La amenaza del terrorismo global para la aviación civil no va a remitir. Aunque no es previsible que vayan a ser frecuentes los actos terroristas contra aeronaves, cabe esperar de los terroristas contumacia e innovación en su propósito, tratando de aprovechar un aminoramiento en la protección o vulnerabilidades en los dispositivos de control.
Que los medios de transporte en general y la aviación civil en particular son blanco predilecto del actual terrorismo global, sobre todo pero no exclusivamente en países occidentales, es evidente desde el mismo 11 de septiembre de 2001. Atentar contra aeronaves comerciales resulta de una gran espectacularidad, implica por lo común un elevado número de víctimas, conmociona de manera extraordinaria a la población, pone de manifiesto las vulnerabilidades de sectores de nuestra sociedad tenidos por muy protegidos y puede acarrear un impacto negativo más que severo sobre la economía. De aquí que Al Qaeda y el resto de los componentes que forman la urdimbre del terrorismo internacional no hayan cejado en sus planes de secuestrar aviones para estrellarlos o, lo que parece haberse convertido en una tendencia consolidada, intentar destruirlos en vuelo.
A lo largo de los últimos ocho años se han conocido algunos de esos planes de secuestrar aeronaves con el fin de estrellarlas. En 2002, una célula saudí de Al Qaeda, según fuentes marroquíes de solvencia, incluso tuvo la intención de desviar un avión que cubría la ruta entre Casablanca y Nueva York para explosionarlo sobre un objetivo no precisado en territorio español.
Por su parte, la más seria tentativa de destruir aeronaves en vuelo data de agosto de 2006. Un grupo de británicos de ascendencia paquistaní, asimismo vinculados con Al Qaeda, se preparaba para hacer estallar casi simultáneamente, mediante explosivos líquidos, al menos siete aviones de compañías estadounidenes que se dirigiesen desde el aeropuerto de Heathrow hacia otros tantos destinos en Estados Unidos y Canadá. Los servicios policiales y de espionaje impidieron que los terroristas consiguieran sus propósitos.
Otras veces, la impericia de los terroristas y la resolución de algunos pasajeros explican que no lograsen atentar contra aeronaves comerciales en vuelo. Como todo indica que ocurrió el viernes, en el avión de la línea aéra estadounidense Northwest que iba a aterrizar en Detroit procedente de Amsterdam, cuando un individuo de origen nigeriano, que luego ha alegado estar relacionado con Al Qaeda, fracasó al tratar de detonar las sustancias explosivas que había introducido en la cabina, adosadas a su cuerpo.
Este caso guarda cierta similitud con el que, en diciembre de 2001, tuvo como autor a un converso británico radicalizado, quien quiso abatir un avión de American Airlines destinado a cubrir el trayecto entre París y Miami mediante explosivos disimulados en sus zapatos. Al igual que iba a hacer, en otra aeronave similar, un cómplice suyo detenido posteriormente.
Ahora bien, mientras que este último incidente fue planificado por Khalid Sheij Mohammed, a quien los dirigentes de Al Qaeda tenían por entonces encomendadas determinadas operaciones especiales, está por ver cuáles son los ligámenes con la misma del individuo que quiso atentar el día de Navidad, fecha muy probablemente elegida a conciencia. De confirmarse que estaba a las órdenes de aquella estructura terrorista, directamente o a través de una de sus extensiones territoriales, como sugeriría su posible paso por Yemen antes de emprender la misión, pero contradiría su locuacidad al respecto, lo sucedido manifestaría el persistente empeño de Al Qaeda -o de Al Qaeda en la Península Arábiga, que ya en 2004 emitió un comunicado advirtiendo a los musulmanes de que no viajaran en líneas aéreas occidentales- por perpetrar atentados contra la aviación civil de nuestros países. En caso contrario, hablaríamos de individuos aislados e inspirados por Al Qaeda que actuarían por su cuenta.
Sea como fuere, la amenaza que Al Qaeda y el terrorismo global suponen para la aviación civil no va a remitir en breve. Aunque, debido a la complejidad inherente a la ejecución de actos terroristas contra aeronaves comerciales, tampoco es previsible que vayan a ser frecuentes. Cabe esperar, eso sí, contumacia e innovación por parte de los terroristas en su propósito de atentar contra esos blancos, tratando de aprovechar un aminoramiento de las medidas de protección o eventuales vulnerabilidades detectadas en los dispositivos aeroportuarios de control. Por lo cual, conscientes de que no es técnicamente posible sustraer completamente a todos los aviones y todo el tiempo de los peligros del terrorismo, es fundamental mantener estándares altos y a la vez eficaces, tanto preventivos como disuasorios, en la seguridad de la aviación, dentro y fuera de las naciones occidentales.
(Fernando Reinares es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos e investigador principal de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano)
Fernando Reinares, EL PAÍS, 28/12/2009