Carlos Granés-ABC
- Como el lobo del cuento, soplan y soplan hasta destejar los organismos que regulan y fiscalizan sus funciones
Son ya varios los países donde crece la sensación de que sus gobernantes han mutado en líderes hambrientos e iliberales, muy poco dispuestos a restringir su voluntad de poder para armonizarla con las leyes o los principios morales. Los vemos colonizar las instituciones del Estado, cambiar o formular códigos para beneficiarse a sí mismos, alinear o amedrentar a los medios de comunicación, pactar hasta con el diablo o incluso lanzar ataques contra parlamentos o embajadas. Como el lobo del cuento, soplan y soplan hasta destejar los organismos que regulan y fiscalizan sus funciones, como si sus instintos autoritarios no acabaran de adaptarse a la arquitectura institucional de un Estado de derecho.
Parecería que estoy a punto de hablar de España o de Estados Unidos, pero en realidad tengo en mente a Ecuador, un país que entró en campaña electoral el 5 de enero en medio del caos y la trifulca bíblica que ha convertido al presidente y a la vicepresidenta en enemigos mortales. Daniel Noboa y Verónica Abad ganaron las prematuras elecciones de 2023, pero muy pronto algo se rompió entre ellos, el amor se convirtió en odio, y la convivencia en el Palacio de Carondelet se hizo imposible. Para quitársela de encima, Noboa la envió primero a mediar la paz entre Israel y Palestina, una misión descabellada, y luego la trasladó a Turquía con otro mandato igualmente inútil. Aprovechando un retraso de una semana en asumir sus funciones, trató infructuosamente de suspenderla de su cargo.
Todas estas maniobras se explican porque Noboa aspira a ganar unas segundas elecciones, pero la Constitución le impide ser al mismo tiempo presidente y candidato. Por ley está obligado a dejar temporalmente el poder en manos de la vicepresidencia. El problema es que Noboa, como buen político de nuestros tiempos, cree que la legalidad puede esquivarse con trucos de sombrero. Ni se tomó la licencia obligada ni renunció a la campaña. Optó por la surreal fórmula de autorizarse a sí mismo un permiso, «por motivos de fuerza mayor», de tres días, y designar a dedo a otra vicepresidenta. La chusca maniobra dejó a Ecuador durante 72 horas con una vicemandataria legítima, elegida por el voto popular, y otra espuria, designada arbitrariamente por Noboa. Mientras tanto, restituida en su cargo, Abad se propuso presentarse el 5 de enero en Quito para posesionarse como presidenta, una maniobra que tenía menos posibilidades de éxito que la llegada de Edmundo González a Venezuela. Noboa siguió gobernando y haciendo campaña. Y lo grave de todo ello no es sólo la anomia y la esquizofrenia institucional que ha generado, sino que muy probablemente también haya violado alguna norma constitucional. De ser reelecto, su segundo período empezaría empañado por las dudas sobe su legitimidad: el clima perfecto para que Noboa acabe de mutar en un político autoritario, y para que lo tengamos durante cuatro años más soplando y soplando para derribar las instituciones que intenten fiscalizarlo.