Alberto Ayala-El Correo
La Moncloa transmitía ayer cierto subidón tras días ‘horribilis’, y no es para menos. Pedro Sánchez ha encontrado en las últimas cuarenta y ocho horas sendos motivos de alivio a su delicadísima situación política. Tiritas para hacer frente a lo que es una grave hemorragia política, sí. Pero menos es nada.
Las buenas nuevas ya las conocen. Su encontronazo con Trump en la cumbre la OTAN por la negativa española a subir el gasto militar al 5% del PIB para 2035. Y la decisión del Tribunal Constitucional de avalar, por simple mayoría, la ley de amnistía para los condenados por el fallido ‘procés’ catalán que el PSOE negoció y pactó con Puigdemont a cambio de los siete votos de Junts en el Congreso.
La jugada de Sánchez de oponerse a Trump en solitario y con trompetería, en contraste con el vergonzoso servilismo mostrado, sobre todo, por el líder de la OTAN, el liberal holandés Mark Rutte –en su día uno de quienes exigieron las recetas de austeridad que tanto daño hicieron a España– puede decirse que le ha salido más que bien. Ayer en parlamentos y conferencias de prensa de todo el continente, Sánchez era el ejemplo del político progresista que había elegido preservar el Estado del Bienestar de su país en vez de plegarse a Trump.
Y es que lo ocurrido en la cumbre de la OTAN se asemeja a una mala representación teatral. Medio continente, y el otro medio también, son conscientes de que casi ningún país alcanzará ese 5%. Porque las economías europeas no están para alegrías. Porque ese dinero sólo podría obtenerse bajando las pensiones, el gasto educativo y destrozando la sanidad pública. Y porque ni el tío Sam cumple tal objetivo: su enorme gasto defensivo actual no pasa del 3,38%.
Que el cabreo de Trump pueda traducirse en alguna represalia a productos españoles, por desgracia, no puede descartarse. Pero ahí está una Europa que debe cumplir con lo que somos, un mercado único, y respaldarnos.
En cuanto a la decisión del TC de avalar la Ley de Amnistía, ninguna sorpresa. Es lo que se esperaba. Y el acuerdo llegó como se esperaba: con la división de voto prevista entre magistrados conservadores y progresistas. Lamentable.
Es el penúltimo paso para que, de manera incomprensible desde el respeto a nuestro Estado democrático, los gravísimos delitos perpetrados por un grupo de políticos independentistas catalanes en el ‘procés’ sean borrados. ¿Eso quiere decir que estamos en puertas del retorno del huido Puigdemont a España? No lo creo. Y es que falta aún el pronunciamiento final del Tribunal de Justicia de la UE. El TC no ha querido esperar a conocer su fallo y bien pudiera ocurrir que fuera en sentido contrario. De hecho el informe previo de la UE ha definido lo ocurrido en nuestro país como una ‘autoamnistía’.
Pero las tiritas no suelen durar demasiado con heridas profundas y la corrupción que cerca al PSOE y al Gobierno Sánchez lo es. Por mucho que el presidente se esfuerce en circunscribir el problema a Cerdán, Ábalos, Koldo y un par de cargos gubernamentales de segundo nivel. El Gobierno navarro de María Chivite pende también de un hilo. Y lo peor es que la película puede prolongarse en el tiempo porque aún no se sabe nada de dónde está el dinero robado. Sánchez sigue en el alero y cada vez más agotado.