Isabel San Sebastián, ABC, 22/10/12
España ha sufrido en el País Vasco la derrota final de una justa que empezó a perder el día en que la entonces oposición popular se sumó al «plan de paz» de Zapatero
LO ocurrido en las elecciones del País Vasco demuestra una vez más que cuando se intenta comprar paz a cambio de dignidad únicamente se obtiene deshonra y guerra, que en este caso adoptará la forma de un formidable desafío secesionista procedente de dos parlamentos autonómicos «democráticamente» elegidos, a la sombra de esa amenaza difusa que es la banda terrorista no disuelta.
Lo ocurrido ayer en las urnas vascas era tan previsible que lleva a preguntarse si la traición perpetrada por quienes auspiciaron y/o consintieron este desenlace fue deliberada o se derivó de la monumental incompetencia del conjunto de nuestra clase política, proyectada en el Tribunal Constitucional por ese alevoso asesinato de Montesquieu que llevó a cabo el PSOE en 1985 con la liquidación de la independencia que la Constitución garantizaba a la Justicia. Ahora dos formaciones declaradamente independentistas controlan 48 escaños de los 75 que tiene la Cámara de Vitoria. Desde allí utilizarán esa abrumadora mayoría para acelerar el desafío a la kosovar que anunció recientemente Otegi (y adelantó, como siempre ha hecho, Mayor Oreja) e impulsar las políticas destinados a garantizar la impunidad de los terroristas que han actuado de «zapadores» en la eliminación de los adversarios que obstaculizaban la «okupación», con k, del poder por parte del nacionalismo excluyente. Zapadores, sí, y despiadados. A quienes invocan la ingente cantidad de votos recogidos por EH-Bildu/ETA para argumentar su legitimidad, les recuerdo que sus socios de pistola y coche-bomba llevan cuarenta años asesinando, extorsionando, obligando a los discrepantes a marcharse, hasta una cifra cercana a los 200.000, y actuando de matones en los pueblos que gobiernan con el fin de construir este escenario laminando cualquier oposición. Lo han logrado, al fin, merced a su absoluta determinación carente del menor escrúpulo, unida a nuestra debilidad fruto de la cobardía de muchos, el sectarismo miope de cierta izquierda que siempre otorgó a los terroristas un punto de razón que obligaba a negociar con ellos, y la ausencia de convicciones firmes por parte de este PP.
Como bien sabe Mariano Rajoy, el que resiste gana. Ellos han aguantado el embate de la democracia atrincherados en su delirio etnicista fanático, mientras que la democracia ha abdicado de algunas de sus leyes nucleares, como la de Partidos, que impedía la presencia de etarras batasunos en las listas, en el empeño de evitar el derramamiento de más sangre. Quienes piensan que aquí termina el combate se equivocan. Esto no ha hecho más que empezar y pronto se sumará a la contienda Cataluña, con una virulencia reforzada en el previsible espaldarazo que recibirá en las urnas este Artur Mas echado al monte.
El PP ha ganado en Galicia una batalla política crucial, que proporciona un balón de oxígeno al Gobierno, encumbra a Alberto Núñez Feijóo como el más poderoso de los «barones» de la derecha y contribuye a cavar un poco más la fosa de Alfredo Pérez Rubalcaba al frente de un PSOE en trance de desintegración. España ha sufrido en el País Vasco la derrota final de una justa que empezó a perder el día en que la entonces oposición popular se sumó, sin luz ni taquígrafos, al «plan de paz» de Zapatero. Tal vez no tengamos más muertos; ojalá. Pero seguiremos conviviendo con ETA desde la indignidad.
Isabel San Sebastián, ABC, 22/10/12