Entrevista
José María Sánchez Galera-El Debate
- Eduardo ‘Teo’ Uriarte comenta desde EncuentroMadrid su paso por ETA hasta la situación actual de España y su elogio a la Transición
Durante un par de décadas ocupó cargos institucionales, y en la actualidad es el gerente de la Fundación para la Libertad. Una asociación en la que también aparecen nombres como Iñaki Arteta, Mikel Buesa, José María Calleja, Inma Castilla de Cortázar, Rosa Díez, Nicolás Redondo, Fernando Savater, Edurne Uriarte, Germán Yanke o Ana de Palacio. Ha participado en EncuentroMadrid, junto con el periodista Vicente Lozano y la profesora Alicia García Ruiz (Universidad Carlos III), en una mesa redonda titulada «España, ¿es posible construir juntos?».
–¿Qué responde a esta pregunta: ‘Es hoy posible construir juntos España’?
–En estos momentos, los hechos cotidianos demuestran que es muy difícil. Pero España se construye juntos o España se disuelve. Como sigamos con esta situación, en esta dinámica de tensión, se disuelve el país. En estos momentos la crisis de la nación es muy profunda.
–¿Esta crisis se debe a la ruptura del pacto de la Transición, o hay más aspectos?
–Evidentemente es la ruptura del pacto de la Transición, pero va más allá; es la frivolización de la política. Estamos en unas circunstancias de acción política surrealista, dadaísta, esperpéntica, en el que el presidente del Gobierno es presidente con el apoyo de los que quieren destruir la nación que él preside. Lo lógico hubiera sido haber llegado a algún tipo de pacto de legislatura con el adversario [el PP], que es adversario y socio fundamental en el devenir político de España. Y hay problemas evidentes como son la deuda, la inestabilidad económica, la pérdida del prestigio internacional de España, el deterioro de la política, el distanciamiento de la ciudadanía. Hay una serie de síntomas que nos están mostrando la caída del sistema político y de lo que era la nación.
–En 1978 había personas que procedían de una situación muy distinta a la nuestra. Gran parte de los que llevan a cabo la Transición son el Gobierno, que venía del franquismo, otros habían participado en la Guerra Civil o incluso en actividades terroristas. Y se pudo acometer una Transición. ¿Por qué ellos pudieron y nosotros no?
–Se dice que la guerra no está presente y que la dictadura no está presente. Está absolutamente presente en la Transición, pero como experiencia positiva para superar lo que había sido la dictadura y la guerra. Claro que Fraga sabía que Carrillo había estado en la Junta de Madrid, claro que Chus Viana sabía que yo había estado en el Proceso de Burgos, pero había que evitar que esas circunstancias de enfrentamiento continuaran. Y junto al encuentro hay un elemento de prudencia que Felipe González utiliza para tranquilizar el radicalismo obrerista. Era la experiencia de un pasado que se quería superar. Y eso anima el encuentro. Pero hoy determinados sectores de los partidos que han gozado del poder se han radicalizado. En la partitocracia, los partidos se convierten en un fin en sí mismo, y se van radicalizando paulatinamente como medio de supervivencia. La partitocracia conlleva la falta de influencia de la sociedad en los partidos y, por el contrario, cada vez es más la influencia que el partido tiene en las instituciones y en el Estado, en los jueces, en los empresarios, si es posible. No se trata solamente de una mutación constitucional, se trata de un paso hacia el totalitarismo político lo que estamos pudiendo observar en estos momentos.
–Jaime Mayor suele decir que lo que se llama Memoria Histórica y, por otra parte, el proceso de pacto con ETA son, en realidad, las dos caras de una misma moneda, y que el objetivo no es otro que lograr que la mitad de España, que la derecha nunca estuviera legitimada para gobernar, de modo que hubiera una perpetuación en el poder. Aliándose con quien hiciera falta.
–Sí, sí. Yo escribí un libro que se llamaba Tiempo de canallas. Ahí digo que en las conversaciones de Loyola se está esbozando un proyecto de encuentro entre PSE y HB. Lo que se pretende, efectivamente, es fijar un bloque político, dirigente, no solamente en el País Vasco, en Cataluña, sino en toda España. Lo que quieren es un bloque hegemónico que impida la libertad de opción política en este país, como pasa con el peronismo en la Argentina.
–Al contrario, en la Transición, la UDC entendía que un día iba a gobernar el PSOE. Se asumía que el otro puede gobernar.
