IGNACIO CAMACHO – ABC – 16/03/16
· Al marianismo le cuesta entender que en política las cosas siempre terminan pareciendo lo que uno permite que parezcan.
A Rita Barberá le cuesta comprender, o aceptar, que el tiempo penal discurre a distinta velocidad que el tiempo político. Tampoco acaba de entenderlo Rajoy, experto en esperas, pese a que él mismo ha hecho una ley para acortar los plazos procesales de los casos de corrupción; y en general casi todo el PP tiene un problema con la percepción de la opinión pública por el que ha pagado y aún paga un alto precio. El marianismo se siente en dificultades ante la posmodernidad, incómodo con sus pautas vertiginosas y compulsivas. No alcanza a adaptarse a la necesidad de reacciones rápidas que impone el modelo apremiante de la nueva sociedad de la comunicación, acostumbrada a compases sincopados. Y sufre por ello un penoso desgaste.
Barberá tiene todo el derecho a defender su inocencia ante los tribunales. A lo que no lo tiene es a enredar en esa defensa al partido que representa a varios millones de españoles, cuya causa legítima perjudica al soslayar el concepto de responsabilidad política. Claro que si lo hace es porque el propio PP se lo permite al proporcionarle y mantenerle privilegios de aforamiento de un modo inexplicable. Ese enroque endogámico, respaldado por el presidente, prima la cohesión interna de la organización frente a los intereses de sus electores y simpatizantes que en su inmensa mayoría desean respaldar un proyecto limpio y transparente. Y al margen de la calificación penal que puedan merecer los hechos, las evidencias del escándalo valenciano, con sus cintas impúdicas, su pitufeo de dinero negro y sus manejos fangosos, revelan una atmósfera moral inaceptable.
Como mínimo, la exalcaldesa valenciana debería abandonar la escena pública por su incompetencia en la selección de personal –tiene imputada a toda su cúpula directiva– y por falta de sensibilidad política. Por haber presentado una candidatura cuya conducta constituye una ofensa a sus votantes. Por arrastrar a la vergüenza a toda la derecha sociológica valenciana al ofrecerle como representantes a un grupo de sospechosos habituales.
Por esas mismas razones, y a pesar del doble rasero de ejemplaridad que soporta ante la izquierda, el Partido Popular está obligado siquiera preventivamente a dejar de prestarle amparo. A abandonar los tics de autoprotección –la filosofía del «sé fuerte»– que tanto daño le han causado. A construir sus reacciones ante la corrupción como un mensaje a los ciudadanos, no a sus militantes. A interpretar la realidad, por incómoda que le resulte, con los ojos de la gente. A mostrarse sensible a los comportamientos, automatismos y reglas del «mercado» en que compite.
A entender que, aunque a menudo las cosas no sean como parecen, en política siempre terminan pareciendo lo que uno permite que parezcan. Y a asumir de una vez, por todas que por mucha calma estoica que Rajoy pueda albergar, hace mucho que la sociedad española ha perdido la paciencia.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 16/03/16