Juan Carlos Girauta-ABC

  • Podemos importó la práctica del escrache, el acoso personal a políticos generalmente del PP

En 2014, Iglesias se adjudicó este dudoso mérito: «[El ‘pásalo’] se gestó en mi facultad con un grupo de gente pensando la manera en la que había que ponerlo para que cupiera en los caracteres y generara ese efecto de ‘flashmob’». Aquella iniciativa había inaugurado el activismo posmoderno en España, provocando el asedio a las sedes del PP y la violación masiva de la jornada de reflexión en las elecciones generales de 2004.

Podemos importó la práctica del escrache, el acoso personal a políticos generalmente del PP. El ‘jarabe democrático’ no respetó siquiera los domicilios de unos adversarios políticos tratados como enemigos del pueblo. Ello contrasta con el celo del líder de la ultraizquierda a la hora de proteger las

inmediaciones de su propio domicilio. Decenas de vehículos de la Guardia Civil, un puesto de vigilancia permanente, o la identificación de los manifestantes ilustran el respeto que Iglesias exige para ciertas cosas, sagradas si son suyas, insignificantes en otro caso. Soraya Sáenz de Santamaría o Alberto Ruiz Gallardón pueden dar fe. Las imágenes del acoso físico de una turbamulta a Cristina Cifuentes resultarían insoportables si la intimidación la sufriera un líder de izquierdas. Editoriales de todos los colores darían la alarma y verían una urgente necesidad de actuar contra convocantes y justificadores.

El ministro del Interior, ante el anuncio de que Ciudadanos acudiría a la manifestación del Orgullo de 2019, afirmó que tal decisión «debe tener consecuencias en un sentido u otro». Para tapar las violencias que esa y otras declaraciones similares provocaron, el Ministerio de Marlaska publicó un dudoso informe, inmediatamente filtrado al diario ‘El País’, que lo llevaría a portada, negando las agresiones y situando en la formación de Rivera la responsabilidad por lo sucedido. El obsceno montaje lo destaparon los propios policías nacionales que acudieron a proteger motu proprio a los naranjas, abandonados a su suerte: «Desde luego que hubo agresiones […] Y que no quede duda: cuando llegamos a los de Ciudadanos estaban solos, no había policías allí. No había en ese momento ningún despliegue de ningún tipo para protegerles».

Toda la izquierda tildó de provocación la realización de actos en Alsasua, en Rentería, en Vic. El portavoz socialista en el Senado llamó ‘dóberman’ a los pacíficos concentrados en Alsasua mientras Podemos seguía defendiendo a los agresores de dos guardias civiles y sus parejas en 2016. Los ‘chavales’ fueron condenados a sentencias que alcanzan los 13 años, pero la izquierda política y mediática sigue refiriéndose a ‘una pelea de bar’.

Hay tantos ejemplos que no acabaríamos. ¿Debió expresarse de otro modo Rocío Monasterio respecto a la carta con balas dirigida a Iglesias? Sí, porque limitarse a condenar ‘toda la violencia’ para dudar de lo que se denuncia es un subterfugio patentado por la izquierda.