José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

  • Uriarte, ahora al frente de la Fundación para la Libertad, es un referente cívico en el País Vasco, un constitucionalista convencido y un analista bien informado de la política vasca

El 20 de octubre de 2011 tres etarras encapuchados —David Pla, Izaskun Lesaka e Iratxe Sorozabal— comunicaron que la banda cesaba definitivamente su actividad terrorista. Diez años después, El Confidencial ha conversado con Eduardo Uriarte Romero —más conocido como Teo Uriarte— que fue miembro de ETA desde 1964, condenado a la pena capital en el Consejo de Guerra celebrado en Burgos en 1970, conmutado su fusilamiento por prisión, amnistiado en 1977, cofundador de Euskadiko Ezkerra, militante del PSE, partido con el que fue elegido concejal por Bilbao y teniente de alcalde de la ciudad. Uriarte, ahora al frente de la Fundación para la Libertad, es un referente cívico en el País Vasco, un constitucionalista convencido y un analista bien informado de la política vasca. Es autor de ‘Tiempo de canallas’ y ‘La insurrección de los vascos’. En esta entrevista, se muestra crítico con el discurrir del País Vasco durante esta década tras la desaparición de las acciones terroristas de ETA.

PREGUNTATras diez años desde que ETA anunciase el fin de su actividad terrorista, ¿qué queda de la banda en el País Vasco?

RESPUESTA. Queda su discurso y su creciente presencia política. Un discurso más libre que nunca en su exposición ante la opinión pública. Expuesto con toda contundencia por sus representantes políticos, EH Bildu, la segunda fuerza en el País Vasco, legitimada, además, públicamente en toda España por su alianza con el actual Gobierno social populista. Hay que destacar que constituye el discurso cultural dominante. Otras formaciones políticas como Podemos, PNV, incluso el actual PSE, asumen parcialmente el discurso nacionalista radical que ETA ha producido a lo largo de su existencia. Esta es la situación actual.

P. ¿Comparte la tesis de que ETA nació contra España más que contra el franquismo? Este criterio es mantenido por muchos académicos vascos y se apoya en el número de atentados antes y después de la muerte de Franco.

R. Aunque ETA surgiera y recibiera su inicial bagaje legitimador durante el franquismo —historiadores como Gurutz Jaúregui, Javier Corcuera, y otros muchos así lo aprecian—, ETA desde su inicio rechazó ser un movimiento antifranquista intentando evitar entre sus militantes cualquier confusión. Se declaraba radicalmente nacionalista, ajena del sistema político que existiera en el resto de España.

Es más, se puede apreciar en su literatura inicial su preocupación ante la posibilidad de que el alma nacionalista se diluyese —en evidente prolongación del pensamiento de Sabino Arana— ante el cambio democrático que fuera a producirse tras la muerte de Franco, incluida una III República. Es, por el contrario, en gran medida la angustia ante la libertad que en España fuera a producirse la causa de su creación, no tanto la larga y pesada dictadura que se padecía.

«El de Bildu constituye el discurso cultural dominante en Euskadi»

P. ¿La Ley de Amnistía y la memoria histórica en Euskadi, cómo se combinan? ¿no se está olvidando la Ley de Amnistía para una revisión que da un salto de pértiga sobre los asesinatos, secuestros y chantajes de ETA?

R. Personalmente creo que el discurso de Marcelino Camacho en el Congreso ante la aprobación de la Ley de Amnistía es una de las páginas más honrosas de nuestra historia erigiendo el hito del enterramiento del franquismo y la fraternidad democrática. El populismo hoy, los identitarismos, es decir, la cainita emotividad e irracionalidad hoy dominante, arrasan la formulación del encuentro democrático del 78, y con ello la convivencia entonces conquistada.

El fin de la memoria histórica es resucitar al franquismo, no dignificar a sus víctimas, para que unos nuevos protagonistas, mediante el sectarismo y el necesario enfrentamiento, nos lleven a un nuevo sistema basado en la hegemonía del izquierdismo. La memoria histórica en gran medida constituye una revisión condenatoria de lo que supuso la Transición y la Amnistía, poniendo, por el contrario, en valor, como hiciera Iglesias en una ‘herriko taberna’, la coherencia de ETA al haber rechazado incluso en solitario esta falsa democracia continuadora del franquismo. Mediante este criterio no solo se rompe con la democracia real existente, se pone en valor a ETA, a la que no se le olvida sino se la dignifica.

