IGNACIO CAMACHO-ABC

Quien no entienda en este momento la importancia de un modelo y una idea clara de España se va a quedar fuera de juego

La izquierda tiene un problema, y se llama España. Ante la idea de nación se hace un lío de concepto y de estructura, se muestra incómoda, confusa, acomplejada. Sus códigos mentales se rigen aún por el imaginario antifranquista, para el que la identidad española era un asunto propio de la derecha más rancia. A muchos sedicentes progresistas les sigue costando incluso pronunciar el nombre de la patria. Sus símbolos se les atragantan: el himno le parecía a Pablo Iglesias una «cutre pachanga fachosa» y en las manifestaciones proliferan las banderas republicanas. Esa dificultad para un moderno pensamiento nacional sin prejuicios pesa también sobre la izquierda moderada hasta el punto de que la vacilación sobre el modelo de Estado, la ambigüedad respecto a la eterna y recurrente cuestión territorial, está causando estragos en la socialdemocracia.

Buena parte del estancamiento electoral de las fuerzas de izquierda se debe a la debilidad de su proyecto de país en un momento en que el conflicto catalán acapara la agenda política con su desagradable protagonismo. El desafío independentista exige a todos los partidos un compromiso ante el que ni el PSOE ni Podemos, cada uno en su medida, se han mostrado proactivos. Los populistas porque directamente se han posicionado contra la Constitución y por tanto a favor de sus enemigos; los socialistas porque no saben despegarse de su proclividad histórica al nacionalismo. Su propuesta federal no les ha servido para hacerse hueco en el debate porque le falta definición y porque se nota demasiado que es una salida retórica para mantener un cierto equilibrio. En la propia Cataluña, Ciudadanos se los ha merendado con el discurso de integración sin complejos que el PSC debía haber defendido. La sensación creciente de los votantes es que Sánchez carece de un criterio claro y tiende a decir una cosa distinta en cada sitio.

Esa ausencia de sentido nacional homogéneo no se puede disimular con programas sociales en este momento. Quien no entienda la importancia de una idea de España se va a quedar fuera de juego. La derecha tiene ventaja porque ésa ha sido siempre su seña histórica, la clave de su fortalecimiento. Cuando hasta el PP ha empezado a pagar sus vaivenes y titubeos, cuando aumentan los partidarios de la recentralización sin que nadie sepa bien qué hacer con ellos, ninguna formación política va a poder gobernar este país sin un planteamiento de convivencia igualitaria ajeno a mitos excluyentes y a privilegios. El test de españolidad contemporánea será la prueba decisiva de acceso o de reválida al Gobierno.

Porque no fueron sólo los conservadores ni los tardofranquistas los que en otoño sacaron las banderas a sus ventanas. Fue gente de toda condición, de todas partes, de todas o casi todas las ideologías: gente harta de sentir su nación zarandeada. Españoles que anhelan y reclaman prioridad para España.