Juan Pablo Colmenarejo-Vozpópuli
Se hace imprescindible y urgente un acuerdo para varias legislaturas entre los grandes partidos del sistema. No valen las gafas de cerca
El oficio de “andar y contar”, que decía Chaves Nogales, incluye explicar los hechos y su contexto. No hay nada como echar la vista atrás, sin ira, para recopilar lo que en una sentencia judicial se define como hechos probados. El saber de dónde venimos no ocupa lugar. En el caso del actual tiempo de emergencia ayuda, no conspira.
El 9 de agosto de 2017 la Comisión Europea comunicó oficialmente el final de la crisis del euro, la peor en su historia, hasta el momento. Diez años antes, en agosto de 2007, la entidad francesa BNP Paribas, el mayor banco de Francia y el segundo de Europa, suspendió la cotización de tres fondos de inversión por riesgo de contagio con el mercado hipotecario de Estados Unidos. Las entidades financieras se quedaron secas y tuvieron que acudir a la liquidez de los bancos centrales de todo el mundo. El verano de 2007 se produjo el primer temblor en la bolsa, un año después ya fue el cataclismo con la caída del gigante Lehman Brothers. Hasta el acalorado julio de 2008 -antes del citado ‘crack’ financiero y tras haber ganado las elecciones generales de marzo de ese año- el entonces presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero no pronunció la palabra crisis. Lo hacía a sabiendas.
En ‘Cuatro bodas y un funeral, cómo salir de la crisis del euro‘ (Deusto, 2014), David Taguas, responsable de la oficina económica de La Moncloa (los expertos que diría Illa), certifica que cada lunes de aquellos meses tras las elecciones de 2008, el presidente del Gobierno leía un informe de situación elaborado por un grupo de economistas y expertos financieros, entre los que estaba César Molinas, reclutado por Taguas tras los primeros síntomas de crisis en las bolsas de todo el planeta. Los expertos hicieron su trabajo y Rodríguez Zapatero no lo tuvo en cuenta porque era el ‘momento de la política’.
Acta de defunción
Diez años después, llegó la confesión de parte del ex vicepresidente Solbes: “Aceleramos y se nos acabó la vía”. La carta enviada por el presidente del Banco Central Europeo, Jean Claude Trichet, a Rodríguez Zapatero el verano de 2011, fue el acta de defunción de su mandato. El presidente anunció las elecciones para noviembre dejando para Rajoy el peor momento de la crisis. En el verano de 2012 España tocó techo pagando un 7% por su deuda y superó los 6 millones de parados. Cinco veranos después del primer chispazo, la crisis financiera había mutado en económica y por lo tanto en social. Los hechos son tan simples como tozudos. Desde hace dos meses, una nueva crisis ha empezado en España y a diferencia de entonces con mucha más velocidad hasta el punto de transformarla en una emergencia. En semanas estamos ya en un punto que en la crisis del euro alcanzamos en cinco años.
El Gobierno de Sánchez e Iglesias ha optado por aumentar la cola del paro, camuflada con la ‘t’ de temporal, y que sea el Estado el pagador de las mensualidades de todos aquellos que se han quedado sin trabajo
En torno a 900.000 personas no han cobrado el subsidio temporal de los ERTE. Las empresas han cerrado por decreto. España, a diferencia de otros países, no ha querido financiarlas con créditos, por supuesto a devolver, para que pagaran a sus empleados. Bien al contrario, el Gobierno de Sánchez e Iglesias ha optado por aumentar la cola del paro, aunque camuflada con la «T» de temporal, y que sea el Estado el pagador de las mensualidades de todos aquellos que se han quedado sin trabajo. La decisión tomada requiere un análisis más político que económico. Al final, en la mayoría de los casos, están siendo las entidades financieras las que están pagando a los parados temporales el dinero de los ERTES. ¡Se lo están adelantando al Estado!
El Gobierno de Sánchez e Iglesias quiere pagarlo todo, pero no puede. Que se note ‘que no se deja a nadie atrás’. España ha empezado esta crisis en inferioridad de condiciones. El déficit de 2019, 33.000 millones, es un punto de partida que nos ha dejado metidos en la misma fosa fiscal que en la crisis del euro. A pesar del crecimiento económico de los últimos tres años, otra vez no se reparó en gastos y por primera vez desde 2012, el déficit ha aumentado. De las cuentas del Estado en 2019 ya no se puede echar la culpa al PP, salvo que se quiera explicar como un logro haber incumplido los presupuestos de Montoro.
El anuncio de un acuerdo entre el PSOE, Podemos y el partido de Otegi, legatario de ETA según el Tribunal Supremo, da un día más de la vida política a los dos principales especialistas en supervivencia, Sánchez e Iglesias. La derogación inmediata, en mitad del estado de alarma, de la reforma laboral en vigor sería la puntilla para quien se levanta cada mañana a prender los alfileres de su empleo. Con casi ocho millones de personas paradas y en ese pasillo de la incertidumbre llamado ERTE, convendría dejar de jugar a derribar lo poco que nos va quedando en pie en vez de dejar que una reforma tan compleja se negocie, mas adelante, en un sentido o en el otro, con quien corresponde. ¡Hagan caso al gobernador del Banco de España!
Se hace necesario un acuerdo para varias legislaturas entre los grandes partidos del sistema. No valen las gafas de cerca. La crisis del euro tardó diez años en darse por terminada. Que las palabras graves pero serenas de Pablo Hernández de Cos, el lunes 18 de mayo de 2020 en el Congreso, describiendo el tamaño del precipicio por el que estamos cayendo, queden como el acta notarial de lo que nos está pasando. Por lo menos servirán de testimonio para certificar los hechos ya probados de esta crisis.