CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO – EL MUNDO

· Sobre la matanza de Las Ramblas, cuatro apuntes, cuatro días después:

1. La unidad

Es el objeto de deseo español. Anhelada, nunca alcanzada. Y es natural que sea así: la unidad frente al terrorismo sólo puede levantarse sobre un acuerdo moral básico, del que España carece. Es nuestro hecho diferencial. Y que me perdonen Carr y Elliott. Ocurrió en la lucha contra ETA: la vicepresidenta De la Vega tachó el Pacto Antiterrorista de «papelito» antes de fumárselo. Ocurrió también con el 11-M, convertido en sucio argumento electoral. Y ocurre ahora. El Gobierno de la Generalidad ha hecho un obsceno uso propagandístico de la matanza de Barcelona. Primero en catalán: «Nuestra forma de ser, forjada a lo largo de los siglos». Luego para el Times: «Nuestra identidad colectiva, que tiene más de mil años». Y, por fin, sólo para los suyos: el jefe de prensa de Puigdemont se pasó de astut y el sábado cerró su cuenta de Twitter. El nacionalismo siempre acaba en murallas.

La utilización de la masacre en beneficio del 1-O subraya una obviedad: la unidad con los que trabajan por la segregación es un imposible metafísico. Hay un conflicto de objetivos y también de valores. Se jactó Puigdemont: «Cataluña es ejemplo de solidaridad, convivencia y libertad». Lo será a pesar del nacionalismo y de todos los que oponen la paz a la ley. Hoy se reúne la mesa del Pacto Antiyihadista. El islamófilo y antioccidental Podemos ejercerá de observador. Sólo falta la CUP.

2. No tinc por!

Hay que tenerlo. Miedo a los que, con dinero saudí o subvenciones europeas, planean llenar nuestras ciudades de sangre y burkas. Y miedo también a los que no se toman en serio su amenaza. Ni siquiera es buenismo; puro narcisismo. Lo ha explicado aquí Ignacio Vidal-Folch. La imagen de Barcelona como ciudad inmune a la barbarie, prodigio de integración, posmo, cosmo y progre hasta la médula, es decir hasta Las Ramblas, ha estallado en lágrimas. Pero la frivolidad y la presunción de invulnerabilidad son obstinadas porque están al servicio de una estética y de una ideología. El realismo impone bolardos y el postureo izquierdista los pospone. La alcaldesa Colau se niega a instalarlos porque «coartan la libertad». No será la de los muertos.

3. ‘The Catalan Police’

La campaña de exaltación de los Mossos d’Esquadra –palco del Camp Nou incluido– está siendo impúdica, imprudente. El separatismo está a 25 caracteres de proclamarla «la Policía del Referéndum». «El mundo ha visto que Cataluña ya es un Estado con instituciones y policía de primera», ha dicho el redivivo Carod Rovira, suponemos que rumbo a alguna cueva afgana donde pactar la exclusión de Cataluña del perímetro de objetivos terroristas.

El yihadismo es devastación barata: un seso fanatizado y una furgoneta de alquiler. No es fácil combatirlo. Y aunque lo fuera hay que recordar la pregunta con la que un ministro calló al joven Raymond Aron: «¿Usted qué habría hecho?». Pero una cosa es el reconocimiento, sobrio y justo, y otra la glorificación con fines políticos. Y quien los confunde se expone al escrutinio. Que conteste el consejero Forn:

– Una célula de al menos doce terroristas, algunos adolescentes, sin preparación ni pericia, preparó durante meses una carnicería en el centro de Barcelona. Nadie los detectó. Ni siquiera estaban fichados.

–La CIA advirtió sobre un atentado en Las Ramblas de Barcelona, exactamente. Fue ignorada.

–Una vivienda ocupada en Alcanar quedó arrasada por una explosión. En su interior había al menos un cadáver, un herido, más de cien bombonas de butano y material explosivo. Nadie siguió la pista. Confundieron el cuartel general islamista con un laboratorio de drogas.

– Una furgoneta asesina irrumpió a media tarde en la calle más querida de Barcelona. ¿Bolardos? Ninguno. Pero tampoco la presencia policial exigible en un lugar con el mismo valor simbólico y aún más afluencia que el Puente de Londres o la Torre Eiffel.

