Tonia Etxarri-El Correo
Horas después de que se hubieran celebrado las elecciones catalanas, la dirección de comunicación del PSOE dejaba enlazado en las redes sociales el vídeo de celebración de los buenos resultados obtenidos por Salvador Illa para marcar su sentencia «¡Vaya si merecía la pena!», en alusión a las dudas imaginarias que manifestó Pedro Sánchez durante sus cinco días de meditación. Se trataba del primer spot publicitario de la precampaña de las elecciones europeas. Con mensajes de reafirmación y, por supuesto, de victimismo mirando ya hacia el Parlamento Europeo. Sin tiempo que perder. Los socialistas fueron los primeros en agitar la propaganda de la próxima campaña europea porque necesitan mantener la movilización. Generar la tensión que tanto les conviene, que diría Zapatero, porque en los sondeos de las elecciones europeas, aunque van acortando distancias con el PP, no aparecen como favoritos.
Y la ocasión, para activar la polarización, se la ha servido en bandeja el presidente argentino Milei, en su disparatado mitin conducido de la mano de Vox, y el ascenso demoscópico de la ultraderecha en algunos países de nuestro entorno.
El regalo a Sánchez ha venido de la mano del presidente argentino, tan resentido porque un ministro del Gobierno español sugirió que se drogaba y otra le llamó fascista, que se puso a la misma altura del Gobierno español para insultar al presidente y a su esposa. Inadmisible. Intolerable. Pero… ¡Bingo! Justo lo que necesitaba el sanchismo para remover las bajas pasiones. Zapatero se frota las manos.
El drama, el victimismo, mueve votos. Sánchez le exige a Milei «respeto entre gobiernos». Pero del «caso de corrupción de la señora Ayuso», como sostuvo el presidente del Gobierno en sede parlamentaria sin que se le moviera una pestaña, en referencia al hermano de la presidenta de Madrid no hay, por lo visto, que pedir disculpas. Y eso que se trataba de un caso que fue sobreseído por la Justicia. La madrileña y la de Bruselas. Pero que nada nos distraiga de la campaña de la izquierda contra el PP. Que los escándalos sólo circulen en una dirección. La extrema derecha, al ostracismo. La extrema izquierda, cobijada en el Gobierno de la Moncloa desde donde se practica el insulto profesional, la descalificación del contrario. Y el PSOE, que ha hecho suyo el bajo estilo de Podemos, se apunta a la corriente. Pero las víctimas, dicen, son ellos. Y el Estado es Pedro Sánchez. Absolutamente.
Para Feijóo, Pedro Sánchez y Javier Milei, en el fondo, se parecen por su forma de actuar. Para Vox, que está sacando rentabilidad de marcar sus diferencias con el PP, la derecha acomplejada no se diferencia del Gobierno de Sánchez. Si no fuera por la trascendencia de los resultados electorales en la próxima cita europea, este nivel de debate político no supera el de los últimos guiones, pospandemia, de Netflix. Vox y el PSOE se necesitan. Y así hasta el 9 de junio. Después, volverán a hablar de Puigdemont y de nuevas citas electorales. Es la noria imparable.