- La destrucción del Estado de derecho perpetrada por Sánchez huele a excusa para taparse sus vergüenzas
El fiscal general del Estado ha reaccionado a su imputación negando que esté imputado, aferrándose al cargo y lanzando una amenaza: si él quisiera, dijo en la tele de todos y de todas los y las sanchistas, podría cargarse a todo bicho viviente. Porque sabe cosas, guarda trapos sucios y, como hemos sabido, es un gran experto en filtraciones.
Solo una persona ha superado en abyección a Álvaro García Ortiz, que en el pasado pidió la dimisión de otro fiscal general por no luchar bien contra la corrupción, ironías de la vida.
No es una sorpresa que haya sido Pedro Sánchez el mejor en lo peor, con otra de sus intervenciones legendarias en las que todo un pirómano se pone a exigir explicaciones a los bomberos: su fiscal de cabecera, tan útil para él como Luca Brasi para Vito Corleone, solo cumple con la ley y defiende la democracia al perseguir bulos. Y si alguien tiene que marcharse, es Isabel Díaz Ayuso.
La inversión de la realidad sería un delirio en el campo psiquiátrico, pero en el político siempre es la antesala del abuso: presentar los diques de contención de los excesos como un trampolín para las conspiraciones preludia la justificación de un liberticidio sin precedentes.
Porque Sánchez lleva meses, si no años, fabricando un relato perverso contra la democracia española que, llegado el punto, avalaría la adopción de medidas sin precedentes para «salvarla»: la persecución a los jueces, la estigmatización de todo periodista que no se parezca a Silvia Intxaurrondo, la animalización de la oposición y el desprecio a la ciudadanía crítica bajo la etiqueta colectiva de ‘ultraderechista’ no ha sido un recurso ocasional para salir del paso.
Es la regla fundacional de un Estado paralelo, con reglas nuevas e instituciones adaptadas al credo, donde la justicia sanchista es un catecismo de estricta observancia.
Podría pensarse que Sánchez defiende a García Ortiz o indulta a Chaves y Griñán por agradecimiento, devoción o simple sectarismo. Pero en realidad son meros ensayos para indultarse a sí mismo si la sangre corrupta que le rodea acaba llegando al río de la Justicia independiente.
Al líder del PSOE no le mueve solo el temor político a perder el poder: también le guía el pánico a que una instrucción judicial puntillosa y un periodismo de investigación decente acaben demostrando su participación personal en alguna de las tramas o en todas ellas, por persona delegada o con su propio nombre.
Y eso es lo que le hace más peligroso que nunca: ha preparado el camino para que a nadie le sorprenda una reacción furibunda si los casos de Ábalos, Aldama, Koldo, Begoña o su hermano David evolucionan hasta demostrarse que en la cúspide de todos ellos o de alguno existe un Señor X y ese Señor X es él.
Algo incuestionable ya en el ámbito estrictamente político, pues la prosperidad de los mafiosos hubiera sido imposible sin su complicidad incluso inconsciente, pero aún por verificar en el terreno penal.
Alguien que llegó al poder gracias a la secuela de Batasuna, entre otras excrecencias, ¿cómo va a pararse ahora que está en juego su propio futuro procesal? Antes otra guerra civil, si hace falta, que una declaración en el banquillo de los acusados.