Eduardo Uriarte-Editores
Son dos años el plazo que conceden los secesionistas para volver a celebrar otro referendum, que, curiosamente, es el tiempo que le queda a Sánchez en la Moncloa a poco que el PP no lo haga peor (que puede ser). Este es el plazo: el tiempo del mandato presidencial que queda hasta las nuevas elecciones es el que consideran los nacionalistas para conseguir su independencia. Pues son sabedores que difícilmente encontrarán otro Gobierno de España tan débil y otro líder tan dispuestos a negociarlo todo por seguir en el poder.
Las palabras del presidente en el Congreso volviendo a la senda constitucional rechazando el referendum nacionalista suena tan pocos sinceras como las de Fernando VII. Tal rotundidad constitucional en las formas puede ser debido a un susto de infarto provocado por el resultado en las encuestas tras el indulto a los sediciosos. De ahí la contundencia, que no engaña a nadie porque carece de toda coherencia cuando lleva años cogobernando con una fuerza anticonstitucional, Podemos, y recibiendo el apoyo de todos los que quieren romper con ella. Lo coherente es pensar que vuelve a mentir y que ya tiene diseñada la serie de mutaciones y retorcimientos constitucionales para dar una salida a la secesión.
Además, tanto este presidente como su antecesor socialista transmiten un cierto desprecio izquierdista por el ordenamiento político que surgió de la reconciliación del setenta y ocho, y un cierto nihilismo anarcoide, más propio de sindicalistas o voluntarios de ONG, que de responsables políticos reconocedores de la naturaleza sagrada de la estabilidad política garantizada por la ley. Sánchez, incluso más que ZP, es un enredador prepotente que cree no existe obstáculo insalvable para mantenerse en poder. Lugar que está seguro le corresponde, después de haber convertido a su partido en un coro de alabanza, por designio de la Memoria Democrática y el Progreso.
Para colmo, su praxis gubernamental hasta la fecha no ha sido precisamente un ejemplo de respeto a la legalidad, pues ha abusado del decreto ley, de estados de alarma retorciendo su aplicación, se ha excedido en la designación del fiscal general, en la designación de cargos de confianza, ha mostrado mucha arbitrariedad en la concesión de indulto a los sediciosos…, es decir, no es su modo de proceder una garantía de respeto a la legalidad ante la ruptura sin ambages, amnistía y autodeterminación, que sin tapujos proponen los secesionistas.
Para colmo, además, los interlocutores nacionalistas constituyen todo un avispero. ERC y Junts per Cat rivalizan en radicalidad a fin de alcanzar el caudillaje del Estado catalán. Ambas fuerzas, con el aguijón de las CUP, se incitarán mutuamente para llevarle a Sánchez a algo que no se llamará oficialmente referendum para la autodeterminación de Cataluña pero que será lo mismo, máxime cuando el proceso iniciado de magnanimidad, concordia y diálogo, favorece, dignifica y legitima la reivindicación secesionista y desampara al constitucionalismo catalán.
Todo está previsto para disponer de un estado independiente en aquella esquina de España, siguiente capítulo de la independencia de Cuba (momento en que se relanza el nacionalismo catalán y surge el vasco), y previo a la creación de Euskal Herria independiente. Final similar al del imperio austriaco tras la guerra del catorce, pero por procedimientos democráticos. A Sánchez le corresponderá poner punto y final al largo proceso iniciado por lo Reyes Católicos, lo que quede se llamaría Castilla.
Para acabar: maestros juristas tiene la Academia. Creo que la democracia, con diferencia, es el menos malo de los sistemas políticos, pero estoy poniendo en duda su idoneidad para resolver crisis de ruptura. Me explico, así como la democracia es un planeamiento político para aunar voluntades, para sumar (y no hago más que seguir a Estephan Dión) la pongo en duda como un procedimiento a aplicar cuando una parte del demos se impone definitivamente a la otra mediante un radical procedimiento de ruptura como es un referendum para la secesión. Me temo que estaríamos cayendo en una forma de esencialismo democrático que permitiera el triunfo de las más desestabilizadoras de las propuestas, es decir, la promoción del caos, mediante la aplicación idealizada de procedimientos democráticos para la ruptura de la democracia. Es una temerosa opinión.
De momento me quedo con esto. Había un “desir” entre los liberales de las villas ante la subversión carlista: “al aldeano y al gorrión, pólvora y perdigón”.