– En plena alarma post-atentado, un individuo mató a un conductor, robó su coche, atropelló a una policía en la Diagonal, siguió conduciendo hasta Sant Just, abandonó el coche y huyó. Seguimos sin saber quién era y dónde está.

– La operación Jaula fracasó. El principal sospechoso, mejor dicho, el último –vamos a uno por día–, huyó. Un asesino anda suelto. Quizá dos.

– Y la última novedad: el presunto cerebro de la célula era el imán de Ripoll. No un desconocido, un sujeto que había pasado por la cárcel, un radical de libro.

¿Nada que objetar? Bueno, poco de lo que presumir. Con una excepción: la hazaña del agente que mató a cuatro terroristas en Cambrils. Por cierto, también dirigida al consejero Forn: nuestro héroe, ¿es un catalán o un ciudadano español?

4. El Estado

Una matanza yihadista en el corazón de la segunda ciudad española podría haber reforzado al Estado. De momento ha hecho lo contrario. Y la responsabilidad es compartida. De un lado, el separatismo hiperventilado. Del otro, un Gobierno a la defensiva.

El sábado, El País publicó uno de esos párrafos con lucecitas. La voz de una persona de confianza del presidente del Gobierno ronronea en el relato del periodista: «Rajoy ha extremado hasta ahora la prudencia para que nadie pueda acusarle de que quiere sacar provecho político a la tragedia, como hizo Aznar con el 11-M: ha acudido a Barcelona a reunirse con Puigdemont y ha aceptado la preeminencia del Gabinete de crisis montado por la Generalitat. Ni siquiera ha convocado el Consejo de Seguridad Nacional, aunque se trate del peor ataque terrorista sufrido por España desde 2004». El lector se deja acunar por la pedagogía, pero ay: la palabra «prudencia» aviva su memoria y, con ella, su instinto. Prudentes fuimos el 9–N. Prudentes somos cada vez que buscamos justificar la ausencia de reflejos o iniciativa.

El presidente del Gobierno tardó en anunciar su viaje a Barcelona y nunca sabremos lo que tardó en decidirlo. ¿Tanto como si la masacre hubiese sido en Sevilla? En todo caso, no compareció antes de montarse en el avión. Y suponemos que no fue por motivos de higiene o aliño indumentario: tiene por costumbre veraniega irrumpir en el telediario con el rastro del paseo en la frente. Cuando por fin compareció, pasada la medianoche, es decir al día siguiente, leyó una declaración formalmente impecable y estratégicamente inútil. Sin vocación de liderazgo, sin información y por supuesto sin anuncios con fines disuasorios. Por ejemplo: «Elevaremos la alarma al nivel 5, porque España no es distinta de Bélgica o de Francia».

Queda demostrado que sí lo es: aquí el Ejército es demonizado por un Gobierno autonómico con aspiraciones golpistas. Y el Gobierno central lo asume y baja la cabeza. El nacionalismo sí les da miedo.

Y con la inhibición política, la policial. Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado han tenido estos días un papel perfectamente residual. La recentralización, esa mentira. En su chapucera revisión del Estatuto de 2006, el Constitucional salvó el artículo que otorga a los Mossos competencias en materia antiterrorista, en solapamiento con la Policía Nacional y la Guardia Civil. Una vez más, la racionalidad subordinada a la política. Hoy, purgados el consejero Jané y el director Batlle, la policía autonómica exhibe su plena autonomía. Del ministerio del Interior y, según su nuevo responsable, pronto también de la ley.

La matanza de Las Ramblas deja la imagen de un Estado replegado. El viernes, la presidenta Cifuentes colgó, inocente, una foto en su cuenta de Twitter: «Con @ja_nietob [secretario de Estado de Seguridad] y Germán López, Dtor. Gral. @policia, destacando el extraordinario trabajo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado». Los tres en Madrid. A la misma hora, en la Plaza de Cataluña, Rajoy y su vicepresidenta guardaban el silencio seco de los convidados de piedra. A su lado, la figura solitaria del Rey.