Eduardo Uriarte-Editores
Quizás un poco pronto, pero el principal riesgo que desde su origen padeció la democracia española, que no era ni ETA ni el separatismo aunque fueran amenazas brutales, estaba dentro del sistema: la partitocracia.
Cuando la práctica de los partidos fue convirtiendo a sus representantes parlamentarios en meros peones atados a la jerarquía del aparato, y no en representantes de la ciudadanía, cuando la crítica interna fue abolida de su seno, cuando la propaganda sustituyó la elaboración teórica y las personalidades con mejor bagaje eran apartadas o se alejaban para evitar tan agobiante sometimiento, los partidos fueron convirtiéndose en un fin en sí mismo sin más objetivo que alcanzar y sostenerse en el poder. Premisa para que fueran configurándose como entidades de vocación totalitaria.
Tenía que llegar que la partitocracia se cargara el Estado de derecho y sería el PSOE, por origen y tradición (el mismo que el de la revolución de Asturias), el destinado a protagonizar este golpe, pues ningún partido de la derecha sobrevivió a la dictadura de Franco, careciendo nuestra derecha del poso de maniqueísmo frentista del que hacen gala socialistas y nacionalistas. El partido que sobrevivió a la trágica experiencia franquista y atesora el recuerdo de la lucha de clases, tras desenterrar en la actualidad la guerra civil para continuarla por otros medios, liquida el Estado de derecho mediante la más corrupta de las negociaciones, promoviendo la ruptura constitucional mediante una amnistía a cambio de siete escaños favorables a los intereses del aparato socialista. No debiera ser necesario matizar que el sanchismo constituye la negación del excepcional PSOE social-liberal, democrático, que potenció el sistema del 78.
Se podría poner en duda la inconstitucionalidad de una amnistía, incluso cuando la Constitución no permite los indultos generales, pero lo que no se puede negar es que se realiza sin consenso suficiente, en contra de los criterios sostenidos por sus promotores hace muy poco tiempo, mediante una proposición de ley que esquiva los cauces de una ley que debiera ser en todo caso serena y trascendente, promovida tras el dictamen de Consejo de Estado y el Tribunal Supremo, y que es, en cambio, simple y infamantemente, un trágala decimonónico, chapucero, para conseguir siete votos. Una amnistía con todas las características propias de las decisiones adoptadas por los autócratas.
La libertad e igualdad de la ciudadanía se va quebrar descaradamente desde este momento, aunque ya se atisbara este devenir en los dos estados de alarma a causa del covid o por la lluvia de decretos leyes o la opacidad de este jerarca. Entramos en la época de la arbitrariedad, el imperio de la propaganda apologética al líder y a su partido y la condena de la opinión libre. Se quejaba Ignacio Varela en la radio de que la ruptura había llegado a la sociedad, descubierta en la dificultad de comunicación entre las viejas amistades por la tensión política descargada en esos últimos años. Desgraciadamente esa situación en el País Vasco y Cataluña la conocemos desde mucho tiempo atrás, bajo las concepciones doctrinarias que se trasladan a toda España. Por eso, mi cuadrilla, formada por heterodoxos, traidores y héroes, fugados, exiliados y expresidiarios, con sus errores cometidos cuando se deben hacer, a los veinte años, bajo el yugo nacional-socialista padecido en Euskadi, seguimos manteniendo la amistad. Que vayan mis amigos del resto de España buscando este tipo de refugio anímico ante la que les va caer de nuevas.
Nadie en país de nuestro entorno ha llegado tan lejos porque resulta irracional su prepotencia: cargarse el sistema político y la entidad territorial que le ha otorgado el poder hasta hacerlo añicos (la irracionalidad, privilegio de los tiranos). Por eso, si algún día triunfara una alternativa constitucional ésta tendrá que ser constituyente ante el estropicio producido y en evitación de los defectos que en este sistema ha favorecido la fácil emergencia de sus verdugos. Crápula le llamó Marx a Luis Napoleón.