Luis Daniel Aizpiolea, EL PAÍS, 15/3/12
Nos hallamos ante un nuevo tiempo, como afirman nuestros políticos, y así es. ETA ha dejado de matar, y este hecho, por razones obvias, marca una línea radical entre un antes y un ahora, entre el pasado y el futuro en ciernes, ese futuro que germina ya en nuestras decisiones actuales. Sin embargo, no deja de sorprenderme que todos nuestros debates y polémicas se centren, casi de forma exclusiva, en lo que podríamos denominar una pugna por el pasado. Soy consciente de que en esa pugna por el pasado, la pugna por el relato, estamos en realidad tratando de asentar las bases de nuestro futuro político, pero a veces tengo la sospecha de si esa, por otra parte necesaria e ineludible, competición por el pasado, no nos estará haciendo olvidar determinados aspectos de nuestro presente que no debiéramos soslayar. Estoy básicamente de acuerdo con la Propuesta para un nuevo tiempo del lehendakari. Son dos los puntos de la misma que han suscitado el recelo en algunos grupos parlamentarios y, uno de ellos en particular, la reacción airada de la izquierda abertzale. Los dos puntos en cuestión son el que la propuesta denomina “nueva política penitenciaria”, que ha despertado la suspicacia del PP, y el de la constitución de una “ponencia especial para la convivencia”, que es la que ha provocado la reacción airada de la izquierda abertzale al verse excluida de la misma. Quiere estar en ella, y lo quiere para imponer su relato, esto es, para sancionar su victoria política, que es al fin y al cabo la de las armas, y a la que no está dispuesta a renunciar en ningún caso. Estos son los objetivos que debiera culminar esa ponencia en palabras de la portavoz de IA Maribi Ugarteburu: “Para conseguir la resolución del conflicto, es necesario hacerlo en términos políticos con el reconocimiento de Euskal Herria como nación y en el respeto del derecho de autodeterminación, ejercicio que debe ser acordado entre todas las sensibilidades de este país”.
Ese “debe ser acordado” más parece indicar obligación que deferencia, pues, en efecto, de otro modo no se entiende que deba ser acordado lo que ha sido acordado ya. Y aquí reside el núcleo de ese reparo que opongo a nuestra obsesiva lectura del pasado. En su propuesta, allí donde define “el nuevo tiempo”, el lehendakari dice lo siguiente: “La batalla principal ya la hemos ganado: hemos vencido a ETA. Y ahora toca derrotar las ideas totalitarias que le dieron soporte, y ganar la convivencia. Ahora toca asentar la libertad”. Naturalmente, estoy de acuerdo con la demanda del lehendakari de que haya que legalizar a Sortu. Pero el hecho de su legalización no excluye que debamos imponernos, e imponerles, un nivel de exigencia democrática. Allí donde gobiernan, ofrecen ya síntomas evidentes de menosprecio de los hábitos democráticos que han de regir en nuestras instituciones. Y ese es un futuro que no debemos ignorar. No es tratando de apaciguar a la fiera como mejor se la vence.
Luis Daniel Aizpiolea, EL PAÍS, 15/3/12