Tinieblas

Expuestas en el Guggenheim, las fotos de Bernard no son un reportaje gráfico de la realidad vasca, sino una estúpida representación artística de la metáfora compleja conocida como Euskadi. Ahí radica la indecencia de querer exponer la fotografía del cráneo de Miguel Ángel Blanco. La explicación de sus motivos resulta tan obscena que desmantela moralmente el museo.

«EN el sentido político, el país vasco es famoso por la organización ETA. En el contexto cultural, está el museo Gugenheim (sic) en Bilbao, y el acontecimiento de Guernica que inspiró a Picasso para pintar el cuadro que lleva el mismo nombre». Así comienza la presentación de la participación vasca en el programa del festival internacional de cultura urbana de Dubrovnik, verano de 2007. Consiste ésta en una serie de cortos de jóvenes directores (el más prometedor se llama Tinieblas González), de los que la «Ministra Vasca de Cultura» (sic) dice sentirse muy orgullosa.

Yo no sé si el tipo ese que se llama Bernard y que ha expuesto en el Guggenheim de Bilbao las fotos de etarras y guardias civiles tiene el genio y el oficio de Tinieblas. Nunca oí hablar de él, pero no dudo de que goce de renombre en los círculos de la pornopolítica. Por otra parte, lo del Guggenheim se veía venir. Si la dimensión internacional de eso que llaman Euskadi se reduce a ETA, la franquicia neoyorquina y el Guernica, tal miseria tenía que reflejarse, tarde o temprano, en la capilla sixtina de la horterez posmoderna erigida a orillas del Nervión. En otras palabras, el «contexto cultural» estaba fatalmente condenado a incorporar el «sentido político», y así lo ha hecho, desvelando la mentira congénita de un retablo de las maravillas forrado de titanio.

El tipo llamado Bernard, ante la indignada reacción de las asociaciones de víctimas, ha pedido el amparo de Reporteros sin Fronteras, que tampoco me suenan de nada, aunque estoy seguro de que, llamándose de esa guisa, serán, cuando menos, antisionistas y antiamericanos a tiempo completo. El tipo llamado Bernard es un cuco. Se las da de reportero gráfico cuya sola función consiste en ofrecer testimonios objetivos de la realidad. En este caso, de la realidad de eso conocido como Euskadi, entelequia sobrepuesta a la realidad que, como toda entelequia, admite también un simulacro de realidad: lo que llamamos representación; o sea, un conjunto de imágenes, de metáforas que sustituyen a la realidad escamoteada. Euskadi es la suma de tres metáforas -ETA, el Guggenheim y el Guernica-, cada una de las cuales, por separado, posee sus propias modalidades de representación (las del Guernica, por ejemplo, abarcan desde las reproducciones domésticas del cuadro hasta las variaciones publicitarias sobre el mismo). Pero el Guggenheim posee además la virtud de convertir todo lo que acoge en representación artística. Un plátano colgado de una pared del Guggenheim no sería un plátano, sino una estúpida obra de arte (del mismo modo que el urinario de Duchamp no es una pipa). Y las fotos del tipo llamado Bernard, expuestas en el Guggenheim, tampoco son un reportaje gráfico de la realidad vasca, sino una estúpida representación artística de la metáfora compleja conocida como Euskadi.

Y ahí precisamente radica la indecencia de su pretensión de exponer la fotografía del cráneo de Miguel Ángel Blanco. Sin entrar en la cuestión de que la selección de las imágenes expuestas haya sido tendenciosa -que lo ha sido-, la mera explicación de los motivos que le llevaron a pedir la venia de la familia de Miguel Ángel Blanco para incluir en aquélla la fotografía denegada resulta tan obscena que ha bastado para desmantelar moralmente el Guggenheim de Bilbao, empresa neocorporativa de espectáculos. Todavía seguirá atrayendo a mi desdichada villa natal, por algún tiempo, un turismo hortera y pretencioso. Pero ahora ya es notoria su condición de dispositivo para aliviar a la gente del peso de toda cultura que implique responsabilidad y resistencia al embrutecimiento.

Los padres y la hermana de Miguel Ángel Blanco han dado otra lección de dignidad a un nacionalismo que ha ido minando eficaz y persistentemente el discernimiento ético de la sociedad vasca. Confieso que estas bravas mujeres de mi tierra, Mari Mar Blanco o Cristina Cuesta, investidas de la grandeza de Antígona, me emocionan más que todo el arte contemporáneo. Mari Mar y Cristina contra la pedantería abertzale del Guggenheim-Bilbao, titanes del dolor contra el titanio inmundo, un atisbo de luz en las tinieblas.

Jon Juaristi, ABC, 21/10/2007