ANDONI UNZALU, EL CORREO 09/01/14
· Este enfrentamiento público entre los presos y víctimas, alentado con ostentación por los medios, me parece un gran error. Pensar que en este duelo de atardecer se va a solventar el problema moral y ético del fenómeno terrorista es, además de una equivocación, una coartada para eludir la responsabilidad real. El fenómeno terrorista de ETA es un problema vasco, un problema de la sociedad vasca. Todos estamos involucrados, a favor o en contra, de forma activa o pasiva, pero nadie es ajeno a lo que nos ha pasado.
Theodor Heuss, presidente de Alemania, refiriéndose a la época nazi, dijo en 1952, con una valentía que no se ve en nuestras instituciones, «esta es una vergüenza que nadie nos podrá arrebatar». Los presos son una parte del fenómeno terrorista, la más visible, y añado, aunque sorprenda a más de uno, no la más inmoral. Derrotado ya de forma rotunda y sin matices el terrorismo de ETA, a los presos se les presenta recurrente un pensamiento, aunque son poquísimos los que tienen el valor de ponerle palabras y voz: «Nosotros no decidimos solos matar. Hubo mucha gente que nos pidió, que nos aplaudió, que nos dijo que matáramos. Nosotros estamos cumpliendo el castigo por lo que hicimos, pero ¿dónde está ahora toda esa gente?».
Esta foto patética de sesentones del otro día sólo es un acto más de esos ‘otros’ para tener la conciencia tranquila. Los que no quieren reconocer la locura del terrorismo, la sinrazón, no son especialmente los presos, son los ‘otros’. Son los terroristas de salón los que necesitan mantener sin traicionar sus propios planteamientos del pasado. Los presos que van saliendo son, salvo excepciones enfermizas, personas vencidas, rotas que salen a un mundo que les es extraño y ajeno, y que buscan en la penumbra soportar los escombros de su vida. Sólo mantienen un argumento moral para no derrumbarse por completo: «Nosotros no matamos por interés. Nosotros hicimos lo que hicimos por altruismo». Una afirmación que les da alguna fuerza moral para aguantar la quiebra de su vida.
Seguramente son los presos los que más necesitan reconocer su pasado de locura. Por raro que pueda parecer, es esto, el reconocimiento de su sinrazón en el pasado, lo que les puede dar sentido a los años purgados en la cárcel. Pero los ‘otros’ son los que se oponen. Los presos son juguetes rotos –siempre lo han sido– en manos de esos terroristas de salón que siempre les han utilizado para hacer propaganda de sus propias posiciones. Karl Jaspers, al analizar la tragedia nazi en Alemania, y con rara valentía intelectual, decía que había cuatro tipos de culpa: la culpa criminal, la política, la moral y la metafísica.
Por mucho que nos enzarcemos en debates circulares sin salida, la culpa criminal de terrorismo de ETA está ya resuelta. No es un problema. La ley y el sistema judicial son los que están dando vía y solución a la culpa criminal, a los delitos cometidos, a las responsabilidades penales de cada uno. Centrar todo el debate en un hecho que las instituciones ya han resuelto (de una forma que nos puede gustar más o menos) sólo sirve para ocultar la culpa política. Jaspers decía que había culpa política activa y pasiva. Yo me voy a referir a la activa, a la responsabilidad de esa gente que dio soporte intelectual, apoyo social y amparo al terrorismo. De los que cerraban los ojos para no ver hablamos otro día. En Euskadi ha habido mucho terrorista de salón que ha tenido la enorme habilidad de mantenerse siempre en el lado seguro de la frontera del riesgo. Y en la medida en que la frontera del riesgo se ha movido, ellos se han movido con exactitud milimétrica. Porque tenemos que decirlo, en Euskadi hasta finales de los noventa hemos tenido un enorme espacio de impunidad, la otra cara de los años de plomo eran los años de impunidad. Años en los que la ley dormía, en los que la apología del terrorismo era algo cotidiano. Años en los que los terroristas de salón alzaban la voz, pedían a gritos roncos por la calles «ETA, mátalos» y que creaban largos discursos pseudo-intelectuales para justificar que sí, que había que matar. (Me acuerdo especialmente de uno que, creyendo en serio que ETA había decidido cerrar con el pacto de Lizarra, escribió con añoranza «ETA siempre ha sido la estrella que nos ha guiado en el firmamento»).
Terroristas de salón que sabiéndose impunes, y con una crueldad fría superior a la de los propios terroristas, escribían en portadas de periódicos «Ortega Lara vuelve a la cárcel» cuando fue liberado por la Guardia Civil.
Cientos de profesores de universidad, miles de funcionarios de la Administración pública que se sabían blindados e impunes han utilizado el terror en beneficio propio. Para ir creando ámbitos de poder político, para acceder en desigualdad a esos puestos públicos, para tomar el control de EiTB, etc. Terroristas de salón que nunca han querido cruzar la frontera del riesgo pero que han sido la voz pública del terrorismo en Euskadi. Y lo han hecho en beneficio propio. Y, cuando el terror no funcionaba ya como ventajismo, cuando el Estado de derecho ha ido poco a poco asumiendo su responsabilidad y vieron que la frontera del riesgo les iba a sobrepasar; mandaron parar. Han ido modelando su actividad pública, han modelado de forma creativa su lenguaje, pero hay una frontera que no quieren cruzar, la de su propia responsabilidad.
Nadie nace queriendo ser terrorista. Muchos de los patéticos sesentones actuales fueron en su día jóvenes ingenuos a los que estos terroristas de salón mandaron al frente a luchar por ellos. Jaspers decía que la ‘Instancia’ en la culpa criminal debían ser los tribunales. Yo creo que la ‘Instancia’ a la hora de dirimir la culpa política debe ser la sociedad vasca, la opinión pública. Los terroristas de salón lo saben y por eso se oponen tanto –otra vez desde la impunidad– a debatir sobre su responsabilidad en el fenómeno terrorista. Yo estoy en esto de acuerdo con los presos, ellos están pagando sus delitos, pero ¿dónde están ahora todos esos que entre aplausos y fiestas les mandaron al frente a luchar por ellos? Yo se lo digo: disfrutando del poder político y social arrebatado gracias al terror.
ANDONI UNZALU, EL CORREO 09/01/14