Está en marcha desde hace años una entente entre China, Rusia, Irán, Corea del Norte y Venezuela para debilitar al máximo y, si se puede, liquidar el orden liberal global. La creciente agresividad de Rusia en Europa con la sucesión de la guerra de Georgia, la anexión de Crimea y la invasión de Ucrania, junto con la confrontación abierta y feroz en Gaza entre Israel y Hamás, dibuja un cuadro amenazador en el que una generalización de estos conflictos hasta desembocar en una contienda de dimensión planetaria, aunque no demasiado probable todavía, no cabe descartar.
La Unión Europea es un proyecto de paz, no sólo dentro de sus fronteras, sino también en el plano mundial. Sus prioridades han sido hasta hace poco la descarbonización de la economía, la transformación digital, el libre comercio transnacional equitativo y la calidad medioambiental. Asimismo ha procurado mediante generosos programas de ayuda contribuir al desarrollo de los países menos avanzados y extender el respeto a los derechos humanos, el imperio de la ley y la democracia por todas las latitudes. Europa, es, en este contexto, un actor internacional benéfico y constructivo sin ambiciones territoriales ni voluntad de hegemonía. Intenta, gracias a la fuerza de arrastre de su ejemplo, convencer a todos los gobiernos y opiniones públicas de la tierra de las bondades de su concepción ética basada en la dignidad intrínseca de cualquier ser humano y en la probada capacidad de la economía social de mercado de crear riqueza, empleo y prosperidad. Sin embargo, este enfoque positivo se halla en estos momentos sometido a una dura prueba y el ulular de vientos bélicos sobre el continente europeo obliga a sus Estados Miembros a revisar en profundidad sus estrategias y sus sistemas de pensamiento.
Se estima que en una hipotética guerra total de tipo convencional entre Rusia y Alemania, las reservas de munición germanas se agotarían en dos días
Es archiconocido el dicho de que si quieres paz, prepárate para la guerra. Esta antigua sabiduría romana no podría ser aplicada en la actualidad a la Unión Europea, que ha reducido considerablemente -unos ocho billones de euros- su gasto en defensa comparado con el que sostuvo entre 1962 y 1992. Los ejércitos de los Estados-Miembros han sido descritos irónicamente como “ejércitos bonsai”, minicontingentes con insuficientes efectivos humanos y magros arsenales. La Unión Europea ha sido descrita como “un gigante comercial, un enano político y un pigmeo militar”. Se estima que en una hipotética guerra total de tipo convencional entre Rusia y Alemania, las reservas de munición germanas se agotarían en dos días. Ahora bien, considerada la estructura de defensa de la Unión en su conjunto, en un enfrentamiento con Rusia sin recurso a las armas nucleares, y puesta en operación de manera total la industria europea al servicio de este supuesto choque, Putin sería derrotado.
Conscientes de estas inquietantes circunstancias, se está desarrollando en Bruselas y en las capitales nacionales comunitarias la idea de que resulta necesaria una Unión de Defensa, una poderosa estructura multinacional en la que las distintas Fuerzas Armadas estuviesen coordinadas, fueran interoperables y dispusiesen de una notable capacidad de disuasión. En este aspecto, el ataque feroz de Rusia a Ucrania ha revitalizado una OTAN que Macron había descrito como en “muerte cerebral” y ha ampliado sus miembros con la adhesión de Suecia y Finlandia. La presidenta de la Comisión, por su parte, ha sugerido la creación de un Comisario de Defensa y el presidente francés ha considerado el eventual envío de tropas a Ucrania.
Todas estas reflexiones, propuestas e inquietudes responden también a la posible victoria de Donald Trump en las próximas elecciones presidenciales norteamericanas. El imprevisible y temperamental magnate neoyorquino ha expresado con ruda franqueza que si los europeos desean seguir contando con los Estados Unidos como contribuyente principal a la Alianza Atlántica y como pilar fundamental de esta organización deben incrementar significativamente sus aportaciones financieras a su presupuesto. Cuando el secretario general de la OTAN ha reclamado un plan especial para Ucrania de cien mil millones de euros a lo largo de cinco años independiente de las decisiones de la Casa Blanca, se hace palpable la urgencia de aumentar el esfuerzo presupuestario destinado a defensa en Europa.
Máxima urgencia
Como tienen por costumbre, los Estados Miembros coinciden en la cuestión de fondo para a continuación consumir un tempo excesivo en largas y alambicadas discusiones sobre los detalles de su construcción y puesta en marcha. Francia y Alemania, que pugnan siempre, aunque no de forma explícita, por el liderazgo de la Unión, presentan posiciones divergentes en cuanto a la magnitud y la naturaleza del respaldo a Ucrania y determinados gobiernos, como los de Hungría y Eslovaquia, muestran una perturbadora benevolencia en relación con las tropelías del Kremlin. El objetivo de poner de acuerdo a los veintisiete socios no es de fácil culminación a pesar de que la preparación para una posible conflagración de enorme alcance es de la máxima urgencia. Esperemos que no sea demasiado tarde para hacer frente al peligro que se cierne sobre nosotros europeos porque si nos coge desprevenidos las consecuencias se perfilan catastróficas.