Si la mayoría vasca no se reviste ahora de la máxima exigencia ética para cerrar la etapa del terrorismo y sus cómplices, dejará tras de sí tierra quemada. Muchos jóvenes vascos acabarán idealizando en el futuro como épica una etapa miserable de nuestra historia.
Podrá estar llegando la primavera a Euskadi, o incluso el primer día del resto de nuestros días de paz, como auguran algunos de nuestros políticos más épicos y optimistas, pero si no se cierra el capítulo de los cuarenta años largos de violencia sembrando la ignominia, para que no quede ni un resto de la mala hierba, sobrevuela el fantasma de volver a repetir los errores alimentados en la indiferencia y la ignorancia. Y la incertidumbre sobre la tardanza en superar la barrera del odio que durante tantos años ha dividido a los ciudadanos de esta comunidad.
De ahí que desde el terreno de la ética y la moralidad se exija a quienes vienen de Batasuna que renieguen de su pasado de complicidad con ETA. De ahí que en el ámbito de la educación se vaya a contar la historia de nuestras vergüenzas, con las víctimas como ‘profesores’ del relato en primera persona, a los jóvenes en las aulas, tal como la han vivido con el objetivo de deslegitimar el terrorismo y lograr una empatía con su sufrimiento.
Más allá de las fronteras del País Vasco, muy pocos miembros del primer Gobierno no nacionalista traspasan la línea de la popularidad salvo el lehendakari, Patxi López, y el consejero de Interior, Rodolfo Ares. Quizá la portavoz del Gobierno, Idoia Mendia, que comparece en su cita semanal ante los medios de comunicación. Pero la responsabilidad que está asumiendo la consejera de Educación, Isabel Celaá, es digna de mención por su constancia y claridad de ideas cuando se trata de abordar la formación de los ciudadanos del futuro. La consejera, que ha asumido con orgullo y dignidad la misma cartera que dirigieron sus compañeros Fernando Buesa y Jose Ramón Recalde en anteriores gobiernos de coalición durante los mandatos del lehendakari Ardanza, se halla en plena tarea de búsqueda de consenso para poder llevar a la práctica el Plan de Convivencia Democrática.
Y en este interregno, precisamente, el Gabinete de Prospección Sociológica del Gobierno vasco, dirigido por Víctor Urrutia, ha encendido todas las luces de alarma al detectar la actitud acomodaticia de un sector de jóvenes vascos frente al terrorismo. El ‘sociómetro’ refleja un importante rechazo de la violencia, aunque todavía un 12% de los encuestados cree justificables los actos de terrorismo. Pero el dato que ha disparado la alerta ha sido el relativo al repudio que les produce vivir cerca de un amenazado o un etarra. El porcentaje (51%) es prácticamente igual. Los encuestados no marcan diferencias. Rehúsan tener como vecinos a víctimas del terrorismo o a sus verdugos.
«La violencia ha acabado por secar los pozos de la ética», reflexionaba Víctor Urrutia mientras dejaba sobre la mesa esa actitud de nuestra juventud tan poco solidaria. Es a esa juventud, que no quiere problemas y que prefiere mirar para otro lado, a la que las víctimas del terrorismo tendrán que dirigirse desde las aulas en cuanto la consejera de Educación sortee todos los obstáculos que algunos grupos nacionalistas le van poniendo en el camino. Y las víctimas que han sufrido el zarpazo de la violencia podrán , y es de justicia que así sea, contar su capítulo de la historia de Euskadi.
En cualquier rincón de la vieja Europa no tendría sentido acotar un área de la enseñanza para recordar al alumnado ya no que matar es delito, sino que no hay causas que justifiquen que un grupo de iluminados pretenda hacer una limpieza ideológica, como ha ocurrido en este ‘corner’ del mapa. Pero, con los datos del ‘sociómetro’ en la mano, hay que insistir.
No por casualidad ayer el lehendakari Patxi López reclamaba, ante los candidatos socialistas proclamados para presentarse en las próximas elecciones locales, la necesidad de fortalecer nuestra memoria. «Debe servir como muro para impedir la intolerancia y el fanatismo del futuro», decía, cuando quedan los restos del debate provocado hace unos días tras la insistencia de Batasuna-Sortu en rechazar tan solo la violencia que pueda darse en el futuro.
Si todavía hay demasiados jóvenes que justifican el recurso a la violencia es porque la educación en la política y en las aulas sigue fallando. Si nuestros políticos hacen de la falta de respeto a la legalidad vigente una seña de identidad, lógicamente nuestros jóvenes están recibiendo mensajes distorsionadores frente a la necesidad de cumplir con las normas establecidas. Si todavía hay demasiados jóvenes que rechazan por igual vivir cerca de la víctima que de su verdugo es porque cuarenta años de cobertura sociopolítica de la violencia asociada por el nacionalismo al ‘conflicto’ ha dejado su poso infame.
Si la mayoría vasca no se reviste ahora de la máxima exigencia ética para cerrar la etapa del terrorismo y sus cómplices, dejará tras de sí tierra quemada. Muchos jóvenes vascos acabarán idealizando en el futuro como épica una etapa miserable de nuestra historia.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 28/2/2011