Esto lo hemos visto ahora en el incendio de La Palma, que ha devastado la isla y ha provocado un muerto porque un turista alemán decidió quemar rastrojos y se alejó para hacer sus necesidades. Si no hubiera sentido esa urgencia biológica, la catástrofe no se habría producido al igual que el incendio de Chicago no habrá tenido lugar si la señora O’Leary no hubiera encendido una lámpara en la vaquería que regentaba.
Hay muchos ejemplos de hechos fortuitos e irrelevantes que han suscitado daños a gran escala. Y esto es a lo que estamos asistiendo en un escenario político en el que las pequeñas miserias personales están generando la imposibilidad de alcanzar acuerdos para que este país tenga Gobierno.
Lo cierto es que las cosas podrían haber transcurrido de otro modo pero hemos llegado a una situación de bloqueo como consecuencia de una serie de pequeños errores o hechos casuales encadenados. Si Pedro Sánchez y Mariano Rajoy no se hubieran enzarzado en aquel debate absurdo de diciembre, si Pablo Iglesias se hubiera mostrado menos arrogante, si la ley D’Hondt no hubiera perjudicado tanto a Albert Rivera, si el bipartidismo no hubiera sido tan denostado es posible que a estas horas el desenlace habría sido bien distinto.
Lo formularé de otra manera para intentar convencer a quienes tengan dudas: la política española no está determinada por una lucha ideológica ni por concepciones antagónicas sino que depende en buena medida de intereses personales y cuestiones de supervivencia partidista. Los programas del PP, PSOE y Ciudadanos son intercambiables en lo esencial, pero las diferencias particulares entre sus líderes son insalvables.
Y hay otro fenómeno que se está produciendo al mismo tiempo: que los intereses de la cúpula de las formaciones, de los cuadros intermedios y de la base electoral son distintos, como se puede ver en el apoyo mayoritario de los votantes del PSOE a que Sánchez facilite que el PP pueda gobernar para evitar una repetición de las elecciones.
En este país, marcado por una larga historia de desavenencias y contiendas, el orgullo herido de un político puede provocar una gran catástrofe como el trozo de papel higiénico que ha arrasado la isla de La Palma. Importa mucho más una foto en los medios que la multa de 6.000 millones de euros que nos pueden poner en Bruselas por nuestra incapacidad para llegar a acuerdos.
Citaba mi amigo Carlos Sánchez en un reciente artículo suyo la frase de Estanislao Figueras cuando presentó su dimisión como presidente de la Primera República: «Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros». Lo dijo y cogió un tren en Atocha para exiliarse en París. Podríamos repetir hoy lo mismo porque el gran problema es que ya no nos aguantamos más.