ABC-IGNACIO CAMACHO
Si Cs tiene algún sentido y algún futuro en solitario es el de tratar de ser influyente al margen de su tamaño
ÉRASE una vez un pequeño partido liberal, majete y apañado que cayó víctima de uno de los grandes males de la política contemporánea, el narcisismo. Ser de centro, sobre todo en España, es algo muy complicado porque no se trata de una ideología sino de una posición, o de un talante, que pasa necesariamente por la duda, por el desprendimiento de cualquier convicción sectaria y por un pragmatismo ecléctico y basculante. Y resulta que Albert Rivera, afectado de visible pulsión autocontemplativa, perdió esa flexibilidad que lo había encumbrado para encerrarse en un dogmatismo inexplicable y cometer errores sucesivos de diagnóstico, de estrategia y de análisis. Ciudadanos creció dando siempre la impresión de que no le acababan de gustar sus votantes, y cuando al fin se sintió conforme con ellos los desorientó con un viraje de sus objetivos esenciales. Una fuerza política puede y debe adaptarse a escenarios variables, pero Cs ha confundido esa capacidad simbiótica con un baile de identidades.
Con todo, ha recibido un castigo demasiado severo por parte de una sociedad que no tiene empacho en llenar el Congreso de populistas, separatistas y otros extremos mientras pasaba al constitucionalismo templado por un embudo bien estrecho. Ese espacio de moderación era necesario y lo sigue siendo, aunque ahora tenga que redefinirse bajo un liderazgo nuevo. Está por ver si Arrimadas, además de su indiscutible coraje cívico y su vigor dialéctico, tiene enjundia y pensamiento abstracto para construir su propio proyecto, que deberá empezar por determinar un rol adecuado a las exigencias del momento. Una tarea compleja y lenta para la que sus compañeros tendrán que otorgarle paciencia y tiempo, dos conceptos sin los que la política se convierte en mero azacaneo, en trajín hueco.
Su principal desafío consiste en adaptarse a su verdadera dimensión y dejar de obsesionarse con el espejismo macroniano que lo ha arrastrado al fracaso frente al bipartidismo dinástico y el populismo bizarro. Ya ha pasado la fase de tratar de ser un PP más joven, más moderno y más simpático; el original le ganará siempre en implantación, en experiencia y en cuajo, y para eso más le valdría integrarse en él como organización de cuadros. (Ay, esa España Suma que podría haber ganado…). Empieza la etapa de diseñar (otra vez) un modelo funcional y utilitario, sin alarmarse de que gente que no les vota los acuse de dar bandazos: el liberalismo es por naturaleza flexible, transigente, elástico. Si Ciudadanos tiene algún sentido y algún futuro en solitario es el de ser influyente al margen de su tamaño: no hegemónico sino complementario, una especie de zona desmilitarizada en medio de dos bandos enfrentados. Para eso necesita madurar, entender que los españoles lo han sacado de la adolescencia a palos. Y a ser posible, en las circunstancias decisivas intentar no equivocarse tanto.