Ignacio Marcos-Gardoqui-El Correo

Los datos del empleo del mes de mayo fueron malos, si los comparamos con cualquier mes preCovid-19, pero también fueron esperanzadores si pensamos en las expectativas que se habían generado. La afiliación media a la Seguridad Social aumentó en 97.500 personas, aunque el paro aumentó en 26.600. Descontada la estacionalidad -que es ese mecanismo complejo que trata de corregir la desigual distribución mensual de nuestro mercado laboral-, la cosa pinta bastante peor: el empleo cayó en 77.000 personas y el paro aumentó en 104.000. El Servicio de Estudios del BBVA calcula que, desde el mes de marzo, el impacto de la crisis se acerca a los 1.290.000 cotizantes menos y a los 840.000 parados más.

¿Es mucho? Por supuesto, es muchísimo, pero parece que tal y como ha sucedido con la pandemia, la curva de destrucción de empleo se aplana y que, poco a poco, los acogidos a la protección de los ERTE empiezan a volver a sus trabajos anteriores, según la actividad se recompone.

Por eso, la pregunta clave sigue siendo la misma. ¿Cuántos de los tres millones de personas incluidos en ese mecanismo volverán a ocupar su puesto de trabajo anterior? Todavía es muy pronto para saberlo, pero la respuesta que nos dé la realidad, de aquí a la vuelta del verano, nos mostrará la profundidad de la herida económica producida por el maldito bicho.

Y, una vez cuantificado el daño, pasaremos a esa desconocida nueva normalidad, en la que lo único que ya podemos garantizar es que vamos a necesitar empleo, mucho empleo. Hasta ahora, el Gobierno se ha afanado en paliar los efectos del paro y no ha reparado ni en gastos ni en ayudas, lo cual está bien. Nos deja un agujero tremendo en las cuentas públicas que será necesario colmar algún día, pero está bien. Entonces habrá que preocuparse del empleo y esa es una cuestión mucho más peliaguda.

Una cuestión que necesita una «actitud» especial que de momento este Gobierno no tiene. En este mundo y a pesar de la crisis hay mucho dinero para invertir. Lo hay en el sector privado y lo ha prometido el sector público y en cantidades hipopotámicas. Pero también hay muchos lugares en donde hacerlo y los gobiernos de todo el mundo pugnan por conseguirlo. Hay dinero y hay actividades que van a crecer. La crisis incrementará la velocidad del proceso de «destrucción creativa» que se llevará sectores por delante y en el que surgirán otros nuevos. Hay dinero y hay oportunidades. Solo falta saber si seremos capaces de aprovecharlas y si estamos dispuestos a hacer lo que es necesario hacer.