- Si el hombre está sin ideas para otra gran ópera le ofrecemos una: la historia de un melómano evasor fiscal que que vive semioculto en la raya con Portugal
Son muchos los grandes de la música que han triunfado bajo un seudónimo artístico. Si citamos el nombre de Farrokh Bulsara nos parecerá raro, exótico. Estamos más familiarizados con el que adoptó en las tablas: Freddie Mercury. Es bien conocido que Bob Dylan en realidad se llama Robert Allen Zimmerman, o que Elton John figura en su partida de nacimiento como Reginald Kenneth Dwight.
Por aquí también tenemos casos. Por ejemplo, uno de los más célebres directores de orquesta españoles se llama David Sánchez Pérez-Castejón en su DNI, pero empuña la batuta de manera electrizante bajo el nombre artístico de David Azagra. Este maestro madrileño, de 50 años, hizo gala de una temprana y enorme vocación musical. Sus padres, que eran socialistas de pasta, lo mandaron a acabar el bachillerato en Estados Unidos, con los jesuitas de Maine, y luego estudió Económicas en Icade. Pero David nunca abandonó su sueño musical. Emigró a San Petersburgo y allí estudió composición y dirección de orquesta durante ocho años, lo que le permite además chapurrear en ruso.
De vuelta en España, en 2017 su excelente formación y talento llamaron la atención de una de las mecas musicales a la que miran melómanos de todo el planeta: la Diputación de Badajoz, que de la mano del PSOE y del maestro Azagra empieza a codearse ya con el Metropolitan de Nueva York, el Covent Garden de Londres o el Musikverein de Viena.
Como director de la oficina de Ópera Joven de Badajoz y coordinador de las actividades de musicales de la Diputación, el maestro Azagra ofreció en noviembre del pasado año, «en estreno mundial», una ópera contemporánea titulada La paz perpetua. Versaba sobre tres perros que quieren ingresar en la unidad canina antiterrorista. Un temazo. Se representó en una única función, que costó 128.000 euros, apoquinados por la Administración, incluidos fondos europeos aportados por Pedro, el hermano del maestro (para más señas presidente del Gobierno). Fue todo un éxito: media entrada en el teatro pacense, a pesar de que las entradas se saldaban a diez euros. Se recaudaron en total unos dos mil tras un coste de más de cien mil. Pero ya lo decía Carmen Calvo: «El dinero público no es de nadie».
Desde entonces, el maestro Azagra no ha vuelto a promover otra ópera. Los melómanos de media Europa aguardan expectantes. Tal vez la sequía atiende a que el hombre anda falto de ideas. Así que le brindamos gratis desde aquí una propuesta. Se titularía Tocata y fuga del maestro errante, con música Rozalén y Eva Amaral, libreto del viudísimo de la cultura «progresista», García Montero, y con dirección artística de Almodóvar.
El argumento es un poco enrevesado, pero fascinante. Un director de orquesta de gran formación, pero que no rasca pelota, es enchufado en una diputación provincial por el partido de su hermano, que gobierna el país. Un buen día, el maestro llega a la conclusión que es injusto que el fisco español se lleve parte de su dinero. Así que idea la treta de declararse residente en Portugal para tributar allí y pagar menos. Pero en verdad sigue viviendo en España, donde tiene su puesto de trabajo, aunque no se presenta casi nunca en su oficina de la sede de la Diputación. Su absentismo laboral da tanto el cante que los mandos socialistas acaban montándole un despachito en un piso, para que pase más desapercibido el hecho de que apenas acude a currar.
Pero un imprevisto rompe todos los planes. La malvada prensa «digital y de los bulos» destapa que el maestro le está echando mucha jeta, que no la rasca en la Diputación y que probablemente ni siquiera vive en Portugal. Y así cae el telón del primer acto.
Comienza el segundo acto. ¿Qué hacer? El maestro se angustia. Empieza a llevar una existencia semiclandestina, dado que en realidad tributa en Portugal sin estar afincado allí. Por fortuna, el Partido sale una vez más en apoyo del músico errante, que es acogido en un piso del jefe del PSOE de Badajoz para que se oculte. El maestro vive ahora en una semiclausura. Sale muy poco a la luz, hace la compra a horas intempestivas y se toca con una gorra para tratar de pasar desaparecibido. Aún así, la diabólica prensa «fachosférica» vuelve a pillarlo. Este segundo acto se cierra con un coro sombrío cantando «Pace, pace, mio Dio», porque Azagra ya no puede más en su tocata y fuga.
Pero en el tercer y último acto de la función llega la gran aria de la esperanza. Cuando parece que el músico errante lo tiene todo perdido, su hermano, el sultán, anuncia unas leyes de «defensa de la democracia» para salvarlos a él y a su cuñada del oprobio mediante la reinstauración de la censura y persiguiendo a los jueces.
La ópera Tocata y fuga del maestro errante se cierra con el coro y los protagonistas entonando jubilosos el Money, Money, Money de Cabaret, con Pedro, David y Begoña presentados tras unas cajas registradoras y tronchándose de «la gente», en soberbia coreografía diseñada por el mismísimo Almodóvar. El teatro se viene abajo entre bravos y salvas de aplausos.
(Y problema es que todo este delirio se ajusta como un guante a la realidad, como empieza a notar la juez de Badajoz. Continuará…).