FLORENCIO DOMÍNGUEZ, LA VANGUARDIA 24/01/13
· En los noventa, Argelia ocultó a varios etarras en el desierto, en plantas como la asaltada por los yihadistas.
Los gobiernos de diferentes países estudian todavía las consecuencias de la toma de rehenes por un grupo yihadista en una planta de extracción de gas, en pleno desierto de Argelia, y de la reacción enérgica del Gobierno de este país. A los terroristas les ha quedado claro cómo va a terminar cualquier pulso que se pretenda echar a las autoridades argelinas.
Es prácticamente desconocido que, tras la ruptura de las conversaciones entre el Gobierno español y ETA, en 1989, Argelia ocultó a miembros de la banda en plantas de explotación de hidrocarburos como la asaltada por los yihadistas. Uno de los etarras, incluso, estuvo a punto de ser víctima de los islamistas.
Cuando las negociaciones fracasaron, en abril de 1989, Argelia expulsó, a petición del Gobierno español, a 27 etarras a los que había acogido en años anteriores. Expulsó a aquellos cuya presencia en el país era conocida, pero ocultó a un número indeterminado en el desierto.
Francisco Javier Hernández Llamosas, enviado a Argelia por las autoridades francesas después de cumplir condena por un atraco en Andorra, fue uno de los que se quedaron. El diario Egin del 27 de septiembre de 1995 describía las condiciones en que estaba Hernández: «Actualmente, y tras tres traslados, a Hernández le tienen en una zona militar de una planta petrolífera, en pleno desierto y con temperaturas que rondan los 50 grados. Sin documentación y por la mencionada situación interna (de Argelia), no puede salir y tampoco tiene acceso a las instalaciones de esparcimiento de la base (biblioteca o cine), por lo que su vida, salvo cuando sale al comedor, se reduce a un apartamento de quince metros cuadrados, donde pasa veinte horas al día». En 1996, tras salir del país, Hernández manifestó que se había librado «por los pelos» de que le cortaran el cuello los islamistas. Otro etarra, José María Zaldúa Corta, fallecido en el 2010, permaneció oculto en similares circunstancias. Su viuda, Lurdes Garai, declaró que su pareja había pasado «con otros compañeros cuatro durísimos años, en una clandestinidad absoluta y totalmente aislado en medio del desierto argelino».
El comportamiento histórico de Argel con España respecto a ETA deja bastante que desear. El país magrebí dio entrenamiento a unos 70 etarras, como mínimo, entre 1976 y 1984. Jugó a alimentar el terrorismo en casa ajena, sin ver que algún día la violencia arrasaría su tierra.
Todavía en 1992 los servicios secretos argelinos se reunían con miembros de ETA a los que expresaron su deseo de reactivar las relaciones y su «interés en la cooperación», y a los que contaron que «los servicios (de inteligencia) españoles tienen relación con los islamistas», según un documento interceptado a la propia ETA por la policía francesa.
Por cierto, el nombre en clave de Argelia en los documentos de ETA era Itsuak (ciegos): el país de los ciegos.
FLORENCIO DOMÍNGUEZ, LA VANGUARDIA 24/01/13