La entrada de Bildu –defendida por el propio lehendakari y otros socialistas, además de por el PNV, Aralar y EB- trasforma el mapa político vasco y relega a los constitucionalistas a la tercera y cuarta posición. Los amagos de frenar la entrada de Bildu en las instituciones vascas donde han logrado situarse en cabeza carecen de sentido por parte de las formaciones que han luchado para su regreso a la legalidad.
La aclamación de Rubalcaba como sucesor de Zapatero en la candidatura socialista, evitando unas primarias, resulta una maniobra “in extremis” ante la dimensión de la derrota. Sin dudar de su capacidad, tanto discursiva como estratégica, ni de su pasión política –esencial para liderar un partido o un gobierno- las incógnitas sobre el desarrollo del debate socialista se prolongarán en el tiempo.
Porque en sus últimos años, con el liderazgo de Zapatero, el PSOE ha transitado por el forzamiento de las retóricas, más de diseño ideológico que de contenidos programáticos, sin apenas oposición de relieve en el seno del partido ante el ensimismamiento de un líder que les dio la victoria. Más allá de decisiones efectistas, sin vocación de consenso, como las del matrimonio homosexual y la ley del aborto u otras de realización dudosa, aunque justas, como las de la Ley de la dependencia, queda un vacío de ideas y cierta desidia intelectual. Pero no todo es achacable a los gestores de esta última etapa socialista: hay ideas que rozan el agotamiento si no se confrontan con los nuevos tiempos.
Lo que ha fracasado es la sinsorga convicción en la fuerza inexorable de las esencias (propias). Algo tan obvio como la presunción de que una idea asociada a la izquierda, sea buena, de partida, mientras por el contrario, cualquiera que surja de la derecha sea desechable sin reparo. Y en el culmen de la identificación, la convicción a prueba de seísmos de la supremacía moral. Pero se acabaron ya las certidumbres, no solo para la ciencia.
El principal desafío que se plantea en la nueva fase del PSOE, además de aunar esfuerzos en torno al líder aclamado, es constatar si es capaz de trascender al partido y a la disputa con el adversario para abrirse a una sociedad cambiante, que no es la misma que la que le dio las victorias. Lo del 22-M, más que un aviso, revela la desafección. La misma que ya anidaba antes del fin del zapaterismo en algunos pensadores socialistas cuyos análisis eran material de desecho, frente a los titulares de rápida digestión y difusión para los telediarios.
Se abre una etapa en la dialéctica socialista y en el discurso político general. Pero el seísmo socialista en España confluye con el terremoto vasco. En Euskadi, amén de la general pérdida de apoyos que ha registrado el PSOE, el PSE lidera el Gobierno Vasco, surgido como alternancia al nacionalismo de treinta años y para reclamar la legitimidad de las formaciones acosadas por ETA.
La entrada de Bildu –defendida por el propio lehendakari y otros socialistas, además de por el PNV, Aralar y EB- trasforma el mapa político vasco y relega a los constitucionalistas a la tercera y cuarta posición. Los amagos de frenar la entrada de Bildu en las instituciones vascas donde han logrado situarse en cabeza carecen de sentido por parte de las formaciones que han luchado para su regreso a la legalidad. No así por quienes (PP y UPyD) expresaron en todo momento que la nueva marca era la sucesión de la de ETA/Batasuna.
El PSE tiene ante sí su propia reflexión de gran alcance. Relegado también de su posición estratégica para ofrecer pactos –ahora sólo tiene la clave el PNV- tendrá que diseñar su presente y su futuro. Si apuesta por continuar en el Gobierno de ‘cambio’ ante el nuevo escenario, tendrá que defender el sentido de su proyecto. Y trabajar, si cree en ello, en los pactos que le acerquen a la centralidad perdida.
Chelo Aparicio, LA ESTRELLA DIGITAL, 30/5/2011