Javier Zarzalejos-El Correo

  • La solidaridad europea con Israel, amenazado por una potencia nuclear fuera de control internacional como Irán, es lo que cabe esperar

Hay tres certezas que definen la situación de Irán y su consecuencia directa, el conflicto que le enfrenta con Israel. La primera de estas certezas es que el régimen de los ayatolás es irreformable. La habitual especulación sobre la existencia de moderados opuestos a la línea dura ha sido eso, una digresión sin contenido y sin esperanza de moderación.

La segunda certeza es que la política de apaciguamiento que siempre ha buscado intercambiar tolerancia hacia los ayatolás a cambio de una cierta estabilidad ha fracasado, o al menos ha dado de sí todo lo que podía. Irán por sí mismo y a través de sus ‘proxis’ como Hamás, Hezbolá los hutíes de Yemen y las mafias que han operado en suelo europeo como asesinos contratados -ahí está el asesinato frustrado de Alejo Vidal Cuadras en Madrid- es el principal agente de desestabilización regional con evidentes implicaciones globales que quedan de manifiesto con la condición adquirida por Teherán como principal aliado de Rusia en su agresión a Ucrania.

La tercera certeza es aún más crucial si cabe: Israel nunca permitiría que el régimen accediera a la bomba nuclear. Se ha desdeñado, o al menos infravalorado, la continuidad del programa nuclear iraní que no tiene justificación alguna para usos civiles y pacíficos, con el progresivo enriquecimiento de combustible nuclear que solo podía explicarse por el objetivo de dotarse del arma nuclear. La progresión del programa atómico y la sistemática elusión del régimen internacional de inspecciones, unida a la capacidad balística de los iraníes, han ido acercando ese escenario de pesadilla en el que los ayatolás podían disponer de la bomba atómica frente a un país que tiene pocos minutos para reaccionar frente a un misil lanzado por Teherán.

El pasado día 12 el organismo de la ONU para la energía atómica (OIEA), responsable de las inspecciones, aprobó una resolución que definía una situación de verdadera emergencia. La OIEA declaraba que Irán incumplía sus obligaciones en materia de proliferación, denunció falta de cooperación de las autoridades al menos desde 2019, alertó de la presencia de partículas de uranio en lugares no declarados y, con todo esto, el propio director general del organismo, Rafael Grossi, declaraba que Irán disponía de 400 kilos de uranio altamente enriquecido. Irán respondió a esta resolución anunciando planes para abrir una nueva planta de almacenamiento de uranio.

Con estos antecedentes, el ataque preventivo de Israel para neutralizar las capacidades armamentísticas nucleares de Irán es sin duda un motivo de preocupación, tanto por la dificultad para valorar el daño que efectivamente la acción israelí puede causar en instalaciones altamente protegidas como por el riesgo de escalada. Sí, puede preocupar, pero no puede recibirse como una sorpresa. Tenía que ocurrir, tarde o temprano. Exigir que Israel asuma el riesgo de esperar a que las inspecciones se reanuden, a que Irán cumpla con sus obligaciones, a que los procedimientos diplomáticos sigan dando una y otra vez vueltas a las mismas estrategias en las que el régimen teocrático sabe sobrevivir, es una planteamiento que un país amenazado por el apocalipsis chií de los clérigos iraníes no puede aceptar. Tratándose de la bomba nuclear ni hay segundas oportunidades ni se puede jugar al límite.

Se abre la incógnita del papel que pueda jugar Estados Unidos. Trump es imprevisible, pero puede anticiparse que, si las capacidades tanto ofensivas como defensivas de Israel se vieran tensionadas al límite, Washington con seguridad actuaría como garantía última de este. La Unión Europea, cuya posición ha ido cargándose de censura a la operación militar sobre Gaza, ha adoptado un lenguaje y una posición mucho más comprensivos hacia las necesidades de seguridad que Israel ha alegado para atacar a Irán.

La solidaridad con un país amenazado de manera permanente por una potencia nuclear fuera de control internacional es la reacción que cabe esperar, lo que no impide que, al mismo tiempo, Bruselas insista en apoyar vías diplomáticas a pesar del escepticismo que suscitan.

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha explicado que el cambio de régimen en Irán no es el objetivo de esta acción militar contra Teherán, pero puede ser uno de sus efectos. En realidad sería el más importante y el más esperanzador para poder avistar un futuro de estabilidad en la región, para acabar con la represión brutal y sistemática de los ayatolás hacia su propio pueblo y para construir un futuro en Irán a partir de las grandes fortalezas de su sociedad aprisionada por la tiranía de los ayatolás.