Lourdes Pérez, EL CORREO, 20/6/11
La política está en tránsito: cuánto convivirá la nueva izquierda abertzale con una ETA latente, cuánto más aguantará Zapatero, hasta dónde y cómo llegará el 15M
La máxima ignaciana que aconseja evitar mudanzas en tiempos de tribulación no estaba pensada para los períodos postelectorales. Si algo ha traído el 22-M ha sido, justamente, mudanza, y no solo por la que están protagonizando miles de cargos institucionales llevándose en cajas su pasado en ayuntamientos, gobiernos y diputaciones. Todo cambio conlleva provisionalidad e incertidumbre; máxime cuando, por ejemplo, aún no se ha despejado qué va a suceder con la Diputación de Álava y lo que ello supondría, caso de perderla, para un PNV que este jueves verá desalojado a Markel Olano, salvo sorpresa mayúscula, como diputado general de Gipuzkoa. La cuestión es cuánto va a durar este tránsito. O, por acotar el terreno, cuánto va a prolongarse la convivencia de la nueva izquierda abertzale, aupada sobre el oleaje de Bildu, con una ETA que todavía no se ha apartado definitivamente de escena; hasta cuándo se resistirá el presidente Zapatero a finiquitar una legislatura empantanada casi desde que arrancó por los devastadores efectos de la crisis (y de su negación); y hasta dónde -y cómo- llegará el 15M, que deberá dilucidar, más allá del éxito de las manifestaciones de ayer, si quiere quedarse en movimiento entrañable o pretende influir de verdad. Actuar como ‘lobby de los indignados’.
La primera semana de gobierno de Bildu en los ayuntamientos vascos ha demostrado que el principal desafío al que se enfrenta hoy la coalición soberanista es cómo hacer política, cómo hacer gestión, sin agraviar innecesariamente a quienes no comparten su proyecto y han sufrido -sufren aún- la coacción de ETA. Si como asegura Arnaldo Otegi lo que ha querido el pueblo vasco el 22-M es trasmitir «de forma masiva, clara y contundente su apoyo a una estrategia que se desarrolla por vías exclusivamente pacíficas y democráticas», compete a la nueva izquierda abertzale ser consecuente con ese mandato mientras la organización terrorista no desaparezca para siempre. Intentar borrar el ignominioso rastro que ha dejado la violencia en las calles de Euskadi por la vía de impedir el acceso a los ayuntamientos de los escoltas de la oposición amenazada no puede constituir un gesto hacia la normalidad. Antes al contrario: si algo recuerda elocuentemente la expulsión de los guardaespaldas es que ETA todavía no se ha ido del todo y que la izquierda abertzale histórica tampoco le ha pedido aún de manera expresa que lo haga. Cuando, siguiendo la lógica de Otegi y de otros portavoces independentistas, es eso precisamente lo que esperarían el grueso de los votantes de Bildu y la inmensa mayoría de la ciudadanía: que la oleada de votos a favor de la coalición sirva para acelerar, no para posponer y/o enredar, el irremediable final etarra.
En este ‘impasse’, la izquierda abertzale no parece haber resuelto aún el dilema al que se enfrenta, acentuado por su espectacular resultado electoral. Ese dilema pasa por dedicar todos los esfuerzos a construir una casa común para el independentismo de izquierdas desarmado -en el que confluiría Aralar-, o por seguir consumiendo energías en buscar una salida para que ETA, hoy un estorbo, salve los muebles. El interrogante se hará más agudo mientras persista la obcecación etarra. Porque Bildu tiene ante sí la ocasión, inesperada y poderosa, de hacer política desde las más altas tribunas institucionales. Y porque ya nadie aguarda otra cosa de que ETA firme su propia sentencia de muerte.
La agitación, las expectativas, que necesita Bildu para consolidar su actual pujanza se alimentarán con la previsible investidura este jueves de Martin Garitano como diputado general de Gipuzkoa y el inicio, el lunes 27 de junio, del juicio por el caso Bateragune contra Otegi, Rafa Díez y otros seis responsables de la izquierda abertzale ilegalizada. Dos acontecimientos destinados a mantener viva la llama de la movilización que llevó en volandas a Bildu a las urnas el 22-M. Pero el hecho es que Bildu y la izquierda abertzale que la integra no son el 15M. Han alcanzado el poder institucional con todas las de la ley y, por tanto, no se mueven en las lindes del sistema. No precisan ya de intermediarios, mediadores o activistas de la buena fe: Garitano tendrá interlocución directa, en virtud de su cargo, con el lehendakari y -a la espera de Sortu- Bildu se acomodará en el Congreso una vez celebradas las generales.
La transitoriedad del momento tiene mucho que ver con el aparente empecinamiento de Zapatero en agotar la legislatura. Y ello a pesar de que el argumento esgrimido en los aledaños de La Moncloa para aguantar hasta marzo de 2012 -culminar el proceso de reformas sin interferencias electoralitas- pierde fuerza ante la evidencia de que buena parte del combustible del Gobierno se quema a diario en preservar con el PNV, CiU o los minoritarios su precaria mayoría parlamentaria. Los peneuvistas elevarán su listón si Zapatero se encela en iniciar su última, y agotadora, negociación presupuestaria, mientras Urkullu mantiene un diálogo paralelo con Rajoy. En ambos casos, los jeltzales se aferran a su influencia singular en Madrid y, sobre todo, a su aspiración de sustituir más pronto que tarde al Ejecutivo de Patxi López. Paradójicamente, el PNV ha necesitado de la estabilidad de Zapatero para subrayar la transitoriedad del PSE en Ajuria Enea. Aunque la fogosa irrupción de Bildu haya trastocado la ordenada hoja de ruta del EBB de Urkullu.
Lourdes Pérez, EL CORREO, 20/6/11