inquietante de autodesconfianza en el que se le ve capaz de votar contra sí mismo. Es la consecuencia de un largo abandono del debate de ideas y de la reflexión como clave del compromiso político. Años de complaciente superficialidad lo han dejado casi inerme ante las obviedades sin sustancia de un espabilado resentido.