Francisco Sosa Wagner-Vozpópuli

El «puto amo» huele a sudor, el perfume de su pensamiento

Se invoca a Montesquieu, pero este pobre hombre tuvo que escribir El espíritu de las leyes, una obra densa, llena de reflexiones sesudas, para alumbrar la teoría de la división de poderes, importada al continente europeo desde Inglaterra. Fueron muchos los viajes que el distinguido vinatero de Burdeos hizo a aquella isla para vender sus caldos, mucho lo que tuvo que estudiar, mucho lo que tuvo que escuchar a varones eruditos, para poder servir a Francia y al resto de Europa la joya de la distinción entre los poderes ejecutivo, judicial etc.

Se comprenderá que, trabajando así, con esta minuciosidad y con su clara inteligencia, no tiene mérito alguno el hallazgo.

Entre nosotros, el general Franco se ciscó en ese invento y dio a luz lo de la unidad de poder y la división de funciones, que se la sirvieron unos juristas con la camisa azul que tú bordaste en rojo ayer porque, ya dejó escrito Tocqueville, que «en mis estudios históricos tengo comprobado que, junto a un dictador, siempre hay un severo hombre del derecho dispuesto a justificar sus arbitrariedades». Pero para llegar ahí, Franco tuvo que ganar una guerra civil con incontables víctimas. Tampoco tiene mérito.

¿Qué es lo que en nuestros días, en nuestra España escorbútica, tiene mérito? Pues que de una tesis doctoral bien plagiada pero mal hilvanada, salga la teoría del «puto amo» que arrincona y arrasa el invento de Montesquieu dejándolo in puribus.

Esta hazaña, esta acrobacia en el terreno de la teoría del Estado, sí que está nimbada por la brillantez y tiene los bríos que traen las victorias logradas en las batallas del pensamiento.

Nuestra civilización agotada

La teoría del «puto amo» está apenas nacida y tiene ya algo de mítica, de religiosa, ante ella han de rendirse los sentidos por abotargados que se hallen. Porque el acierto de la teoría del «puto amo» alberga todos los anhelos y todo el pálpito de las construcciones constitucionales bien trabadas, al cobijar en su seno el valor de un símbolo. Es algo así como una presea, la nueva presea de nuestra civilización agotada.

Y todo este producto milagroso no nace de un libro extenso, como el que tuvo que publicar Montesquieu, sino que encuentra su origen en una esmirriada tesis doctoral concebida con más descaro que ciencia. Con más inverecundia que reflexión.

¡Ahí es nada! todas las sutilezas escritas acerca del poder legislativo, del ejecutivo y del judicial, todos los matices, las exégesis, los comentarios y las anotaciones, expulsados y destruidos al reunirlos en las manos del «puto amo», una teoría sencilla, transparente, puesta al servicio de la firmeza gubernamental. No se ha reparado en ello, pero si el «muro» que se ha construido es sólido se debe a que la mano que lo ha levantado es la del «puto amo», la del Albañil inmarcesible cual titánico Prometeo.

«Sudar la camiseta»

Por si esto fuera poco, a este nuevo capitulo de la Teoría del Estado hay que añadir otro, ya definitivo: el que contiene la explicación del «sudor en la camiseta».

Porque resulta que, quien ostenta la condición de «puto amo», además, «suda la camiseta» y esto ya no es que le dé brillo, es que convierte esa camiseta sudorosa, espesa, mitad republicana, mitad dandy, en reliquia, en objeto litúrgico venerable.

El «puto amo» huele a sudor, el perfume de su pensamiento.