Antonio Elorza-El Correo

  • En la dana, Sánchez renuncia a asumir su responsabilidad de jefe del Gobierno y no le molesta que se estrelle Mazón

Pedro Sánchez es siempre previsible. Las que no son previsibles son las consecuencias de sus actuaciones para aquellos afectados por las mismas; trátese de un grupo, de un individuo o del conjunto de la sociedad española. Salvo una, la que le concierne a él a título personal, ya que siempre saldrá indemne, justamente porque conseguirlo es la clave de su comportamiento político. Nunca aceptará haberse equivocado.

La actuación frente a las grandes riadas, y de modo particular su reacción ante los sucesos de Paiporta, son los mejores ejemplos de ese peculiar modo de hacer política. Tal vez lo aprendió de un maestro del género, Pablo Iglesias, al sobrevenir a otra catástrofe: la pandemia del covid.

Recapitulemos. De entrada, Sánchez no quería asumir el riesgo de visitar unos lugares, Paiporta y Chiva, en los cuales el balance de destrucción y muerte había alcanzado niveles máximos, y sobre todo mal se justificaba la visita cuando la ayuda no había llegado. Pero para evitar esta primera aceptación de la realidad, accedió al deseo del Rey. Luego sucedió lo que sucedió: la indignación cedió paso sobre el barro de Paiporta a los gritos y a las agresiones, tampoco muy graves, y Sánchez optó juiciosamente por retirarse, mientras los Reyes seguían en la dura y ejemplar tarea de por lo menos consolar e incluso llorar con los afectados. Estos no estaban solos.

Unos vándalos trataron de agredir a Pedro Sánchez, pero no eran esos grupos organizados de ultras que evoca ahora la versión presidencial. En Paiporta hubo indignación general y agresividad minoritaria, con lo cual la citada versión es deliberadamente mendaz, pero le sirve a Sánchez para borrar el hecho innegable de la razón de la protesta, de su carácter popular, y también para omitir el merecido elogio a lo que hicieron y soportaron los Reyes.

La generosidad no forma parte de su repertorio moral. Esa ausencia le permitía, además, aplicar a la crisis su tesis sobre la dualidad irreversible de la situación política en España: en todo y para explicar todo, progreso contra reacción. La complejidad del mundo real no existe y por ello el intento de tenerla en cuenta para hacer política resulta innecesario.

Es una ignorancia pragmática. A diferencia de las hijas de Lot, Pedro Sánchez nunca mira hacia atrás y se opone por todos los medios a una revisión a fondo de aquello que ha realizado. La experiencia de estos días repite la más extensa de los años del covid, cuando afrontó el desastre del tardío diagnóstico de situación para autorizar el 8-M, incluso borrando los programas iniciales de TVE donde Fernando Simón y otros imponían el optimismo suicida, luego usando todos los medios para bloquear la investigación de una jueza y de la Guardia Civil sobre el tema.

Le salió bien, como la nube de inepcia y corrupción sobre las mascarillas, con su número dos al frente. No solo el Gobierno funcionó mal, algo inevitable en parte, sino que su entorno se forró con la muerte. Lo ha puesto de relieve un juez, pero era obligación de su Ejecutivo haberlo investigado y sacado a la luz. Ni pensarlo.

Ahora sucede lo mismo con la inacción ante la dana. Con cargarla, y con razón, sobre los inexplicables errores de Carlos Mazón le basta, más por supuesto declarar que todo se hace bien, aunque salga rematadamente mal. Tenemos UME, pero durante días no tuvimos un Ejército en tareas como franquear las calles, luchar contra el barro o abastecer a la población. Una guerra no es solo pegar tiros, como a su manera sugirió Margarita Robles. El hecho es que la movilización asistencial del Ejército no tuvo lugar y la indignación de Paiporta lo refleja. Sánchez no lo aceptó.

En el plano técnico solo había una solución: la aplicación del estado de alarma, que asigna al Gobierno la competencia de responder a las catástrofes, por la simple razón de que es el único que, como estamos constatando, tiene recursos para afrontarlas, de acuerdo con la Constitución y la ley de 1 de junio de 1981. «Si quieren ayuda, que la pidan» es la frase que define la actitud de Sánchez, quien renuncia de buena gana a asumir la responsabilidad de jefe de Gobierno y no le molesta que se estrelle el presidente de la Generalitat. Como este juega al principio el juego, todos satisfechos, menos lógicamente los ciudadanos, los cuales pagan la enorme factura de ese vaivén de competencias. Y con el intercambio ya en curso de acusaciones y réplicas, salvo para Mazón, las responsabilidades quedarán en el aire.

Es obvio que esa indeterminación en las competencias podría ser superada en el futuro mediante una reforma de la Constitución en sentido federal, pero está claro que Sánchez tampoco piensa en ello. El azar ha querido que al mismo tiempo que la dana, ha dado un paso más hacia la configuración dictatorial, y paradójicamente fragmentada, del Estado, al elegir el nuevo consejo de RTVE. En el plano político, lo esencial, después de Paiporta, es encontrar a los ultras. Operación fallida. No ha leído ‘Fuenteovejuna’.