P. ¿Considera que ETA y las complicidades de determinados sectores han propiciado una auténtica diáspora de vascos por el resto de España?

R. Es evidente que sí. Para cualquier vasco, incluidos nacionalistas, en el resto de España, excepto Cataluña, se vive más libre, mejor, con menos precaución y miramiento. No hay más que pasear por Madrid, y no digamos por Marbella, para verlo.

El terrorismo expulsó a mucha gente, también el euskera en la Administración y la docencia, y el no disponer de determinado carné de partido, también. Y aunque el nivel de bienestar y servicios de nuestras localidades sean muy buenos, el ambiente prosigue enrarecido, el silencio es la defensa del disidente, la discreción es la costumbre para el que no desea pertenecer al redil nacionalista y seguir viviendo aquí… Los expulsados por el terrorismo ya no volverán, solo de visita.

«ETA rechazó ser un movimiento antifranquista. Era radicalmente nacionalista»

P. Se ha debatido mucho sobre qué factor determinó el cese de la actividad terrorista de ETA: para unos la acción de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, para otros la «negociación» protagonizada por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y no faltan quienes atribuyen a una debilidad endógena de la organización terrorista su propio final. ¿Cuál es su opinión?

R. Es la derrota policial, especialmente la protagonizada por la Guardia Civil, el elemento determinante que lleva a ETA a la declaración de su disolución. Hay que incluir, también, la Ley de Partidos, que minaba seriamente el futuro del brazo político de ETA.

Es, por el contrario, la negociación duradera y pertinaz que Zapatero potencia, cuando ETA está agónica, la que facilita la superación de la hecatombe que para el nacionalismo hubiera supuesto su derrota, facilitando por todos los medios —contradiciendo al Tribunal Constitucional y al Tribunal Supremo— la legalización del brazo político de ETA.

Mientras la policía actuaba con destacada eficacia, la negociación daba árnica al cadáver de ETA, excusando su artificial existencia en una mesa de negociación la necesidad de ofrecer una salida política al brazo político de ETA. Este comportamiento excesivo en la negociación con ETA-HB lo que estaba pergeñando era la creación de una alianza, un nuevo bloque político, al socaire de las admiradas, por sectores del PSOE, experiencias latinoamericanas. Es decir, el bloque que hoy forma el sostén parlamentario de Sánchez.

Tal fue el exceso socialista en sus ofrecimientos, que en las conversaciones de Loiola el representante del PNV, Imaz, atisbó con cierta preocupación las posibles consecuencias que este acercamiento podría depararle al propio PNV.

P. Estamos ahora en la llamada «batalla del relato»: si, como sostiene el abertzalismo radical, fue un «conflicto» o, como es general en las fuerzas políticas democráticas, ETA fue un fenómeno delincuencial, ¿quién está imponiendo la narrativa después de ETA?

R. La narrativa después de ETA la está imponiendo ETA, o lo que es lo mismo, sus sucesores. Cuando se legaliza a HB no hay elemento simbólico alguno que suponga crítica, no ya condena, del pasado terrorista. No existe elemento alguno de condena o catarsis respecto a la aberración política que fue ETA. Es más, hoy la comunidad nacionalista asume que Euskadi es lo que es, con todos sus privilegios, gracias al sacrificio de sus ‘gudaris’.

Pero, como todavía Euskadi sufre bajo la opresión, el euskera está en peligro, la libertad no es auténtica libertad (cosa que comparte el nacionalismo con la izquierda), y la independencia sigue siendo la meta (aunque tengamos un Concierto Económico de privilegio), aquel sacrificio es el referente para continuar la lucha. Lucha matizada tras la experiencia bolivariana que demuestra que es más fácil vencer mediante el ‘entrismo’ y la manipulación de la legalidad desde el poder que mediante el pasado procedimiento del terrorismo, tan vulnerable ante la acción policial y rechazado por la opinión pública.

No hay más que escuchar al presidente del Gobierno hablar del conflicto catalán para darse cuenta del triunfo del concepto acuñado por ETA.

