- Y debería, al igual que tantos políticos iletrados que campan por la política española sin distinguir lo urgente de lo importante
Margaret Hilda era la hija de un tendero. Pero aún así logró llegar a Oxford, donde se licenció en Químicas. Pero ella albergaba curiosidades intelectuales ajenas a las ciencias. En sus días universitarios leyó Camino de servidumbre, del sólido pensador liberal austríaco Fredick Hayek, y aquel libro filosófico-económico marcó su vida y la vacunó para siempre contra una contagiosa epidemia que llaman socialismo.
Ronald Wilson se graduó en Económicas en una universidad privada honorable, pero no de primera línea, el Eureka College. Luego la vida lo llevó por otros derroteros y acabó convertido en un actor de cine cumplidor, sobre todo en películas del Oeste y de serie negra, aunque sin alcanzar el nivel de astro. Pero Ronald Wilson presentaba una curiosidad respecto a sus pares del cine. Entretenía los largos tiempos muertos de los rodajes leyendo manuales de economía y grandes discursos de políticos.
Margaret Thatcher y Ronald Reagan acabarían convirtiéndose en dos de los estadistas más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Eran soberbios comunicadores, desde luego. Pero sobre todo tenían algo que contar, porque sus políticas estaban alimentadas con los nutrientes intelectuales de sus lecturas y su admiración compartida por grandes cerebros de su tiempo, como Milton Friedman. Es decir, admiraban el mundo de las ideas y lo cultivaban.
Un debate en Sevilla, que se presumía amable y acabó en áspero cruces de dagas, ha reunido a los portavoces parlamentarios de PSOE y PP. Allí estaban el bilbaíno sin estudios universitarios Pachi López, de 65 años, y el licenciado en Políticas ferrolano Miguel Tellado, de 50. Ambos unidos por el hecho de que han desarrollado toda su vida profesional en el mundo de la política. En un momento dado, el presentador, el periodista Edu Galán, les preguntó por un libro que haya influido en sus políticas.
Contra todo pronóstico, Pachi, el muy básico Pericles del Bocho, citó uno, «un libro de Jesús Gallego sobre la Transición que estoy leyendo». Pero cuando le tocó el turno a Miguel Tellado confesó que él no lee: «No acumulo libros en la mesilla de noche. Ojalá tuviese tiempo para leer libros». Y se justificó explicando que se acuesta de madrugada leyendo informes y escritos parlamentarios. Tellado lo soltó en un tono como si casi le molestase que alguien pretenda que lea. Se presentó como si estuviese sosteniendo sobre sus hombros los pilares de la nación y no tuviese tiempo para fruslerías como leer libros.
Una vez trabajé con una compañera directiva que curraba sin reloj, todas las horas del mundo. No se permitía ni hacer un inciso para comer. Corrían los días de la crisis subprime, cuando Europa andaba de cabeza, y un día, desde el mucho aprecio que le tenía, no pude evitar comentarle: «Si tú tienes que currar aquí más horas que Angela Merkel para gobernar Alemania es que algo estamos haciendo mal».
La misma idea me ha venido a la cabeza ante el comentario de Tellado sobre que no tiene tiempo para los libros. Pare. Sosiéguese. Lea. Piense. No corra como un pollo sin cabeza detrás de lo urgente olvidando lo importante. Las peleas y afanes del día a día van y vienen y en un suspiro nadie se acordará de ellos. Lo importante en un político que aspire a marcar la diferencia son las ideas, los ejes de su manera de ver el mundo. Y esas raíces se afianzan sobre el pensamiento, que suele almacenarse en una antigualla que se llama libros.
Ahora me voy a poner un poco pedante pedante, pero usted sabrá disculparme. En lugar de ofrecer un mal ejemplo a nuestros chavales proclamando que usted ya no lee, anímese a hacerlo. Repase con Tocqueville como se construyó una gran democracia de contrapoderes. Estudie la historia de España para entender su presente. Sacúdase el pensamiento único socialdemócrata ojeando a Adam Smith o Roger Scruton. Descubra de dónde viene el malestar de la primera potencia mundial sumergiéndose en las memorias de J. D. Vance, o en la obra sobre El desmoronamiento de América de George Packer. Vivifíquese con el júbilo y el sentido común del pensamiento católico que exalta Chesterton en Ortodoxia, el autor que «más horas de felicidad» deparó a Borges. Lea las memorias del ácido e inteligente Calvo Sotelo, y las errantes y de ultratumba de Chateaubriand. Compare a Hayek y a Keynes. Devore la apasionante biografía de Thatcher que escribió Charles Moore, y El Mundo de ayer de Zweig. Entreténgase aprendiendo política con la trilogía de Robert Harris sobre Cicerón, o el Yo Claudio de Robert Graves.
Cultive su excelente cabeza. No se quede solo en espuma de cerveza, en las zarandajas de los jefes de prensa siempre al borde del síncope, y los tuits faltones arrojados a la cara del adversario, y los latiguillos coyunturales que morirán dentro de cuatro horas con la marea de otras noticias más frescas… Necesitamos políticos de luces largas, no figurantes para animar el circo televisivo y los bucles de información que nunca duermen.
Por supuesto este consejo es aplicable también para el 80% de nuestras estrellas políticas del momento, a estribor y a babor, que sufren un déficit de atención palpable y deberían anotarse la vieja máxima de Pascal: «La infelicidad del hombre se basa sólo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación». Hay que pensar antes de ponerse a hacer.