Tiempos nuevos

EL ECONOMISTA 01/11/14
NICOLÁS REDONDO TERREROS

La proliferación de casos de corrupción, la deslegitimación de las instituciones, el rechazo de los ciudadanos a la política convencional, el debilitamiento de los dos grandes partidos, la irrupción, según las encuestas más variadas, de expresiones políticas de orígenes ideológicos dudosos, que generan en esta situación de crisis una gran ilusión en una gran parte de la población y dan menos miedo que el malestar que provoca la situación actual, definen el panorama político español. A esta situación debemos unir la escandalosa gestión del Gobierno catalán de las aspiraciones independentistas de una parte de la sociedad catalana. Todos estos factores juntos serían suficientes para poder hablar, sin exageraciones ,de crisis política. Pero es que, además, todos ellos se manifiestan en un grado extremo y la política oficial parece arrinconada, sin capacidad de reacción.

Algunas de estas causas, que ya se adivinaban con una intensidad menor al principio de esta legislatura, nos llevaron a algunos observadores de la vida pública española a pedir a los ganadores de las elecciones que confeccionaran un Gobierno por encima de las siglas y que se enfrentaran a la vez al deterioro político y a la crisis económica que hace dos años amenazaba con una intervención radical de la Unión Europea en nuestro país, al estilo de las realizadas en Portugal y Grecia. El presidente Rajoy decidió enfrentarse a la crisis económica con un equipo no sólo del PP, sino de su más absoluta confianza. Todo lo demás adquirió una importancia secundaria.

Por aquellos días escribí que podíamos contemplar la paradoja de haber visto el fracaso de Zapatero, por entender que la gestión podía estar sometida en grado sumo a la arbitrariedad política, y de poder ver a Rajoy fracasando por su descuido de la política, que no pocos entienden como la expresión de una visión de la política como una actividad tan inevitable como desagradable.

La dedicación a combatir la crisis económica parece que ha tenido éxito. No nos han intervenido desde Bruselas, los últimos test bancarios han dado una nota optimista al sistema financiero español y todas las autoridades europeas nos felicitan por las reformas que se han hecho en España. Pero todos estos éxitos objetivos y necesarios no han provocado todavía los efectos beneficiosos que se esperan en la sociedad española, que sigue con unos niveles de paro muy altos y con un futuro que no nos ofrece volver al punto de partida.

Esta desilusión que nos brinda la realidad que vivimos se ha unido a las otras causas de la crisis política, y el Gobierno no ha sido capaz de hacer lo que inevitablemente se hace en estos casos: política. No había nacido para hacer política, había nacido para no molestar o, por lo menos, para evitar que le molestaran en la consecución de su único objetivo: la lucha contra la crisis económica.

El partido de la oposición, después del descalabro electoral, tampoco estaba en condiciones de compensar la inoperancia política del Gobierno y aún hoy día se encuentra en un periodo de maduración; si se descuida es probable que termine convirtiéndose en una fuerza sometida a los tirones de otras más determinantes, permitiendo así una realidad política nueva y, por consiguiente, confusa, como todos los principios imponen.

En fin, por motivos diferentes los dos grandes partidos han mostrado una inoperancia política que nos ha llevado justamente a tener que decir, si no nos dejamos ganar por la repulsa conservadora que suelen ocasionar los tiempos nuevos, que estamos al final del periodo político iniciado en 1978.

La cuestión se les plantea a los dos grandes partidos, con responsabilidad distinta pero decisiva en ambos casos, a la hora de enfrentar este cambio de época. Lo pueden hacer volviendo a empezar desde cero, como tantas veces hemos hecho en nuestra historia: haciendo tabla rasa de todo lo hecho, entretenidos mientras tanto por los autos de fe del siglo XXI y por los aventureros que creen que ha llegado el momento de imponer sus programas más radicales, como es el caso de los independentistas catalanes.

Pero también pueden acometer un periodo de reformas que encaucen las novedades con el menor coste posible para todos. Si optaran por esta segunda opción, desechando el adanismo y el tancredismo, el presidente del Ejecutivo está obligado a tomar la iniciativa con una crisis de Gobierno e incluir en el próximo a los mejores para elaborar sin más dilación un discurso político nuevo y reformista, que diera los primeros pasos en la regeneración política, enfrentara el descrédito de las instituciones y ofreciera soluciones al problema catalán más allá de la aplicación de la ley; y que todo esto pudiera ser revalidado en las próximas elecciones generales, o no.

El PSOE, por su lado, podría consolidar su posición como alternativa al Gobierno pactando lo que se puede pactar y ofreciendo alternativas razonables para esa regeneración, que en realidad debería ser un objetivo compartido.

Nicolás Redondo Terreros, presidente de la Fundación para la Libertad.