Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 8/1/12
Lo bueno de las marcas es que generan claridad en el mercado: uno sabe que este periódico dice la verdad y aquel otro carece de credibilidad; que los coches de una casa salen por lo general mucho mejores que los de la competencia; o que, comprando un determinado vino, bebemos un producto de primera calidad.
Hasta no hace tanto, en política pasaba con las marcas -es decir, con los partidos, que son en el duro mercado electoral su más exacto equivalente- algo similar a lo que sigue sucediendo hoy con la prensa, los automóviles o el vino: que, al votar, conocíamos lo que comprábamos, con una certeza razonable.
Pero, en el último medio siglo, la política ha cambiado en Europa de forma sustancial como consecuencia de la aparición de una amplia clase media que se ha traducido en el interclasismo de todos los partidos: de hecho, el PSOE debe ser ya la única formación socialista occidental convencida de representar en exclusiva a los obreros. Ese interclasismo partidista ha determinado que todas las fuerzas políticas sean hoy lo que un conocido politólogo (Otto Kirchheimer) llamó hace ya tiempo catch-all parties (partidos atrápalo todo) y ha dado lugar a que la competencia electoral se traslade poco a poco al centro del espectro, lo que determina, como efecto final, que las diferencias ideológicas entre partidos tiendan a amortiguarse de forma progresiva. Ver al derechista George Bush, al comienzo de la crisis, nacionalizando bancos, ha sido la más llamativa expresión, aunque no ciertamente la única, de la presente confusión.
Rajoy actúa con presteza
Quienes estén siguiendo los inicios de la andadura de Rajoy -que, al revés que Zapatero, habla poco, pero actúa con presteza- estarán constatando sorprendidos que las primeras medidas de ajuste del nuevo Gobierno del PP son mucho más cercanas a las de la socialdemocracia que las adoptadas por Zapatero durante el último tramo de su mandato, cuando se le llenaba la boca reivindicando lo contrario (un progresismo de boquilla) de lo que decidía su Consejo de Ministros. La subida del IRPF, el anuncio de un potente paquete de disposiciones contra el fraude tributario -que coloca esa decisiva cuestión en el centro de la agenda económica y política- o la negociación con patronal y sindicatos para pactar la reforma del mercado de trabajo anuncian un camino para la salida de la crisis que, pese a sus limitaciones, es mucho más justo que el intentado por un presidente que de socialista tenía solo la marca bajo la que vendía su averiada mercancía.
Por eso, quienes somos socialdemócratas desde hace mucho tiempo, podemos, sin renunciar a nuestras creencias, reconocer el acierto de lo andado de momento por Rajoy, al tiempo que insistimos en que la justicia en la salida de la crisis exige que el Gobierno aumente la presión sobre las rentas del capital con igual diligencia con que la ha elevado sobre las rentas del trabajo. Si lo hace, y si consigue finalmente, como la mayoría del país desea, pactar con los agentes sociales la reforma laboral, el ridículo de Zapatero como dirigente socialista sería ya monumental. Muchos de sus votantes sabrían, entonces, que, con él, creyendo comprar Vega Sicilia, se llevaron a casa, en realidad, un intragable vinacho peleón.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 8/1/12