«La memoria histórica en gran medida constituye una revisión condenatoria de la transición y la amnistía»

P. ¿Son reales los arrepentimientos que se producen entre exterroristas de ETA? ¿Por qué no colaboran para descubrir la autoría de al menos tres centenares de atentados todavía no resueltos policial y judicialmente?

R. Salvo algunos casos, miembros de la saboteada vía Nanclares entre ellos, no existe arrepentimiento. Lo hecho bien hecho está. Porque a ver quién se arrepiente ante las realidades: son la segunda fuerza en el Parlamento vasco, sostén parlamentario del Gobierno de España, el discurso dominante es el de ellos, la calle, también, nadie les levantará —salvo alguna esforzada víctima del terrorismo— la voz. Y el delatar está socialmente mal visto en una sociedad tribal.

P. ¿Cuál es su opinión sobre la película ‘Maixabel’?, ¿debe leerse en clave de reconciliación entre nacionalistas o es un ejemplo de ética del perdón más allá de cualquier pulsión ideológica, tribal o identitaria?

R. Los de ETA también sufren. Esta fue mi impresión tras ver la película (si lo sabré yo tras ocho años de presidio franquista). Evidente esfuerzo de lavar la cara a ese mundo, aunque el caso tomado, el de un miembro de la vía Nanclares no sea atractivo para el núcleo radical del nacionalismo vasco. Es por eso una visión del nacionalismo moderado que busca el reencuentro mediante el generoso y admirable perdón con los «muchachos» equivocados de ETA. Así, pues, la película debe verse inscrita en un mensaje identitario: entre vascos, a pasar de todo, podemos entendernos y lamentarnos en comunión a los sones finales de una triste canción de recuerdo en euskera.

Admirable lo que se refleja sobre la actitud personal de Maixabel Lasa con el perdón que otorga a su victimario. Pero los católicos tenemos el vicio de apartar la ley por el perdón —nos gusta ser Dios, como explicaba el jurista y sacerdote Antonio Beristaín—, cuando la ley, y su aplicación, es la base de todo republicanismo coherente.

«Los expulsados por el terrorismo no volverán aquí. Vendrán solo de visita»

P. En el País Vasco se está produciendo un resurgir electoral de EH Bildu que es la segunda fuerza en el Parlamento vasco y tiene en el Congreso cinco escaños, uno de ellos por la Comunidad Foral de Navarra. ¿A qué se debe esta fortaleza de EH Bildu?, ¿hay desmemoria de la tragedia terrorista?, ¿conocen las generaciones jóvenes lo que significó ETA y el daño que causó?

R. Debiera quedar claro que, aunque ETA militarmente fuera derrotada, final que se negaba a aceptar, políticamente ETA salió vencedora tras un proceso de negociación con el Gobierno y entidades internacionales que acabó otorgando la legalización a sus sucesores. Y su final lo agradeció efusivamente la sociedad vasca en general porque declaró que dejaba de matarnos.

En Euskadi no existe conciencia ni memoria de lo que ETA ha supuesto como tragedia. Existe, en todo caso, lo contrario, una meritoria visión y enaltecimiento público —los más exultantes los ‘ongi etorris’— sobre lo que ETA ha supuesto, y supone. Y, aunque un amplio porcentaje de la juventud no tenga conocimiento de ella, una influyente minoría en su seno, y el hecho de que esté de moda la rebeldía del botellón, le lleva a votarle mayoritariamente.

P. ¿Cómo está respondiendo el PNV a esta nueva etapa en la comunidad autónoma?, ¿favorece una revisión ética o persiste en su tradicional ambigüedad?, ¿no se observan actitudes más decididas entre los dirigentes peneuvistas en un partido diferente, quizás, tras la larga época de Xavier Arzalluz?

R. El PNV agotó su etapa de colaboración con la democracia española con la desaparición de su generación que conoció la guerra civil. A partir de ese momento, se inicia un proceso de radicalización que culmina en el soberanismo expuesto por Ibarretxe, experiencia de la que salió mal parado. Hoy, se reconduce hacia una etapa de mayor prudencia, defensiva, con descubiertas agresivas como fue su participación en la moción de censura a Rajoy.

