Olatz Barriuso-El Correo

En la primavera de 2018, cuando el fiasco del referéndum catalán y sus consecuencias ya habían enfriado drásticamente la pulsión soberanista en Euskadi, el PNV ayudó a difundir entre sus bases la cadena humana organizada por Gure Esku Dago. El GBB remitió cartas a sus afiliados para animarles a participar mientras Bizkaia y Álava se limitaron a reenviar la información. En todo caso, colaboraron activamente para socializar la iniciativa. «Somos un partido abertzale y el derecho a decidir forma parte de nuestro ideario», justificaba el EBB.

Que se sepa, eso no ha cambiado y no hay razones para dudarlo. Más bien, lo que ha dado un vuelco es el contexto político, no tanto el sociológico, en el que Gure Esku (ya sin el ‘Dago’) anima a la ciudadanía a reivindicar en las calles, este sábado, que Euskadi es «un pueblo libre». La efervescencia soberanista que provocó el referéndum escocés y las expectativas alentadas por la vía unilateral catalana ya habían empezado a decaer hace siete años: los partidarios de convocar una consulta unilateral habían caído veinte puntos desde 2015 y el apoyo a la independencia estaba ya bajo mínimos. Hoy, las cosas están igual o peor: el ambiente soberanista, con la preocupación por la vivienda y la seguridad en máximos, sigue átono, por no decir lánguido.

Sin embargo, en lo estrictamente político, el PNV de 2018, empujado desde el Parlamento vasco por Joseba Egibar, negociaba entonces con Bildu unas bases para el nuevo estatus de alto voltaje soberanista. No tenía motivos para ver peligrar Ajuria Enea; más bien celebraba haber enderezado el rumbo del gasero (la metáfora con que se suele referir a sí mismo) y vivía, en definitiva, un momento dulce en el que lo que más le preocupaba de las plataformas ciudadanas es que acabaran sucumbiendo a la tentación de ocupar el espacio de los partidos, con el apoyo de sindicatos con vocación de contrapoder.

Hoy, no es casualidad que por primera vez el PNV, con cúpula renovada y Aitor Esteban al frente, decline participar como sigla en la manifestación convocada por Gure Esku que EH Bildu secunda con entusiasmo. Se ha pasado de competir con la izquierda abertzale en su mismo terreno a evitar comprarle el marco y recorrer las calles de la mano de un partido, el de Otegi, que ha decidido asimilarse en casi todo al PNV para acabar desbancándole, una posibilidad que nadie se atreve a descartar. «Ya nadie tiene el voto seguro», confiesan los jeltzales.

La reforma del Estatuto y la «ventana de oportunidad» que estaría a punto de cerrarse si las ‘leires’ y los ‘aldamas’ acaban precipitando la caída de Sánchez se ha convertido en el principal argumento de Bildu para presionar al PNV y meterle prisa. La gran pregunta es quién recogería los réditos de precipitarse en un asunto que va avanzando discretamente entre bambalinas pero que está lejos de estar atado y al que le esperaría, en todo caso, un tortuoso recorrido judicial aunque Moncloa le diera luz verde. Por un principio elemental de prudencia y por la posible patrimonialización que Bildu pueda hacer de la marcha, el EBB ha optado por hacerse a un lado. Aunque, como es habitual, el PNV guipuzcoano, heredero directo del de Egibar, haya preferido no darse por enterado. La palanca de cambios del soberanismo vuelve a tensar las costuras del PNV.