–Sí, sí, sí. Yo fui bautizado en la Macarena. A mí me ha dado pena que le quitaran la tumba al general Queipo de Llano. Me han quitado a mis enemigos de enfrente. Yo los respetaba porque eran mis enemigos. Estos no respetan ni al adversario político tan siquiera. Lo que quieren es hacerlo desaparecer, liquidarlo. Es la superioridad moral de la izquierda, pero en política no debe haber superioridad moral, debe haber argumentos. El triunfo de este gobierno consiste en criminalizar a la derecha, hacerla descendiente de Franco. ¡Pero si los primeros en abrir el sistema, para que la democracia fuera posible, fue la gente de la derecha, la gente que venía de Falange o del Movimiento!
España se construye juntos o España se disuelve
–¿Hoy es todo lo contrario?
–Hoy no hay piedad, no existe actitud positiva ante el adversario político. Y cuando no existe, los has convertido en enemigos. Y eso es lo que están haciendo con la memoria histórica y la memoria democrática. La estatua al general Franco de Nuevos Ministerios la solía mirar cuando salía de la estación, de joven, y yo decía: «Hola, Caudillo, cabrón». Y van y me la quitan. A mí no me importa, era mi adversario, pero me fastidia que me la quiten. Los ciudadanos de Viena no permitieron que se quitara el gran monumento que existe al soldado soviético. ¿Para qué? Para recordar los errores que cometieron y que acarrearon que los soldados soviéticos ocuparan Austria. Yo estuve en una escuela durante ocho años en la que querían que quitara algo que era fundamental. Era una de las pocas escuelas hechas en los años 40 que tenía el águila de San Juan allí. Y me venían los padres, y les decían que formaba parte fundamental del edificio, que a mí me parecía bien que quedaran los referentes y, además, esa escuela que estaba bastante bien hecha. Esto recordaba que era de esa época. Hoy mis hijas todavía no se atreven a decir que son hijas mías. Se dice: «En Euskadi ahora no se mata»; sí, no se mata. Pero les hablan del proceso de Burgos, y mis hijas, calladitas. Se ha avanzado mucho en el control social y en el control de las diferentes instituciones civiles que hay en el país, desde la universidad hasta empresas. Lo que hace falta es menos circo y más argumentación en la dialéctica frente a una izquierda populista y demagógica.
Hoy mis hijas todavía no se atreven a decir que son hijas mías. En Euskadi ahora no se mata, pero les hablan del proceso de Burgos, y mis hijas, calladitas
–¿Cómo se entra en ETA?
–Yo tenía veinte años o menos cuando me metí en ETA. Muy influenciado también por el clero y por la concepción religiosa. Yo era muy religioso. Casi todos venían del seminario. De los catorce que éramos, el único que no había estado en el seminario era yo. Aquella era una concepción muy dicotómica y maniquea del mundo y de la política. Por ejemplo, Izko de la Iglesia –al que acusan del asesinato de Melitón Manzanas– está convencido en esos momentos de que él lo hace desde sus planteamientos religiosos; él había estado de trinitario. Él cree que va a hacer un bien a la humanidad y a la religión. Resulta aberrante, pero era lo que nos enseñaban. Es más: si en el Proceso de Burgos vamos allí a dar la cara, no fue ni por marxismo–leninismo, ni por gaitas, fue porque Onaindía –que era un seminarista mercedario al que echan del seminario por una chorrada–, frustrado porque no tiene martirio con unos negritos que lo metan en unas cazuelas, dice: «Chavales, todos vosotros al paredón, y vais a ir cantando aleluyas al paredón». Y fue eso, inmolación religiosa. ¡Qué marxismo–leninismo!; nos habían preparado para la inmolación religiosa. Y esa fue la actitud. Y lo jodido es que los militares no se dieron cuenta y nos montaron el numerito. «¿Y qué hacemos con estos locos?», diría el Caudillo. «Vamos a indultarlos, están chalados».
Me perdono, pero llevo la culpa encima. Y la llevo como esa cicatriz necesaria que hay que tener siempre para dirigir tu comportamiento posterior
–¿Puede uno perdonarse a sí mismo?
– [Se emociona] Hombre, yo reconozco la responsabilidad; lo tengo absolutamente claro, pero ejerzo la benevolencia en mi condena. Perdóname esta fatuidad por mi parte, pero, cuando uno se pringa, en una situación de dictadura, en política, tiene una cantidad de posibilidades de meter la pata que no te cuento. Si yo he podido reflexionar mucho es porque yo llevaba la culpa encima. Yo llevo la culpa encima. Es más, algún caso yo favorecí que entrara en ETA, y murió el pobre chaval… son palabras mayores. Y yo lo paso mal y mi amigo, que apenas tuvo responsabilidad, lo pasa muy mal. Nosotros creíamos que estábamos haciendo un bien a la humanidad y a la revolución. Me perdono, pero llevo la culpa encima. Y además llevo la culpa como esa cicatriz necesaria que hay que tener siempre. La culpa es una referencia necesaria para dirigir tu comportamiento posterior. Y mucho más en política.