EL PAÍS 2/05/17
FÉLIX DE AZÚA
· El pensamiento, como el arte, no es asunto que dependa de la inteligencia, sino del coraje
Han pasado menos de dos siglos, pero la comparación da escalofríos. Durante la Revolución Industrial algunos humanos se midieron con los dioses. Para matar a un dios hay que ser un dios. Así, G. W. F. Hegel. Podría parecer un profesor de la Universidad de Berlín semejante a los actuales profesores de filosofía, pero sería como decir que la Vía Láctea tiene el tamaño de un gusano. La nuestra es la visión del gusano. Hegel, en cambio, sentado sobre la Osa Mayor, veía el cosmos en su totalidad. De hecho, fue el primero en comprender que un mundo sin dioses precisaba una voz humana de condición divina. Aquel profesor de universidad se propuso, según dejó dicho, “escribir el discurso de Dios antes de crear el mundo”. Y lo hizo.
Da lo mismo quién fuera Hegel, lo relevante es que todavía era posible mantener la ambición de saberlo todo y proceder a una representación que lo incluyera todo, desde la primera ameba hasta el último cañón de Napoleón, a quien vio pasar bajo su ventana. ¿Cómo pudo caber todo el cosmos en una sola cabeza? Muy sencillo: el pensamiento, como el arte, no es asunto que dependa de la inteligencia, sino del coraje. Y Hegel era un bravo.
Para nosotros es casi imposible acceder a un pensamiento que sólo puede compararse con el de Platón. Si el griego alzó el telón del temible escenario occidental, Hegel lo bajó con igual grandeza. Después de Hegel, uno de sus alumnos, Marx, quiso prolongar la audacia tirando del cielo hacia el asfalto. Su fracaso es nuestra vida cotidiana. Nietzsche osó dar de martillazos al titán. Aquellos golpes son ahora nuestra música.
Se acaba de publicar la Enciclopedia de las ciencias filosóficas de Hegel, bilingüe y en la admirable traducción de Ramón Valls. Sólo para los más bravos.