¡Taxi!

EL MUNDO 30/04/13
ARCADI ESPADA

Acaba de estrenarse L’exercice de l’État (si el traductor la hubiese entendido no la habría titulado El ejercicio del poder), una trepidante película de Pierre Schöller. Trepidante, tratándose de un ministro francés de Transportes y teniendo un proyecto de privatización de estaciones ferroviarias como eje de su argumento, es una hazaña adjetiva colosal. Lo cierto es que estuve dos horas con el corazón encogido, desde que una francesa, tipo Paul Delvaux, se mete entera y desnudita dentro de un cocodrilo. La película es un homenaje a la política. A su complejidad, a su crueldad y a su inevitabilidad. He leído que su lección puede extenderse a otro tipo de trabajos. Pero no hay ningún trabajo como la política. La película tiene bastantes de los momentos más duros y veraces de El Ala Oeste y una perversidad y hasta un pudrimiento muy franceses. Mientras la veía me acordé del presidente Rajoy. Un día antes había tomado unas medidas aparentemente económicas, pero que solo eran políticas. Unas medidas que, más precisamente, no eran nada: simple compás de espera ante la eventualidad de que la máquina de imprimir dinero se ponga en marcha, el gesto dé por acabada, hasta otra, la hora del ajuste y la cifra de parados empiece a disminuir a la lentísima y endémica manera española.

«Las medidas de Rajoy no son económicas, sino políticas. De manera más precisa, no son nada»

Desde la Academia, más o menos, los tiralíneas le reprocharon su falta de ambición. ¡La reforma del Estado, clamaban, su adelgazamiento! Y no solo el reproche: le acusaban, en su inacción, de estar protegiendo los intereses de la casta política. No niego que algunos de estos intereses salgan beneficiados. Pero plantear ese adelgazamiento radical ahora (y no cuando la prosperidad era la mejor aliada, en los tiempos, ¡tan pasivamente reformistas!, de Aznar y Zapatero), con millones de parados braceando en un país donde el Estado ha actuado como el gran empleador, es una puerilidad antipolítica, entendiendo la política como el gobierno de las cosas contradictorias. Esto que Schöller exhibe de manera tan inteligente cuando nuestro ministro dice uno y lo contrario, o cuando le encargan que apague el fuego que otro Ministerio está a punto de encender. Resulta lógico que los quincemesinos desprecien la complejidad. Más desconcertante es que sean los expertos los que llamen a ejercer la democracia del taxista (© Savater), es decir, esto-lo-arreglo-yo-en-tres-minutos-y-con-dos.