Rubén Amón-El Confidencial
Torero, guapo, rico y listo: el diestro se erige en bastión contra un Gobierno que discrimina y prevarica privándolo de las limosnas concedidas al mundo de la cultura
A Cayetano solo le faltaba llamarse Cayetano. Torero, rico, guapo, listo… y, encima, se llama Cayetano. Debe pensar Iglesias que no caben más rasgos en la construcción de un monstruo. Cayetano representa todos los clichés que molestan a la nueva progresía. Hasta podrían degradarlo a hijastro de la Pantoja. Cualquier cosa menos reconocerle su categoría de artista.
Es la consigna con el ministro Uribes. Ha discriminado a los toreros y a la industria taurina de las limosnas gubernamentales derivadas a la cultura. No ya convirtiéndolos en matarifes, sino prevaricando. Sánchez es antitaurino e Iglesias quiere prohibir las corridas de toros, pero sus gustos y veleidades deberían subordinarse a las obligaciones legislativas y laborales. Los toreros tienen derecho a acogerse al régimen de artistas porque se lo reconoce la ley. Y porque la tauromaquia está clasificada institucionalmente como patrimonio cultural.
Cayetano se ha convertido en el mayor activista de la vergüenza. Se ha partido el pecho y le han partido la cara. Le han triturado en las redes sociales. Le han amenazado de muerte. Y se ha erigido en el antagonista de otros artistas que se consideran a sí mismos artistas. Especialmente algunos actores que militan en el animalismo y en el buenismo, provistos todos ellos de razones evolutivas para señalar a los toreros como una categoría apestosa. Cayetano les molesta. Porque se llama Cayetano. Y porque los desarma con la ley en una mano y la espada en la otra, batiéndose no porque le urja el dinero, sino porque le hace mucha falta a los colegas más necesitados y a los subalternos. Que son currantes. Y que malviven en la indigencia porque el parón del invierno se añade a la drástica parálisis que ha supuesto la pandemia.
Iglesias debe pensar que los toreros representan una estirpe de terratenientes despiadados. No digamos cuando se llaman Cayetano. O cuando han sido modelos de Armani. O cuando hablan inglés. Iglesias debe pensar que Cayetano es un señorito. Y que arrojarle las huestes de ‘trolls’ y de ‘haters’ escarmienta de manera ejemplar a los torturadores. Viven del toro directamente unas 80.000 trabajadores, la gran mayoría en situación de provisionalidad, temporalidad y precariedad, pero el Gobierno ha decidido convertirlos en espectros de una fosa común. Los toreros no son artistas, sino una categoría criminal a la que debe discriminarse y desnutrirse.
Tiene razón el mundo de los toros para reclamar la dimisión de Uribes y para sentirse discriminado. El Gobierno prevarica con su reparto de óbolos
Dice Iglesias que le incomoda el reconocimiento de la tauromaquia como una expresión cultural. Es una buena noticia para la tauromaquia, no ya distanciarse de los gustos de Pablo, sino retratarse en la incomodidad. A Iglesias le gusta una cultura sumisa y cómoda. Iglesias quiere que la cultura sea una mascota. Un objeto de propaganda, un cortijo de los Bardem. Una secta.
Cayetano no cabe dentro de ella, ni tampoco los subalternos proletarios. Tiene razón el mundo de los toros para reclamar la dimisión de Uribes y para sentirse discriminado. El Gobierno prevarica con su reparto miserable de óbolos, pero estas injusticias no hacen otra cosa que revestir de prestigio la tauromaquia en cuanto espacio de subversión e ‘incomodidad’. Terminaremos en la clandestinidad. Y tendremos que ir a Francia para asistir a una corrida de toros, como antaño hicimos con ‘Viridiana’ y con la literatura proscrita. «¿Cuál de los tres Dominguines es el comunista?» Preguntó el caudillo a Luis Miguel. «Los tres», respondió Luis Miguel al caudillo, muchos años antes de que naciera su sobrino nieto, Cayetano, y de que la tauromaquia fuera víctima de este absurdo malentendido ideológico… y cultural.
No cabe sustantivo más degradado que el de cultura. Desde el momento en que la cultura lo es todo —una canción de Eurovisión, una ensalada griega, una pintada en el metro— nada en realidad es cultura. Mejor que los toros sean otra cosa. Que los rechace el oficialismo. Que no le gusten a Pedro ni a Pablo. Y que recuperen su reputación de arte extremo, transgresor, escandalizador. Los toros son el arte al que aspiran secretamente todas las demás artes.
Un poema de Fernando Villalón evoca la estupefacción de Rafael El Gallo cuando medraban en su tiempo los profetas del modernismo. Recelaba el torero de aquellos intelectuales y estetas pintureros, así es que Villalón transcribió la indignación del maestro en los últimos ripios de un hermoso poema: «Volví la cara y sentí zumbona una sonrisa entre dientes… ¡Modernistas! Ya que no matáis toros, sed artistas».