Florentino Portero-El Debate

La pregunta está en la calle a la vista de los recientes resultados electorales en distintos estados europeos y de los sondeos disponibles sobre los próximos comicios. En toda Europa las formaciones tradicionales -populares y socialdemócratas- pierden votantes hacia los extremos, que en muchas ocasiones son partidos jóvenes que han surgido ante la crisis de confianza en las elites tradicionales, por su incapacidad para dar respuesta a las nuevas circunstancias. Hay estados donde el proceso de descomposición del sistema de partidos está muy avanzado. Es el caso de Francia, donde los Republicanos, herederos de de Gaulle, apenas si tienen relevancia y donde tanto comunistas primero como socialistas después se han ido difuminando. En otros estados, como España, el sistema aguanta con dificultad y no sabemos por cuanto tiempo.

Para muchos resulta evidente que un «cambio de época» supone una severa alteración del propio sistema de partidos, bien mediante reformas, bien como consecuencia de procesos revolucionarios. Si, como suponemos, este «cambio de época» va a ser más radical que sus predecesores podría concluirse que la supervivencia de las constituciones surgidas tras la II Guerra Mundial es, en el mejor de los casos, difícil. En realidad, no hay leyes históricas que determinen procesos políticos. Todo depende de nosotros y, muy especialmente, de los dirigentes políticos.

En un ejercicio de responsabilidad el Wilfried Centre for European Studies, el think tank del Partido Popular Europeo, ha publicado un libro analizando el riesgo de desaparición de las formaciones de centro-derecha titulado Christian Democracy, Conservatism and the Challenge of the Extremes, entre cuyos autores podemos encontrar algunas de las firmas más prestigiosas de los ámbitos político y académico. En la mañana del pasado lunes el libro se presentó en la Universidad Francisco de Vitoria, dando paso a un interesante debate. Personalmente me llamó la atención la claridad y calidad del análisis de las causas y remedios en contraste con la indecisión con la que están actuando algunas de sus formaciones políticas. Reivindican la exigencia a una vuelta a los valores cuando precisamente su ausencia es uno de los motivos por los que parte de su clientela tradicional busca alternativas bajo otras siglas. Critican la burocratización de la política europea, una fiscalidad que penaliza el emprendimiento, el desastre del mercado interior, políticas sesgadas por la ideología y la ausencia de realismo… cuando han estado detrás de buena parte de ellas.

Califican duramente a los nuevos partidos, pero no dejan de reconocer que son el resultado de una combinación entre nuevas circunstancias y errores propios. Subrayan que estas formaciones denuncian, pero no aportan soluciones, que se han instalado en el relato acusador y en el bloqueo parlamentario para desgastarlos. Es cierto, pero ya deberían saber que la política es un mercado, con oferta y demanda. Cuando un consumidor rechaza una marca de mantequilla comprará otra de las que encuentre en la balda correspondiente. No puede adquirir la que no está y no sabrá si la nueva le gusta hasta que la pruebe. Los nuevos partidos se están aprovechando de la situación y como los tradicionales no reaccionen, adaptándose a las exigencias del consumidor, dejarán en breve de estar en el estante.

El estudio en cuestión despierta el optimismo al constatar que estas formaciones políticas entienden la complejidad de la situación y atisban el camino a seguir. Sin embargo, no todo va de voluntades y competencias. En el mejor de los casos los dirigentes europeos de cualquier signo político se van a encontrar con situaciones muy difíciles de sortear. Los cambios económicos y sociales que la combinación de Globalización, Revolución Digital y Revolución Bio-Tecnológica están y, sobre todo, van a provocar en los próximos años será de tal envergadura que hará falta mucha capacidad de comunicación y de liderazgo para mantener unida a la sociedad en el proceso de adaptación a un entorno sensiblemente distinto.

Los europeos creen que han consolidado derechos relativos al estado de bienestar y a la paz y seguridad. Mentira. Eran logros que hoy están en cuestión. Depende de nuestra capacidad de adaptación el que podamos, en mayor o menor medida, preservarlos o mejorarlos. Lo único seguro es que el cambio va a ser profundo, que muchos de nuestros activos van a estar en riesgo y que la tentación de confiar en líderes irresponsables va a ser muy grande.