El PNV va a lo suyo. Proseguirá la fructífera etapa de prudente ambigüedad y de equilibrio buscando la centralidad política. Pacta el Gobierno en Euskadi con un PSOE en franca decadencia, y mantiene un discurso ideológico cercano al radicalismo con demostraciones fácticas como la inmersión del euskera en todo el sistema educativo, la negativa a prohibir los ‘ongi etorris’, incapacidad de limitar en el ámbito universitario las coacciones que se producen sobre los no nacionalistas, y una deliberada timidez a la hora de mantener el orden público ante botellones y concentraciones juveniles. Hoy el PNV no es un partido diferente al de Arzalluz, es un partido que aparenta moderación tras el fracaso del Plan Ibarretxe, pero en disposición cuando considere oportuno volver al espacio agresivo que ha caracterizado su comportamiento pendular.

«El elemento determinante que lleva a ETA a su disolución es la derrota policial, especialmente por la Guardia Civil»

P. ¿Cómo juzga la gestión de Arnaldo Otegi?, ¿qué papel tienen él y Sortu en los mal llamados ‘ongi etorris’?

R. Arnaldo tiene como misión no dejar morir a ETA, recordar su importancia en el presente de Euskal Herria. De no ser así, sería como un Onaindia que dirigió una Euskadidko Ezkerra traidora porque enterraba a ETA al asumir sinceramente la democracia del 78.

Pero no deja de ser cínico el papel de Otegi, tras ochocientos muertos más, por entrar en el juego de la política española, aunque con unas facilidades desde el poder —desde el social-populismo, desde el PSOE y el PNV—, que no las tuvo Euskadiko Ezkerra. Evidentemente las circunstancias políticas eran diferentes, el PNV ya había pactado con ETA en Estella y el PSOE está en franca deriva izquierdista.

No habrá desmemoria respecto de ETA, personajes como Otegi se encargarán de enaltecerla, consejeros de interior del Gobierno vasco permitirán los homenajes a los presos, y socialistas seguirán yendo de cenas con ellos, sea o no en navidad.

P. Existe una competición entre el PNV y EH Bildu, ¿cómo quedará la carrera entre ambos partidos?

R. Existe competición, ambos quieren ser los portadores de la llama que insuflara Sabino Arana. Sin embargo, el paulatino acercamiento entre ambos, aunque procedan de estamentos sociales muy diferentes, permite observar una futura convergencia si el tablero de las fuerzas políticas lo fuerza. De momento al PNV le conviene la existencia de Bildu, le otorga centralidad política.

«No hay más que escuchar al presidente del Gobierno hablar del conflicto catalán para darse cuenta del concepto acuñado por ETA»

P. ¿Cómo observa el nacionalismo y el independentismo vascos el proceso soberanista en Cataluña?

R. El PNV sigue bajo el síndrome del fracaso del Plan Ibarretxe, su actitud es prudente y le preocupa un final por agotamiento de un proceso que iniciado como tragedia finalice como opereta, pues sería contraproducente para el nacionalismo vasco.

La actitud de Bildu es diferente, más radical, proclive a la ruptura, muy cercano políticamente a ERC, pero también con cierto tacto político tras el fracaso de su opción armada y su recogida experiencia latinoamericana —tras su colaboración con todos los movimientos revolucionarios de aquellas latitudes— de conseguir paulatinamente y antes las contradicciones de un Estado español débil la secesión incluso con la colaboración de ese Estado. Experiencia negociadora con él le sobra.

P. ¿Ha hecho —y en su caso, necesita hacerla— una catarsis moral la sociedad vasca tras la tragedia de ETA?, ¿qué nuevo rol está jugando la iglesia vasca tan determinante en décadas pasadas tanto respecto de ETA como del nacionalismo?

R. Salvo ocasiones muy puntuales, la sociedad vasca ha sido indiferente e insensible ante los horrores provocados por ETA. No hay más que recordar las ventanas cerradas en los pueblos cuando unas pocas personas osaban promover un homenaje a una víctima. Y eso sigue ocurriendo hoy.

La iglesia vasca es nacionalista, no es cuestión de citar todos los sacerdotes que han contribuido de forma sustancial al ideario identitario vasco, desde Larramendi a Barandiarán. La posición de la Iglesia, que evitará cualquier catarsis, y mucho menos cualquier sentimiento de culpa, va a ser la del nacionalismo moderado: «Todos hemos sido responsables». Desde ese punto de partida no existe capacidad, ni siquiera, para reflexionar sobre lo ocurrido, quizás porque no se quiera que deje de ocurrir del todo.