Se me ocurren muchos otros nombres que aumentarían la lista de dimisionarios, pero estos tres son los más urgentes
Grande-Marlaska
Hubo un tiempo en el que los ministros del Interior dimitían porque el Constitucional no convalidaba el proyecto de ley que ese ministro defendía; o porque les habían engañado sujetos implicados en casos de corrupción que, incumpliendo la palabra dada, se daban a la fuga. Fernando Grande-Marlaska acumula veinticinco solicitudes de reprobación. Imagino que a no mucho tardar le caerá la veintiséis. ¿Mera estadística? Puede, pero hay una línea que si la sobrepasas te inhabilita para seguir en el cargo: tomarle el pelo, con nocturnidad, a las víctimas del terrorismo.
Un comunicado de Interior aclaró en febrero de 2022 que no había ninguna iniciativa destinada a aligerar las condenas de los presos de ETA mediante el descuento del tiempo cumplido en cárceles francesas antes de que fueran entregados a España. Esta decisión, avalada en 2018 por una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, es la que ha rectificado a escondidas el Gobierno para asegurarse el apoyo parlamentario de EH-Bildu. Puede que a Pedro Sánchez ya le dé todo igual, pero un ministro del Interior que ha permitido esta burla indecente no está en condiciones de ejercer dignamente su cargo.
Ningún ministro del Interior puede sobreponerse a la imagen de ver en libertad, antes de tiempo, a Txapote y otros renombrados asesinos
Lo dije en un artículo anterior, cuando Marlaska se mantuvo impasible después de que el PSC de Salvador Illa se negara a guardar un minuto de silencio por los guardias civiles asesinados en el Estrecho, uno de ellos originario de Barcelona: “Su impasibilidad ante tanto despropósito convierte a Marlaska en un peso muerto, en un ministro neutralizado por una desafección interna de efectos extremadamente inhabilitantes”. Y me reafirmo. Ningún ministro del Interior puede sobreponerse a la imagen de ver en libertad, antes de tiempo, a Txapote, y otros renombrados asesinos, una “anomalía incompatible con la preservación del nivel mínimo de autoridad moral que se precisa para gobernar a hombres y mujeres que se juegan la vida a diario”.
Pilar Alegría
Hubo un tiempo en el que las ruedas de prensa del Consejo de Ministros, recuerdo por ejemplo la etapa de Ramón Jáuregui, no eran la arenga mitinera a la que ahora asistimos con frecuencia. Los portavoces respetaban el rol institucional asignado y utilizaban el atril de Moncloa para informar exclusivamente de las decisiones del Gobierno, en lugar de para atizar un día sí y otro también a la Oposición. Esto se hacía en el Parlamento o en las sedes de los partidos.
Pero en fin, como en esta vida todo cambia, y no siempre a mejor, ya nos hemos vacunado, y los reproches a esa conducta, en otros tiempos inaceptable, apenas si repercuten en una opinión pública crecientemente polarizada. Pero lo de Pilar Alegría ya es caso aparte. No es que use sistemáticamente el altavoz de Moncloa para fustigar a la Oposición -eso ya lo hacía su antecesora, Isabel Rodríguez-; es que, obediente, arremete impunemente contra las decisiones que toman otros poderes del Estado, llegando incluso, como ha hecho esta misma semana, a tergiversar dictámenes de los tribunales de Justicia.
Alegría es carne de dimisión, y lo peor para ella es que con la nefasta lectura que ha hecho del concepto lealtad, ya ni parece la mejor opción para dar la batalla a los de Lambán en Aragón
Alegría no se queda ahí. En aplicación de esa nueva doctrina que convalida la manipulación como aceptable instrumento de confrontación política (recuerden: “La sociedad se construye a través de discursos al margen de las realidades materiales”), miente de forma consciente para construir, en favor de Begoña Gómez, un relato opuesto a la verdad con el que alimentar a la tropa, o para justificar, mediante falsas comparaciones, el mayúsculo engaño diseñado por el Gobierno para conservar el apoyo de Bildu.
Pilar Alegría no debiera seguir un minuto más en el puesto. Quizá sea eso lo que tiene en mente Sánchez, de ahí la decisión de suprimir otro cortafuegos. Alegría es carne de dimisión, y lo peor para ella es que con la nefasta lectura que ha hecho del concepto lealtad, no parece la mejor de las opciones para dar la batalla a los de Lambán en Aragón.
Miguel Tellado
Hubo un tiempo en el que el trabajo de los grupos parlamentarios en el Congreso de los Diputados era casi artesanal. Asesores, asistentes y no pocos diputados se dejaban las pestañas para descubrir en los textos que se negociaban una coma mal puesta que modificaba el sentido de una frase (y de una norma), la ausencia de un detalle importante pactado con los colectivos afectados o el error en una fecha, forzado o no forzado, que podía condicionar el recorrido parlamentario de un proyecto de ley.
Si quieres ser creíble como alternativa de gobierno, si quieres recuperar la confianza perdida, tienes que hacer lo que denuncias que no hacen tus adversarios
Ese tiempo ya pasó, y fue sustituido por otro en el que la tecnología puede realizar cientos de comprobaciones en cuestión de segundos, existen softwares que descubren plagios descarados, o no tan descarados, y la inteligencia artificial permite reducir extraordinariamente el tiempo dedicado a los trabajos más soporíferos. Pero, ajeno a las potencialidades de estas herramientas, a Miguel Tellado se la han metido doblada. Ya sé, el malo malísimo es quien diseñó el fraude, pero esa evidencia no exime de responsabilidad a quien pudo evitarlo y no lo hizo; si no la modificación de la norma, sí el engaño.
¿Por qué Tellado tiene que dimitir? En primer lugar, porque es el jefe del grupo, y está muy feo descargar las culpas en otros. La segunda razón es que con su torpeza el Partido Popular nutre el discurso de que no están preparados para gobernar (sensación que en estos días están comprando muchos ciudadanos). Y por último, y quizá lo más importante: porque si quieres ser creíble como alternativa de gobierno, si quieres recuperar la confianza perdida, tienes que hacer lo que denuncias que no hacen tus adversarios. Qué se le va a hacer.
(Sugerencia: quizá Núñez Feijóo podría aprovechar para ir un poco más allá).