Joe Biden creía que tendría tiempo de sobra para sacar de Afganistán a todos los norteamericanos y colaboradores afganos. La derrota del Gobierno afgano la daban todos por sentada, pero creían que aguantarían algunos meses, y para entonces, a los ciudadanos norteamericanos les daría igual. Pero los plazos previstos se han acelerado tan frenéticamente que el país entero ha caído en cuestión de días, forzando a una evacuación precipitada y agónica.
Ciertamente que Biden cometió un grave error al no dejar una guarnición muy poderosa hasta el ultimísimo momento. Seguramente compartía la opinión general de que, aunque el Ejército afgano no valiese un disparo, las milicias de los señores de la guerra se mostrarían más combativas, y que las minorías étnicas se resistirían a caer bajo la hegemonía pastún/talibán. La rapidez del colapso solo puede explicarse mediante una minuciosa preparación mediante promesas, sobornos o coacciones para desmantelar cualquier resistencia.
Tras la humillación de ver los helicópteros despegando de la Embajada, como en Saigón, las multitudes aterrorizadas intentando subirse a los aviones y el ultimátum talibán con fecha limite al 31 de este mes, se multiplican los agoreros que profetizan sobre el declive de Occidente. No falta quien cita a Spengler o hace comparaciones con la década de 1930. Toni Blair sermonea después de dar el mal ejemplo en Irak en 2003, pero es muy dudosa la base empírica de estos sombríos análisis.
Para empezar, los norteamericanos y sus aliados han persistido durante veinte años, que se dice rápido. Recordemos que la Primera Guerra Mundial duró solo cuatro años. La Segunda Guerra Mundial, seis. La intervención norteamericana en Vietnam, siete, y la invasión rusa de Afganistán, diez. Por lo tanto no se puede decir que Occidente se haya desanimado enseguida, o que haya flaqueado ante las primeras dificultades.
En segundo lugar, aunque se repite sin cesar -y es verdad-, que invadir Irak en 2003 fue un grave error y que se desviaron recursos muy necesarios, al final Afganistán ha recibido cantidades inmensas de dinero. Tampoco ha escaseado el personal. Aparte de los contingentes occidentales, varios cientos de miles de afganos han recibido el mejor entrenamiento militar y policial que Occidente puede proporcionar. Esas fuerzas deberían haber sido capaces de resistir a unas pocas decenas de miles de insurgentes apoyados únicamente por la etnia pastún, que supone entre el 40% y el 45% de la población total afgana.
Por lo tanto, pese a ciertos errores militares y políticos, Occidente ha cumplido de sobra con sus aliados en el país centroasiático. Dejando aparte las responsabilidades de la clase dirigente afgana, que son inmensas, el error garrafal de Occidente ha sido su política hacia Pakistán. EE UU les ha tratado siempre como un aliado reticente, sin reconocer jamás que se trata de un enemigo irreconciliable que debería haber sido tratado como tal. Este disparate estratégico es algo reiterado en la política exterior norteamericana, y requeriría un libro entero para analizarlo exhaustivamente.
Los militares pakistaníes llevan ayudando a los talibanes desde 1994, muchas veces al margen de lo que ordenase su Gobierno. Incluso cuando luchaban contra los yihaidistas pastunes de Pakistán, seguían apoyando a los talibanes afganos, pastunes, con armas, pertrechos, dinero… Los pakistaníes son casi seguro los responsables de la estrategia talibán, de los sobornos y maniobras para desmantelar la resistencia, y de la campaña de marketing para darles a los ultrafanáticos una imagen más amable, incluyendo convencerles para no atacar de inmediato el aeropuerto de Kabul.
N o puedes derrotar a tus enemigos si no los reconoces como tales y te enfrentas a ellos, pero durante décadas, los norteamericanos se han engañado a sí mismos y se han tirado a lo más fácil, que al final es lo más perjudicial como se ve ahora. España debería aplicarse el cuento con respecto a Marruecos, cuyo monarca nos hace ahora promesas de gran amistad… hasta la crisis siguiente.